sábado, 10 de mayo de 2014

Gracias por lo que diste y lo que dejas.

Durante un tiempo, quise ser su Garbancito Diferente.
Me declaré escribiéndole un cuento con final feliz.
Luego le encarné en un niño enfermo que no tenía las fuerzas suficientes para subir a la Torre Mágica de un reino inadaptado.
Él recibía mi cortejo con respeto y transparencia.
Me dio las calabazas más dulces, acompañadas de gratitud y cariño.
Me comparó con lo tedioso de su genial Delia y tuve que reirme de mí mismo. Entendí que no era ni el momento ni el lugar.
Enamorarse de él era tan fácil que no fui ni el Diferente ni el Único. 
Me sumaba a una larga lista, 
aunque poco sabía de su vida privada.
Incógnita que formaba parte de su inacabable atractivo.
Le dibujé, le escribí, le soñé y creí poder ayudarle a salvarse.
Pero fue él quien me salvó a mí de la caída empicado en que me estaba hundiendo.
Me desempolvó ilusiones y aficiones que todavía mantengo, aunque ahora con la pena de saber que ya no podré contar con su colaboracion para darles forma, como sí pude con el montaje para la boda de mi hermano.
Me devolvió la capacidad de sentir.
Tuvo el tacto, la delicadeza y la paciencia de escucharme y aconsejarme.
Tenía la virtud de saber escuchar con los oídos bien abiertos, sin juzgar.
La primera vez que nos vimos tras la noticia de su enfermedad hablamos más de mí que de él.
La calidad de las personas se demuestra en las situaciones límites y desde el principio del final, antepuso el dolor de su familia al suyo.
Debió llorar mucho pero yo nunca le vi hacerlo.
Para mí, como para el resto de infinitas amistades que tenía,
 se reservaba su mejor sonrisa, preciosa, y su ingenioso sentido del humor, único.
Cuando el dolor no le permitía hacerlo, hacía mutis por el foro
 y aunque al principio insistí, después lo entendí y lo respeté; esperando paciente su reaparición, su nuevo estreno.
La sacudida de realidad, antes o después, abría paso a la esperanza.
Siempre parecía haber una nueva posibilidad.
Seguía tan guapo que costaba creer lo que le estaba pasando.
Se fue yendo discretamente y con la clase que sólo tienen las personas grandes.
Nos enseñó a prescindirle -tema del que aún nos quedan muchas lecciones- y a enfocar los ojos en el camino que los demás teníamos que seguir recorriendo.
Encontré nuevas personas, me volví a enamorar y proyecté nuevas miras.

Pero despedirse puede ser tan doloroso y feo que prefiero darle las gracias.
Gracias, amigo.
Gracias por todo lo que me regalaste.
Gracias por lo que nos diste y nos dejas.
He buscado el consuelo en todas partes y sólo lo he encontrado en la gratitud. 
Y en entender que la función debe seguir.

No se va del todo.

Me abrió las puertas de sus amistades, invitándome a entrar, forjando nuevos vínculos que se mantendrán gracias a que un día él los unió.
Dio vida, voz e interpretación a un personaje rescatado de mi abandonada creatividad en una tarde de té y literatura inolvidable.
Endulzó y respaldó con su presencia y su tarta de zanahorias la presentación en sociedad de mi nuevo yo, el que volvía a creer en sus sueños.

Sólo quiero añadir mis palabras a todas las que estos días tantas personas le están dedicando.
Porque siempre que le recuerdo, después de las lágrimas o, mejor, a la par que ellas, vienen las sonrisas.
No hay magia mayor que conjugar ambos sentimientos en el mismo recuerdo.

Ahí va otro trocito de lo mucho que de él se puede decir.

A veces vagaba por la energía cósmicofestiva y juraba por el organigrama de Martí.
Tomaba infusiones de herboristería con Medea.
Los días de lluvia, a pesar de las insistencias, se quedaba en casa con sus adorados padres y un vasito de leche calentita con galletas. 
Ordenaba, reordenaba, tiraba, rescataba, ponía y quitaba para mantener el feng shui de su hogar.
Y antes de acostarse practicaba unos cuantos cambrés para mantenerse en forma.

A todos/as con los/as que compartía momentos de su "vida loca" nos deseaba que se nos cumplieran muchos sueños.
Porque él soñaba. Siempre soñaba.
Mientras otros se hipotecaban y sacaban el traje para los domingos, él se enfundaba el uniforme del colegio y volvía a estudiar y a compartir piso. 
A experimentar y a crear entre bambalinas, delante y detras de la cámara.
Siempre se subía al Tranvía detrás de Blanche.
Aunque no tenía enemigos, obviaba a las personas malas de condición y las dejaba oliendo a peo todo el día y estreñidas a más no poder.

Nunca se arrepentía de lo hecho porque eso le parecía doblemente miserable.
Consideraba que las lágrimas más amargas eran las de las palabras no dichas y las de las obras inacabadas.

Cuando se hartaba, berreaba a lo María Jiménez y con el "s'acabó" ponía punto y aparte y su mundo ya era otro.
Consultaba a la galleta de la fortuna y al Oráculo pítico de Delfos.
Reprochaba a Esperanza Gracia colocarle en lo más abajito de su ránking zodiacal pero nunca se rendía.
Nunca se rindió.

No era ningún reinón, aunque tuviera porte más que suficiente para haberlo sido. Y si Madonna hacía running por el Central Park, él lo hacía en el parque más cercano.

Conversaba con sus amig@s hasta descubrirle el sentido a la vida.
Reía y, sobre todo, hacía reír.
Era la salsa de toda reunión.
Hermanaba generaciones y unificaba grupos.

Le daba pereza la pereza y mientras esperaba la casualidad de su vida no se estaba quieto.
Maquinaba teatro, cine, arte.
Estudiaba, aprendía, enseñaba.
Jugó, indagó, amó, fue amado, escuchó, se equivocó, acertó, acompañó, ayudó.

Un día le dijeron que tendría que irse.
Se asustó,
pensó
y decidió seguir hasta donde le dejaran.
Luchó como un jabato en una batalla insalvable pero no perdida.

Amore, Tonilé, guapo, superhero, amigo, luchador, incansable y mente creativa, maravillosa. Marito, grandioso, morenaso, malandrín, Antoñito...
Eran algunas de las formas en que le llamaban.

No pasó de largo. Se quedó.
No fue uno más para el mundo porque fue un mundo para much@s.

Esté donde esté, está.
Era y ES.

Vivió hasta su última función que, aún anticipada e injusta, igualmente debe concluir entre aplausos de reconocimiento y fascinación.

"Faltan palabras,
falta candor,
falta poesía cuando la sangre llora y llora...
Quedan ensueños rezagados..."


Mi hermana encontró hace unos días,
 por casualidad,
entre las cosas de mi sobrino Pablo 
este dibujo dedicado.
Me pareció tan emotivo que
necesitaba compartirlo.