Ayer se me escapó una entrada especial por el Día del Libro.
Esta de hoy vale doble
porque la del 6 cumpleaños de Dante tampoco fue en su día (20 de abril).
Sobrará la explicación de la analogía pero, por si acaso,
intento homenajear a Juan Ramón Jiménez con su "Platero y yo",
libro redescubierto a los años y que como me pasó con "El principito",
aprecio mucho más ahora a la vejez viruela que cuando los leí de pequeño.
Pechá de llorar me he dado al leer aquello de
"la barriguilla de algodón se le había hinchado, como el mundo,
y sus patas rígidas y descoloridas se elevaban al cielo".
Dante es un perro pequeño, largo, paticorto;
tan blando por fuera que se diría todo de algodón,
que no lleva huesos,
sólo los espejos de azabache de sus ojos...
Pero debería tener alas de bueno que es.
Come cuanto le doy.
Le gustan las naranjas, mandarinas,
las uvas moscateles todas de ámbar,
los higos morados
con su cristalina gotita de miel
y le pirra el melón, la sandía, la manzana, el plátano
y rebañar las tarrinas de yogur (de cualquier sabor).
Pero tiene una cuidada alimentación.
Cuidada pero no muy constante.
A lo largo de sus recién cumplidos seis años,
ha comido desde pienso del Día
hasta con denominación de origen,
recomendado por los mejores veterinarios;
a merced de los altibajos económico-laborales de su dueño.
Es tierno y mimoso
igual que un niño.
Los hombres del campo vestidos de limpio,
se quedan mirándolo
y dicen que tiene acero.
Ha demostrado fortaleza de acero
por las caminatas, en patines y en bici,
y por los cambios.
No sólo de pienso.
Cambios de vida, de ciudades,
climatologías, estados de ánimo,
rutinas, dueños y compañías.
Seis años de Dante ya.
Es sorprendente echar la vista atrás
y ver todo lo que he podido llegar a compartir
con este adorable animal.
Sí, acero y plata de luna
al mismo tiempo.
Duro y alegre al mismo tiempo,
ansioso por salir al campo.
Nos entendemos bien.
Me gusta acercarme a su lomo y acariciárselo...
Yo trato a Dante cual si fuese un niño.
Lo beso, lo engaño, lo hago rabiar.
Él comprende bien que lo quiero
y no me guarda rencor.
He llegado a creer
que sueña mis propios sueños...
De nada protesta.
He entendido que su felicidad va con la mía.
Especie humana y especie canina en convivencia.
Dos filosofías de vida abismales,
la de las prisas y el mañana
y la del hoy y el ahora,
se hermanan y se complementan.
Nosotros necesitamos palmaditas en la espalda
para recordarnos que logramos
los vacíos retos con que nos mortificamos.
Ellos piden caricias en la cabeza y la barriga
sólo para seguir sabiéndose queridos.
Y viceversa.
Pero nosotros somos orgullosos, soberbios y traidores.
Ellos humildes, básicos y fieles.
Dante siempre ha estado ahí.
Silencioso espectador,
incondicional acompañante.
Donde Dante no pueda entrar
por ser perro,
yo,
por ser hombre,
no quiero entrar
y me voy de nuevo
con él, verja arriba,
acariciándole
y hablándole de otra cosa...
Donde haga falta.
Su natal Calzada de Calatrava,
sus vecinas y agridulces Daimiel, ilusoria Ciudad Real
o desmerecida Albacete,
la enquistada Barcelona,
el espejismo de Córdoba,
el refugio y calidez de Cádiz
o el proyecto de la retornada Sevilla.
Dulce Dante, trotón,
perrillo mío,
que llevas mi alma tantas veces,
a ti este post
que habla de ti.
¡¡Feliz cumpleaños
y feliz paternidad
que, madre mía,
la que has liado!!