jueves, 19 de diciembre de 2013

No todavía. No así.

Hablar de él es hablar de calidad humana, fortaleza, valentía y belleza -en el sentido más amplio de la palabra-.

La mayoría de mortales cobardicas, en su situación, estaríamos demasiado ocupados en terminar de consumirnos, rendidos ante las devastadoras estadísticas en lugar de aferrarnos, como él hace, a las escasas (que no inexistentes) esperanzas.
Nos pasaríamos el día autocompadeciéndonos en vez de reírnos de nosotros mismos y de nuestras miserias, terapéutica práctica sólo alcanzable por las almas grandes como la suya que, admirablemente, sigue luciendo su característico y genial sentido del humor y una más que positiva psicología, toda una filosofía de vida, de supervivencia.

Me enamoré de él idealizándolo desde niño.
El buenorro amigo de mis hermanas mayores hacía su magistral aparición ante mis todavía impresionables ojos adolescentes, envuelto en el atractivo halo de monologuista, actor, deidad artística, morboso, inalcanzable, de impoluto negro, guapo, guapísimo.

No es una exageración referirme a él como al hombre más guapo (tridimensionalmente hablando, después del David de Miguel Ángel) que hasta entonces había contemplado.
Aún hoy, desde el prisma de mis hipermétropes y ya desencantados ojos, me lo sigue pareciendo.


Labios de ensueño, mirada penetrante y rasgos de perfecto actor hollywoodiense. De los guapos guapos: Paul Newman, Rock Hudson, James Dean y demás moradores del Olimpo cinematográfico que trascienden todos los tiempos.
Facciones angulares, imponentes; todo un deleite si hubiera sido muso de cualquier escultor grecorromano de la época por lo exacto de sus cánones, milimétricos, no clásicos, atemporales, por encima de estéticas y modas. Porque también habría hecho las delicias de cualquier pintor romántico, cubista o incluso las de un amateur coetáneo de estilo indefinido como yo, que lo sigo flipando cada vez que le miro a la cara o veo una foto suya.

Quizá por eso, hasta hace poco, creía haberme vuelto a enamorar de él; cuando en realidad lo estaba más de su belleza que de su persona como posible pareja real para mí.
Ahora que tengo la inmensa suerte de ir conociéndole cada día un poco más, con mayor madurez y menor Síndrome de Stendhal, he aceptado y comprendido la trillada frase con que en su día, cuando me declaré abiertamente, me dio calabazas (de las gordas además).
Te prefiero como amigo. ¡Zas en toda la boca!

La amistad no es menos que el amor, ni mucho menos, valga la redundancia.
El amor tiene un apestoso componente de posesión y un tonto punto de coquetería que yo ya he superado cuando estoy con él. La antigua y primaria atracción sexual que sentía por él ahora es racionalizada por la cabeza de arriba (la de abajo es extremadamente impulsiva y por intentar meterse donde sea muchas veces acaba metiendo, pero la pata y bien hasta el fondo).

Me sigue encantando, claro que sí. Decir lo contrario sería mentir. Y estoy seguro de que nunca dejará de hacerlo. Pero de otra manera. Ahora yo también pienso que ser amigos es más, no menos. Que, en este caso, esta relación de amistad no es el resquicio de las migajas sobrantes de nada.

Infravaloramos la amistad para magnificar otro sentimiento mucho más animal y traicionero como es el amor. 
Parafraseando a alguien (disculpas por la ignorancia): quien tiene un amigo tiene un tesoro. 
Amén de esos de verdades como catedrales de grandes.

Yo le tengo a él como amigo y él me tiene a mí. Y le voy a seguir teniendo.
Cuando alguien es tan especial que se preocupa más por el dolor ajeno que por el propio no merece un final así. Aunque tampoco merecería lo que le ha caído encima pero la vida, a veces, es así de jodida y no nos queda otra que aguantarnos.
Desde que le fue comunicado tan fatal diagnóstico, su principal preocupación era cómo suavizar la noticia a sus padres, antes incluso de derrumbarse por lo que se le avecinaba.
Eso sólo lo hace un hombre en mayúsculas y con todas las letras.
Por supuesto que no me refiero al estereotipo de "fuerza varonil", estúpida expresión que secunda a las mujeres como el "sexo débil", expresión aún más imbécil por injusta y absurda. Lo mismo que decir para calificativos como "nenaza" o "maricona", casi siempre asociados a debilidad.
Ser sensible no es ser débil, sino frágil. Y ser frágil no es ser un blandengue, ni llorón es llorica.

