Como la RAE solo la recoge como adjetivo (encima con la única y simplificada acepción de "afirmativo/a"), he decidido hacer algo que cada vez estoy haciendo con más frecuencia: pasar de Ella y usar tranquilamente una palabra que para nuestros/as queridos/as y desactualizados/as lingüistas no existe.
Hoy voy a hablar de A-S-E-R-T-I-V-I-D-A-D. Sí, sustantivo con todas sus letritas.
Me quedo con la definición de la Wikipedia (¿el saber colectivo-popular sabe más que el academicista-institucionalizado?):
Como estrategia y estilo de comunicación, la asertividad se diferencia y se sitúa en un punto intermedio entre otras dos conductas polares: la agresividad y la pasividad (o no asertividad). Suele definirse como un comportamiento comunicacional en el cual la persona no agrede ni se somete a la voluntad de otras personas, sino que manifiesta sus convicciones y defiende sus derechos. Cabe mencionar que la asertividad es una conducta de las personas, un comportamiento. Es también una forma de expresión consciente, congruente, clara, directa y equilibrada, cuya finalidad es comunicar nuestras ideas y sentimientos o defender nuestros legítimos derechos sin la intención de herir o perjudicar, actuando desde un estado interior de autoconfianza, en lugar de la emocionalidad limitante típica de la ansiedad, la culpa o la rabia.



Perfecta explicación que expresa el mayor reto de mi vida: ser asertivo. Algo mucho más complicado de lo que pueda parecer así dicho. Las fronteras entre la discreción y la soberbia, la alienación y el liderazgo a veces se entrecruzan peligrosamente. Y más cuando siempre has sido de boquita cerrada porque corres el riesgo doblemente de que te entren moscas si la empiezas a abrir.
Definición mucho más cercana, además, a los dos ejemplos que me quiero referir: el vivido ayer y el de hoy.
Si alguno/a de los/as profesores/as que tuve en el Ciclo de Animación Sociocultural me leen -especialmente Josan, Victoria y Begoña, docentes sublimes-, sabrán perfectamente a qué me estoy queriendo referir por todo el hincapié que nos hicieron en aprender, fomentar y desarrollar la virtud de la ASERTIVIDAD como el mejor de los estilos de comunicación (hay, por cierto, maravillosas dinámicas grupales e individuales para trabajarla).
Me hallo en la cola del nuevo Cashconverters que han abierto en Cádiz, esperando mi turno con la cabeza bien alta.
Primero porque mal de muchos consuelo de tontos, y yo muy listo no soy. Y que aquí está media ciudad metida, como yo, intentando que nos den algo por nuestros variopintos abalorios, dispuestos a cambiarlos por algún euro. Culturetas, chonis, parados, amas de casa, madres solteras, padres divorciados, jubilados y ese nuevo estamento social que ha creado la Crisis: los/as ex-ricos/as o nuevos/as pobres. O los pseudo-pobres, que hemos existido, y supongo que existiremos toda la vida (no nos morimos de hambre pero no tenemos ni para tomarnos un café de máquina de autoservicio y las únicas notificaciones que recibimos de los bancos son para decirnos que tenemos recibos pendientes de pago o, en el caso del Santander, Antonio lo sabe -permíteme tomarte prestada la genial historia- darle la vuelta a su eslogan y decirnos que ya NO quieren ser nuestro banco).
Todos/as a sacar tiestos viejos y sin demasiado valor para ver si los podemos empeñar y remendarnos el apuro con pan para hoy y hambre para mañana.
No exagero si digo que cada vez que paso por la puerta hay un mínimo de entre veinte y treinta personas esperando para que les den número y tasen sus pertenencias.
Y hoy que he venido yo no iba a ser menos. Por eso he cargado con mi libretita de pensamientos (de estreno, gracias Jose) y mi boli para no perder el tiempo (o perderlo en algo que para mí es productivo) y escribir alguna de mis pamplinas que tanto me entretienen.
En segundo lugar porque, después de un intenso fin de semana de limpieza a fondo en casa de mi madre, de esas que se hacen como mucho una vez al año, de esas en que se mueven hasta los muebles inamovibles y con las que se descubren más de un tesoro olvidado; he avanzado un paso hacia la superación de mi complejo de Diógenes (poco a poco, el de picha-corta, eyaculador precoz, soso, obsesivo, barrigudo-culiplano ("mal recortao", expresión de mi ex que me encanta), ansioso, impaciente, tremendista, impulsivo, gafe, maniático y demás lindezas que me describen las iré trabajando en futuras sesiones).
He hecho acopio de valor para deshacerme de todas aquellas cosas de "gran valor sentimental" (por ridículo que suene, juro que me he dado una desmesurada panzada de llorar, me voy a tener que volver a mirar "lo mío") y las he inclinado en la balanza de la posible rentabilidad económica que podía sacarles por venderlas en el dicho Cashconverters.
