Cuando uno se halla en plena encrucijada y percibe, con asombro y desasosiego,
que el bando con el que cree luchar ha abandonado la lucha, bien por puro agotamiento, frustración, desilusión, creencia de imposibilidad o, peor aún -y esto es lo que provoca la definitiva crisis de fe-, por inconfesable incredulidad en la causa; a punto está también de colgar la armadura y sentenciar, con tanto dolor como agotamiento, una rendición -una más de tantas- al heterocispatriarcado.
Cuando uno ha redescubierto la pasión perdida hace años, rebuscando en sí mismo y empoderándose después de años de letargo y acomodamiento en la conformidad; pone toda la carne en el asador y siente que, desde su nueva situación laboral, tiene las herramientas perfectas para sensibilizar, denunciar, visibilizar, mover a la reflexión y, por qué no, claro que sí, escandalizar y abrir rancias ampollas. La palabra y el libro, dos armas tan poderosas que echan para atrás a los más echados para delante (¿se entiende la intención de lo que quiero decir entre líneas? Por si acaso: a los machitos/chulitos/hombres al cuadrado pseudo-analfabetos, en todos los sentidos -el emocional y el lector, sobre todo-).
Cuando uno vuelve a implicarse al doscientos por cien, con esa dichosa manía de la que no termina de aprender a no repetir; las heridas de la derrota escuecen doblemente.
Pero, de repente, el día en que está a punto de tirar la tolla, tras el último desplante de un grupo de mujeres que ni han querido saber de él por considerar que iba a ir con la incordiante bandera feminista y de un equipo de gobierno que parece hacerle un incomprensible vacío cuando él ha hecho todo lo posible por trabajar en colaboración mutua; llegan ellas dos. 'Rapsodelia Teatro', con su espectáculo 'En qué trabajo cuando no trabajo'.
Un título que a uno ya le llama poderosamente la atención y cuyas expectativas, consecuentemente, son muy altas. Porque ese ingeniosísimo epígrafe pone un nivel de exigencia muy alto. El reto que proponen -nada más y nada menos que revalorizar el infravalorado trabajo doméstico, de afectos y de cuidados que tradicional y patriarcalmente se ha otorgado a las mujeres- no es cosa menor, que diría el emérito Mariano. Es cosa mayor.
Y lo consiguen, vaya que sí. Con creces.
Y sin más atrezo que ellas mismas y un lazo rojo en la cabeza (intuyo que un guiño a la imagen corrompida por la estética 'pin-up' del mítico 'We can do it!'), consiguen envolver a espectadoras (y dos espectadores: un marido de una de ellas y yo, que encima llegué un poco tarde y no me dejaron salirme con la mía de pasar desapercibido) en un 'varieté' que pasa magistralmente, en un segundo, de la comedia al más dramático de los dramas.
Y es que aquel disparate llamado 'La Sección Femenina', en el fondo, es para reírse. Por no llorar. O para llorar de risa. A estas alturas, uno ya no sabe muy bien dónde se establece la difusa línea entre los dramas y las comedias.
Y de esa fructífera contradicción parecen querer aprovecharse las dos integrantas, sí, con A, me la pela la RAE, repito que me han hecho recuperar la fe feminista perdida. Y la retomo desde el extremismo porque aunque yo no tenga coño, grita tan fuerte como el de la que más. De pura rabia. Y tan necesitado de desahogo como el de ellas porque, sí, y, he aquí la buena noticia, aunque muchos estemos en la acera de enfrente, somos cada vez más los hombres (no dejamos de serlo por más pluma que podamos tener), que aun asumiendo nuestra basura machista, reconociéndola e identificándola por mucho vértigo que dé verse siendo lo que nunca se ha querido ser, queremos reciclarla y aportar a la causa de la verdadera igualdad y la tardía
-demasiados siglos- justicia de género.
Y viran de la carcajada a la triste historia de una protagonista, un encarnamiento de mujer. De una cualquiera. Y no, no va en el sentido despectivo de las acepciones sexistas según se usen en masculino o en femenino las mismas palabras. Mari Trini. Que no, que no era ésa que tú te creías, una señorita tranquila y sencilla que siempre perdona... Esa niña, así, esa no es Mari Trini. O sí, porque cayó como una cualquiera
-no tengo que repetir que no era puta ni guarrilla ni ligerita de cascos- en los mismos clichés de sus amigas Blancanieves, la Bella Durmiente y demás princesas de infames cuentos debilitadores (antónimo de empoderadores -tampoco viene en la RAE e igualmente me trae al pairo-). Dejó estudios, se dedicó a cuidar y, qué torpe -y qué común- cayó en la trampa del Pitufo Príncipe Azul. Encima.
Mari Trini, en un último amago de comprensión, se preocupó de las emociones del dichoso cónyuge que ya hacía mucho que había dejado de ser ni príncipe ni hombre ni casi humano. Y cayó en la toxicidad: le odiaba y le detestaba tanto como creía amarlo.
Y de las acusaciones de dejarle tirado como un perro, fue ella la que terminó viéndose, sintiéndose y reflejándose más sola y aislada que una perra.
Pero esas miradas que le helaban la sangre seguían ahí, como cuchillos, puede que incluso más dolorosas que los golpes.
No hay emoción más difícil de arrancar que la de hacerte reír cuando ya estaban consiguiendo que se te escaparan las lágrimas de los ojos que, ya vidriosos, no podían aguantar más. Y eso lo hacen ellas dos perfectamente, en un mano a mano de genio (4. m. Capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables) y compenetración.
Y dan un nuevo giro de 360 grados. A la terapia de choque del grito de iniciación. De iniciación del fin. Del fin de la jaula y del comienzo de la libertad. No es una elección cualquiera la del 'Libre' de Nino Bravo.
Y todo esto con el mérito añadido de conseguir solventar la imperdonable ausencia del verdadero grupo de teatro que tendría que haber venido; sin más currículum que una taladrante repetición de haber acudido a todos los simposios, conferencias, mesas redondas y talleres que se han venido celebrando en la provincia de Cádiz por el mes contra la Violencia de Género.
Gracias. Gracias por haber venido a Bornos. Gracias, 'Rapsodelia Teatro'. Habéis redimido (para ésta sí que tiro de la RAE porque me ha gustado la -en parte, obvio (como hacen ellos con todo lo que les atufa a feminista) la que no, sesgo y mezclo primera y segunda- acepción: 'Rescatar o sacar de la esclavitud al cautivo -de la desesperanza, como yo empezaba a serlo, como manifestaba al principio- o a algo que se había vendido') a este precario bibliotecario rural, en cuya segunda parte de sus aventuras sigue, gracias a vosotras dos y a vuestro 'En qué trabajo cuando no trabajo', siendo -o intentándolo, mejor dicho, siempre me puede el malinterpretado empoderamiento con la soberbia- un feminista convencido.