Me gustaría ver a más de uno de los que se jactan con la boca llena de ser "hombres de verdad", siguiendo la tónica de los tópicos, en su situación. Jiñaditos como mariconas estarían.

Ingenuas células malignas le atacan creyendo que van a poder resquebrajar la solidez de un esqueleto que se ha echado a la espalda, desde la escápula, el peso de su enfermedad, no para cargarla como una cruz sino para combatirla como reto vital.

¿Por qué va a engrosar las más numerosas estadísticas? ¿Por que no va a ser lo que como persona ya es: una excepción?

El mundo ya está lleno de personas normales y corrientes, no podemos prescindir de las extraordinarias.
Y no lo digo como súplica. Creo firmemente que va a salir adelante y no sólo por el puro egoísmo de seguir "usándole" como muso o "abusando" de su amistad y bondad para contar con él como acompañante incondicional y gratuito de otro de mis disparatados proyectos cuasi artístico, ni por los buenos ratos compartidos de confidencias y risas; sino porque si de verdad hay alguien encargado de dejarnos en este mundo más o menos tiempo, entenderá que a él todavía le queda mucho por hacer aquí abajo y le concederá muchos más años con buena calidad de vida.

Por eso yo y tod@s l@s que le queremos (media humanidad, cualquier persona que haya hablado con él más de dos minutos), vamos a seguir teniéndole durante mucho tiempo porque no se puede ir, no todavía. No así.


viernes, 13 de diciembre de 2013

Cuando ir a por psicofármacos sigue siendo cosa de locos...


Pues sí. Uno se creía volver a estar en sus cabales hasta hoy, día en que le ha tocado hacer uso del traslado temporal de médico de cabecera porque en su tarjeta sanitaria estaban caducadas las recetas de su medicación.

Colaboro con la revista FAEM (Asociación de Familiares y Allegados Enfermos Mentales) desde hace unos meses. Empecé por el puro egocentrismo de ver mis escritos publicados, seguí casi por obligación en un compromiso verbal adquirido con su director y ahora, hoy, ratifico mi colaboración por verdadera convicción en lo que el proyecto de esa revista significa: un intento de visibilización de la enfermedad mental para su desestigmatización social. Desde la normalización, con una apuesta arriesgada de humor e intento de dignificar la controvertida palabra "loco" (y un poquito de subversión escandalizadora porqué no, la polémica siempre hace las cosas más públicas). 

Y es que a día de hoy, estar loco sigue sin estar bien visto. O, mejor dicho, sin estar visto con normalidad, igual que lo está estar diabético o miope, por ejemplo.

A las pruebas me remito. 
Me encantaría haber fotografiado las caras de la farmacéutica a la que antes de ayer le di mi tarjeta sanitaria y la del médico de cabecera cuando esta mañana me ha pasado consulta y le he nombrado las dos palabras que han presionado su botón de alerta. 

Prozac y ansiolítico.


Inmediatamente han levantado la vista de su ensimismamiento y en sus ojos he leído el pensamiento "Eh, ojito, que tengo en frente a un loco, cuidadito con lo que le doy".

El proceso es curioso, lógico y paradójico, todo a la vez.


La farmaceútica me dio el prozac sin receta, cobrándome el "precio de mercado" y diciendo que exageraba cuando le manifesté mi incomprensión a que sí pudiera darme lo uno sin receta y lo otro no. "No, hombre, no, como pastillas juanola no damos el prozac, pero para el ansiolítico sí necesitas receta".

¿No son ambas cosas medicación para locos?

No entiendo nada.

Total, que me he tenido que ir hoy al ambulatorio para que el médico me renovara la receta. Su careto era un poema. 

-Pero... ¿esto quién se lo ha recetado?

Ya basta de tabúes.

-La psiquiatra de la Unidad de Salud Mental, pero según la farmacéutica que me atendió, ya la receta me la hace el médico de cabecera.

"No sé, soy nuevo en esto de la locura" me han entrado ganas de decirle.

¿Por qué esa mirada de rechazo?

¿Por desconfianza?

Vale, fui un potencial suicida de pastillas. Mea culpa. Pero ya no me quiero morir, todo lo contrario, tengo muchísimas ganas de saber qué me espera mañana y pasado y el otro.