También por contentar a mi madre ("a ver si miramos todo lo que hay en los armarios para ver lo que sirve y lo que no", es su frase preferida, aunque ella preferiría entregarlas sin lucro alguno a la parroquia o a Madre Coraje) y por una cuestión de supervivencia espacial.
O los tiestos o Dante y yo. Todos no cabemos ya en los pocos metros de la habitación, a pesar de las virguerías que hago casi a diario por tener "todo lo mío junto a mí en un mismo y único espacio para morir enterrado entre mis recuerdos en caso de hecatombe mundial" (Dios mío, o estoy como una cabra o pretendo competir con la capacidad de los diseñadores de IKEA de aprovechar al máximo los espacios más pequeños y tenerlo todo milimétricamente almacenado).
Mi habitación (la que tengo cedida en casa de mi madre) es parecida a esta, mucho menos diáfana y con las paredes muchísimo más recargadas, por mi compulsivo e incontrolable "horror vacui", herencia de mi memoria visual cuando me enseñaron esa expresión aplicable desde los sarcófagos egipcios.
Por otro lado, el marketing que me recibió a la entrada en forma de cartel me ha terminado de convencer de que estaba haciendo lo correcto.

No tengo ninguna certeza de que fuera verdad lo que imaginé, pero el día que salí de mi último (espero que siga siéndolo) ingreso psiquiátrico e inicié realmente la terapia y empecé de verdad a salir del pozo de mierda en el que estaba metido hasta las trancas yéndome a la playa con Dante y Hermes, en un desintoxicante baño de paseo, sal y arena, e hice el simbólico ritual recomendado por Flor -maravillosa enfermera de la USM de Cádiz- de tirar al mar mi "anillo de compromiso" a la puesta de sol para que con él se hundieran los malos recuerdos y el rencor y amaneciera el principio de mi nueva vida; pensé en qué habría hecho Él con el suyo y, como una revelación divina, espontánea y rápidamente, se me vino su imagen mental de estar empeñándolo en un Compro oro a los dos días de haberme dejado. Mientras que yo tardé más de un año en quitármelo del dedo y deshacerme de él. Fueron, por cierto, las últimas lágrimas derramadas de dolor hiriente. Después habría otras, pero menos y con otros matices.

No saqué un céntimo y creo que hasta contaminé el mar pero, en el fondo, no me arrepiento. Me gusta más pensar en el valor psicológico de su vuelo desde mi anular hasta el fondo del mar que en la birria de dinero que me hubieran dado por él. Y, qué coño, que da mucha más poesía al final tan feo que tuvo nuestra relación, reducida en la realidad al dinero pero que en mi todavía idealizada mentalidad incluye dosis de peliculero romanticismo sostenida tan solo en breves, puntuales y quizá hasta alucinógenos momentos. Mis tontos fetichismos y la libertad que todos tenemos de atesorar (sin que lleguen a lo putrefacto) los recuerdos que queramos, dónde y cómo queramos, seleccionándolos y adornándolos todo lo que nos dé la gana y sin anquilosarnos en ellos.
En fin, a lo que iba. Las experiencias relacionadas con la Asertividad.
La primera ayer por la mañana.
Situación: siete y media de la mañana. Aunque todavía no ha salido el sol, sería difícil verlo porque el cielo augura permanecer encapotado todo el día.
Yo en la bici. Suave pedaleo. Dante corriendo a mi lado, con la correa enganchada al manillar.
Intento casi todas las mañanas cumplir esa rutina, ya que el resto del día lo saco lo imprescindible para el pipí, la caca y poco más porque suelo estar liado con "mis cosas" y no puedo dedicarle más tiempo. El mismo recorrido: desde el Burguer King del paseo marítimo hasta la venta El Chato, donde hacemos una paradita, me lo monto en la cesta de la bici y ya me lo llevo de vuelta a casa.
Pues bien, ayer, a la altura del módulo de Cortadura, un tiparraco con un labrador destartalado y tonelete me empieza a berrear que cómo se me ocurre llevar corriendo al perro, que si estoy loco, que si no me doy cuenta de que va con la lengua colgando. Ante lo que yo me bloqueo momentáneamente (pasivo) para luego soltarle, en su mismo tono de berrido desagradable y maleducado (agresivo) que quién es él para juzgar en cómo cuido o dejo de cuidar a mi perro y que está diciendo una tontería porque, lejos de estar haciéndole algo malo, le estoy haciendo bien, proporcionándole deporte diario. César Millán lo ha dicho toda la vida de Dios: las tres bases a darle a un perro para su sano crecimiento mental y físico es disciplina, cariño y deporte.
Y seguí mi camino, chillando barbaridades cada vez mayores mientras me iba alejando de las que él también seguía diciéndome.