Pero, va, aceptamos desconfianza por antecedentes... En tal caso... Igual de peligroso puede ser el Prozac que el ansiolítico, ¿no? Diría que incluso más... ¿Por qué uno se me administra sin receta y el otro está vetado como si un yonki estuviera pidiendo caballo? En cantidades excesivas, el Prozac puede provocar taquicardias, convulsiones y aceleraciones de todo el organismo; mientras que el ansiolítico lo más que te va a hacer es dormirte plácidamente en hibernación.

De verdad, fuera de bromas, que no tiene lógica se mire por donde se mire.

Quede claro, para tranquilidad de tod@s, que el ansiolítico ya no lo tomo, sólo muy de vez en cuando, pero me tranquiliza saber que "lo tengo ahí por si acaso". Claro que crea adicción, igual que el tabaco, el alcohol o cualquier otra droga, pero creo que me hace más bien dormir plácidamente con esa ayuda externa la noche que el estrés acumulado por el trabajo o la aceleración del ansia por hacer en un día cosas que debería hacer en cuatro me desvela, que meterme cualquier otro tipo de droga.

Al fin y al cabo, tod@s somos adict@s a algo. Que tire la primera piedra quien no.
Los mimos y el sexo matutino ahora me quedan a más de 600 kilómetros de distancia, así que tengo que recurrir a otro tranquilizante a veces.

Ya digo, y por favor, que no cunda el pánico, que me gusta tenerlo como disponible "en caso de emergencia". En cierto modo, la dependencia más grave no es tanto la posible adicción física que pueda crear sino la psicológica de sentir que, en cierto modo, tu recuperado equilibrio mental se debe a las pastis, por lo que te da cierto miedo dejar de tomarlas, aunque también lo necesitas para demostrarte a tí mismo que ya no estás loco.


En el último número (12) de la revista de FAEM he tenido el privilegio de contar con toda una sección de una página entera para hablar de un loco, historia del flamenco gaditano. Gabriel Macandé.

Mi intención, además de la testimonial, ha sido la de resaltar su parte de loco, junto a la de genio.
Loc@s l@s ha habido siempre, y los hay y, según los pronósticos, cada vez l@s habrá más. ¿Por qué no empezar a normalizar el tema de la locura?

Coño, sí, voy a la farmacia a por mis psicofármacos y al médico de cabecera a por mis recetas. Claro que tiene que ser un tema controlado, pero, por favor, o todos o ninguno, la absurda diferenciación no la entiendo; y, por favor, también un poquito de disimulo por parte de los profesionales sanitarios, que queda muy gracioso y valiente decir que estoy loco, pero, joder, sugestiona un huevo sentir que para el resto del mundo lo sigues siendo.



jueves, 12 de diciembre de 2013

Zorrupia corta-alas amputa-creatividad.

No termino de acatar la estricta normativa jerárquica y deshumanizada de esta colmena de humanos robotizados atados a unos auriculares con pinganillo para que su voz de máquina atraviese el tímpano de su interlocutor entrando directamente en su cerebro para intentar idiotizarlo con el idiota tono con que su emisor se dirige a él para venderle, por más que nos quieran hacer creer que se trata de algo más que eso, este puto trabajo consiste en ser idiota, idiotizar y vender. Vender y vender, no hay más.
No entiendo por qué mi jefa me ha cambiado hoy de puesto sin ninguna explicación y a mis dos compañeros de campaña no. ¿Porque estaba de risas con ellos mientras no nos entraban llamadas? ¿Porque dedicaba los minutos muertos a dibujar en mi cuaderno?



La gran contradicción es tener ganas de hablar con alguien que te escuche después de haber soltado la misma parrafada a más de cien personas en una sola tarde.
¿Por qué coño le da coraje? ¿Está frustrada en su puesto de "superiora", amargada cobrando más y viviendo menos? ¿tanto le jode que yo sea capaz de robotizarme y hacer mi trabajo igual que lo haría si me pasara las seis horas de interminable jornada con los ojos pegados a la pantalla del ordenador, tenga o no una llamada en ese momento?
Me enerva todavía más porque nadie hace eso, ni nuevos ni veteranos, ni comerciales frikis ni desmotivados perdedores con aires de artista resignados a realizar un trabajo que odian y que les da poco menos que asco, como yo.
Todos aquí intentamos sobrevivir a la lentitud del segundero de estos relojes de centralita cuando las pocas neuronas que te van quedando de tanto repetir cual papagayo las mismas gilipolleces una y otra vez empiezan a querer irse a descansar. Cuando te notas el diafragma tan hinchado de solo coger aire sin soltarlo para decir todo el texto de corrido y así "cumplir objetivos", en un vano intento de que no les dé tiempo a colgarte porque eso te hace sentir todavía más estúpido.


Llega un momento en el que empiezas a tener serios problemas de dicción, atascándote siempre en la misma dichosa palabra que terminas pronunciando como un gangoso para mofa de tu interlocutor.
En esos momento, tod@s (aunque mi jefa quiera hacerme creer que soy sólo yo) dejamos de tener nuestros sentidos al cien por cien en aquello que decimos, escuchamos, "rebatimos" con "argumentos" huecos y manidos e intentamos vender. Un préstamo en unas condiciones que seguramente ninguno de nosotros pediríamos porque no nos convencerían sus maravillosísimas y personalizadísimas condiciones, expuestas en una molesta llamada con la chirriante y sobreactuada voz que al final tod@s, sin remedio, acabamos adoptando. Pretender convencer a alguien en dos minutos para endeudarse los próximos diez años es tomarlo por imbécil, y la mayoría lo sabe.
Al principio, mi jefa iba de "buen rollo" conmigo, dirigiéndose a mí con tono amable y en ocasiones hasta cómplice. Llegué a empatizar con ella deduciendo por su forma de hablar y algunos comentarios que me hizo que era de "mi rollo" y que, como yo, dejaba escrúpulos e ideales en casa antes de venirse a trabajar para conseguir el dinero que le permitiera no depender de nadie. Mal de muchos consuelo de tontos, pero de alguna manera sí que te hace conectar más con un@s que con otr@s.
Sin embargo, poco a poco, empezó a tratarme también como a un imbécil. Y yo he empezado a interpretar intencionadamente ese papel ante ella. Si lo que vas a decir puede provocarte enemistades con aquel de quien depende, en buena medida se supone, que sigas o no trabajando; mejor boquita cerrada y ojitos de cordero degollado como si la bronca que te está echando te afectara (que, en realidad, muy a mi pesar, sí que afecta) o, al menos, para que confunda tu total desinterés y desmotivación por este trabajo con simple estupidez.
Como tampoco soy demasiado listo, no se me da mal pasar por tonto integral sin que se perciba lo sarcástico de mi actitud.
Lo que ya me cuesta más tragar son los abusos de poder, sentirme injusta y encubiertamente atacado por haber hecho lo mismo que mis compañeros (quien no dibuja, charla con el de al lado o hace de distribuidora de Avon, catálogo en mano), con la única diferencia de no hacerle la pelota a ella claro.

Por un lado, puedo entender que dé imagen de falta de respeto haberme ido trayendo al trabajo cada día más "material artístico". Como me dijo mi compañero, sólo me faltaba el caballete. Coño, pero no creo que haga mal a nadie por eso ni que haga peor mi trabajo.
Es más, creo que lo hago hasta mejor. No me desconcentra. Me evade, sí, pero evadido ya lo estoy desde el momento en que me siento y meto mis claves de acceso en el ordenador.

Definitivamente me ha cambiado de puesto porque en el que estaba pasaba más desapercibido y le daba coraje no tenerme tan vigilado.
Una vez que eres capaz de repetir el argumentario de venta de carrerilla con un forzado tono de amabilidad y cortesía y un descarado afán persuasivo y que tu dedo es capaz de manejar el ratón a la velocidad de la luz para clicar botones y seguir cogiendo llamadas mientras avanzas en tu "obra de arte"; puedes dedicar la parte sobrante de tus sentidos a lo que quieras.
Sobrevivo a este trabajo gracias a ese descubrimiento. Salgo ileso de lo que pretendo plasmar a lápiz en mis dibujos: lúgubre, desoladora y claustrofóbica panorámica a la que estamos sometidos seis interminables horas al día.

Ese hallazgo, en cambio, no es del gusto de l@s dictador@s que tienen el deber de hacerte tu trabajo cuanto más insufrible mejor, por eso mi jefa me ha castigado con la peor de las amonestaciones, no ya haciéndome el vacío y obviando el supuesto seguimiento evaluativo que tendría que hacerme periódicamente, ni siquiera quitándome del lado de quien me daba palique y secundaba mi filosofía de tomarnos la condena con sentido del humor y poniéndome junto a otra especie humana que, incomprensiblemente, hasta parece disfrutar con esta mierda; sino impidiéndome seguir dibujando, mi único salvavidas en el trabajo.