Tomé conciencia de mi pasividad y agresividad y en un fallido intento de asertividad, decidí dar media vuelta y pararme a discutir con el hombre acusa-maltrataperros.
Digo fallido porque ni de coña lo conseguí. Ambos aumentamos la agresividad hasta tal punto que yo mentí vilmente diciendo que era veterinario y que sabía más del tema perros que él y él amenazó con denunciarme porque decía que era policía (creo que los dos mentimos o él, en todo caso, estaba jubilado; y lo mío era perdonable por haber estado un año cargando metadatos en el repositorio institucional de la UCO, en su mayoría artículos científicos sobre veterinaria y por haber vivido cinco años con un estudiante de Veterinaria que cuando empezó a ejercer como tal decidió que yo ya sobraba en su vida).
No llegamos a las manos de milagro.
Le dije que su perro tenía una clara obesidad y seguramente trastornos de ansiedad y estrés. Él me dijo que le daba pena ver cómo maltrataba al mío.
Mal. Muy mal. Horroroso ejemplo de asertividad. Perfecto de agresividad.
Evidentemente, sigo defendiendo a ultranza mi postura. Pero no mantuve las formas. No fui asertivo. Me violenté. Porque él empezó perdiendo los modales, vale, pero eso es parte del reto de ser asertivo.
Con lo feliz que es mi Dante y con lo amarquesado que lo tengo, que ya querría yo tenerme como dueño a mí si fuera perro. Madero frustrado (agresividad).
Señor, le puedo asegurar que mantengo en perfectas condiciones todos los aspectos de la vida de mi perro, darle un deporte moderado es algo recomendable por cualquier especialista canino. Además, opino, con todos los respetos, que se está metiendo donde nadie le llama y prejuzgando sin base alguna (asertividad).
Su perro es un gordo y el mío está en perfecta forma (¿asertividad sarcástica?).
Tomé esta fotografía del labrador del hombre frustrado donde se percibe claramente su aire apesadumbrado y anhelante.
Y la otra historia: esta mañana en el INEM (por mucho que ahora lo quieran llamar SEPE o SAE, en Cádiz va a seguir siendo "er iné" toda la vida, como el Carrefour seguirá siendo el Pryca hasta el fin de los tiempos).
Lugar al que cada vez que voy salgo cabreado, frustrado y con ganar de partirle las piernas a alguien. Según quien te atienda, con qué ganas lo haga, el momento de la mañana en que le pilles recibes una u otra información (no hablo ya ni siquiera ni del mínimo trato de cortesía que se debe saber dar a cualquier usuario si se está en un trabajo cara al público, por muy de la función pública que sea).
Sin entrar en detalles, me habían dado cita para una "sección" que no "correspondía" a lo que yo había ido a hacer. Quien me atendía era de "renovaciones" y lo que yo quería era de "actualizaciones".
Inútil pérdida de tiempo porque encima la noche de antes estuve como un gilipollas más de una hora en casa desenterrando toda la "documentación" a "aportar" para mantener "actualizada" (no "renovada") mi situación como "demandante de empleo". No por una esperanza de que ni la Junta de Andalucía ni el Estado me den un trabajo; sino porque las estadísticas de tasas de paro de personas cualificadas y con menos de 35 años sea lo más fidedigna posible.
La diferencia, en este caso, fue que el funcionario que me atendió me tocó las pelotas también pero no en algo que tanta susceptibilidad me despierta como es que pongan en duda que no cuido bien a Dante ni de malas maneras. Estuvo correcto en todo momento (asertivo: me dijo que, efectivamente, me iba a ir con todos mis preciosos títulos y mis contratos de trabajo, vestigios de sudores y lágrimas, debajo del brazo tal y como habían venido y que había perdido el tiempo porque tendría que esperar -mínimo quince días- que el ente invisible que se encarga de actualizar las oficinas virtuales de la Administración "actualizara" la opción de pedir cita anticipada para "actualización" y no para "renovación", y prometo que no estoy haciendo un juego de palabras); por eso, a pesar de mi inevitable enfado, yo también fui educado y, de la forma adecuada y sin faltas de respeto ni elevar el tono, le expliqué mi malestar ante la falta de un criterio común entre los funcionarios de la misma oficina (fui asertivo).
Hasta nos pedimos disculpas mutuamente. Él en nombre del servicio porque empatizó conmigo como parado desesperado y harto de que le mareen la perdiz y yo con él como trabajador cuya cara es la inapropiada diana sobre la que lanzar las flechas de las quejas y las reivindicaciones porque, como el de las cuestiones informáticas, los legisladores de este país también parecen inexistentes, por invisibles e inaccesibles.
Lo dicho: a seguir persiguiendo mi reto vital (uno de ellos). A seguir trabajando la Asertividad (que, como toda habilidad social y personal, se puede trabajar).