No sé si era en "La fuga de Alcatraz", en "Papillón" o en la que sea de Clint Eastwood, pero por un momento me han entrado ganas de emular a aquel pobre reo desprovisto de su lienzo y de su pincel por el malvado alcaide cortándome los dedos y -cosecha propia- tirándoselos, sangrientos y amputados, al careto. Por zorra. Albina, culiplana, malfollada (siento caer en el fácil y machista insulto). Frustrada, guillotinaria de la expresión artística... Amargada que pretende amargarme a mí también.
Pues no, rica, no te vas a salir con la tuya. Aunque me hayas puesto en tu campo de visión para impedir sutilmente que siga dibujando. No pasa nada, blancucha mortecina, en lugar del bloc de dibujo, saco mi "libreta de trabajo" y en las hojas que me quedan libres de los tipos de interés, esquemas de plazos de amortización y demás mierdas bancarias, me dedico a escribir poniéndote a parir que no veas lo que desahoga.

En el fondo, a pesar de lo que estoy despotricando de ella, me da pena porque es penoso.
Al final, tod@s caemos en las rivalidades y envidias que intencionadamente nos generan "desde arriba", con una jerarquía clasista que favorece el talante trepa e individualista, rastrero e insanamente competitivo. Me resigno a creer que de verdad es como aparenta ser. A pesar de su calculada armonía entre mano dura y falso buen rollo con quienes tiene "a su cargo", en ocasiones todavía destila coletazos de humanidad. Supongo que son restos previos a la corrupción del dinero y el poder; antes de haber "escalado" en la promoción interna. Eso y la continua presión a la que también ella debe estar siendo sometida por quien está "por encima" de ella, quienes se encargan de objetivos, ránkings, comisiones y demás horrores.

Su misión (o su revancha) es traspasar a sus secuaces, último escalafón de la rígida y medieval pirámide de poder de empresa privada multinacional, ese mismo estrés para que quede claro quién manda a quién.

Después de un año disfrutando de las mieles de ser "mi propio jefe" gestionándome yo mismo mis tiempos y mis labores; de dos años de funcionariado que, aún habiéndome costado una profunda depresión, han sido lo mejorcito que he tenido en mi vida en cuanto a sueldo y condiciones laborales, volver a la misma mierda de antes no puede pasarme con la misma indiferencia y resignación.

Igual ahora soy menos ingenuo, o estoy más cansado por los años. El caso es que cada vez llevo peor el sometimiento a gente que se cree que el tonto soy yo.
Tonta es ella que como le jode no poder dedicarse a hacer dibujitos mientras trabaja como yo, me putea. Para su cargo hay que invertir más neuronas que para el mío, no tengo yo la culpa. Yo me conformo con mi media jornada y con mi sueldo sub-mileurista. Ella no. No se puede estar en misa y repicando.

Pasa de mí, déjame en paz, rencorosa, acomplejada con aires de superioridad, que por rubia y alta te crees imponente y lo que eres es una desgarbada con taconazo que por no tener no tienes ni horchata en las venas, sino la asquerosa leche de soja que tanto presumes consumir para hacerte la moderna. Déjame dibujar o escribir mientras trabajo, qué más te da.

Mientras, tendré que seguir haciéndome el tonto (el mayor riesgo es que, de tanto hacerlo, acabe siéndolo, como a lo mejor le ha pasado a ella) porque a fin de cuentas yo también soy una marioneta en el teatro del mundo capitalista manejado por los hilos del dinero.
Eso sí, después de años de sufrimiento, por fin estoy consiguiendo aplicar dosis suficientes de inteligencia emocional para no volver a deprimirme, diferenciando el obligado trabajo como fuente de ingresos del trabajo ocioso como fuente de placer personal (recompensa no abonable con ningún importe económico, lo puedo asegurar).

Algún día, quizá algún día, pueda aunar ambos tipos de trabajos. No desistiré por inalcanzable que a veces me parezca. Hasta entonces, me seguiré desdoblando entre robot y humano, idealista y conformista, hippie y consumista, feliz y triste a ratos, ilusionado y vacuo; siempre con precaución, eso sí, para no hacer virar la balanza y perder de nuevo el equilibrio que tanto me ha costado recuperar.