Hablar de él es hablar de calidad humana, fortaleza, valentía y belleza -en el sentido más amplio de la palabra-.
La mayoría de mortales cobardicas, en su situación, estaríamos demasiado ocupados en terminar de consumirnos, rendidos ante las devastadoras estadísticas en lugar de aferrarnos, como él hace, a las escasas (que no inexistentes) esperanzas.
Nos pasaríamos el día autocompadeciéndonos en vez de reírnos de nosotros mismos y de nuestras miserias, terapéutica práctica sólo alcanzable por las almas grandes como la suya que, admirablemente, sigue luciendo su característico y genial sentido del humor y una más que positiva psicología, toda una filosofía de vida, de supervivencia.
Me enamoré de él idealizándolo desde niño.
El buenorro amigo de mis hermanas mayores hacía su magistral aparición ante mis todavía impresionables ojos adolescentes, envuelto en el atractivo halo de monologuista, actor, deidad artística, morboso, inalcanzable, de impoluto negro, guapo, guapísimo.
No es una exageración referirme a él como al hombre más guapo (tridimensionalmente hablando, después del David de Miguel Ángel) que hasta entonces había contemplado.
Aún hoy, desde el prisma de mis hipermétropes y ya desencantados ojos, me lo sigue pareciendo.
Labios de ensueño, mirada penetrante y rasgos de perfecto actor hollywoodiense. De los guapos guapos: Paul Newman, Rock Hudson, James Dean y demás moradores del Olimpo cinematográfico que trascienden todos los tiempos.
Facciones angulares, imponentes; todo un deleite si hubiera sido muso de cualquier escultor grecorromano de la época por lo exacto de sus cánones, milimétricos, no clásicos, atemporales, por encima de estéticas y modas. Porque también habría hecho las delicias de cualquier pintor romántico, cubista o incluso las de un amateur coetáneo de estilo indefinido como yo, que lo sigo flipando cada vez que le miro a la cara o veo una foto suya.
Quizá por eso, hasta hace poco, creía haberme vuelto a enamorar de él; cuando en realidad lo estaba más de su belleza que de su persona como posible pareja real para mí.
Ahora que tengo la inmensa suerte de ir conociéndole cada día un poco más, con mayor madurez y menor Síndrome de Stendhal, he aceptado y comprendido la trillada frase con que en su día, cuando me declaré abiertamente, me dio calabazas (de las gordas además).
Te prefiero como amigo. ¡Zas en toda la boca!
La amistad no es menos que el amor, ni mucho menos, valga la redundancia.
El amor tiene un apestoso componente de posesión y un tonto punto de coquetería que yo ya he superado cuando estoy con él. La antigua y primaria atracción sexual que sentía por él ahora es racionalizada por la cabeza de arriba (la de abajo es extremadamente impulsiva y por intentar meterse donde sea muchas veces acaba metiendo, pero la pata y bien hasta el fondo).
Me sigue encantando, claro que sí. Decir lo contrario sería mentir. Y estoy seguro de que nunca dejará de hacerlo. Pero de otra manera. Ahora yo también pienso que ser amigos es más, no menos. Que, en este caso, esta relación de amistad no es el resquicio de las migajas sobrantes de nada.
Infravaloramos la amistad para magnificar otro sentimiento mucho más animal y traicionero como es el amor.
Parafraseando a alguien (disculpas por la ignorancia): quien tiene un amigo tiene un tesoro.
Amén de esos de verdades como catedrales de grandes.
Yo le tengo a él como amigo y él me tiene a mí. Y le voy a seguir teniendo.
Cuando alguien es tan especial que se preocupa más por el dolor ajeno que por el propio no merece un final así. Aunque tampoco merecería lo que le ha caído encima pero la vida, a veces, es así de jodida y no nos queda otra que aguantarnos.
Desde que le fue comunicado tan fatal diagnóstico, su principal preocupación era cómo suavizar la noticia a sus padres, antes incluso de derrumbarse por lo que se le avecinaba.
Eso sólo lo hace un hombre en mayúsculas y con todas las letras.
Por supuesto que no me refiero al estereotipo de "fuerza varonil", estúpida expresión que secunda a las mujeres como el "sexo débil", expresión aún más imbécil por injusta y absurda. Lo mismo que decir para calificativos como "nenaza" o "maricona", casi siempre asociados a debilidad.
Ser sensible no es ser débil, sino frágil. Y ser frágil no es ser un blandengue, ni llorón es llorica.
Me gustaría ver a más de uno de los que se jactan con la boca llena de ser "hombres de verdad", siguiendo la tónica de los tópicos, en su situación. Jiñaditos como mariconas estarían.
Ingenuas células malignas le atacan creyendo que van a poder resquebrajar la solidez de un esqueleto que se ha echado a la espalda, desde la escápula, el peso de su enfermedad, no para cargarla como una cruz sino para combatirla como reto vital.
¿Por qué va a engrosar las más numerosas estadísticas? ¿Por que no va a ser lo que como persona ya es: una excepción?
El mundo ya está lleno de personas normales y corrientes, no podemos prescindir de las extraordinarias.
Y no lo digo como súplica. Creo firmemente que va a salir adelante y no sólo por el puro egoísmo de seguir "usándole" como muso o "abusando" de su amistad y bondad para contar con él como acompañante incondicional y gratuito de otro de mis disparatados proyectos cuasi artístico, ni por los buenos ratos compartidos de confidencias y risas; sino porque si de verdad hay alguien encargado de dejarnos en este mundo más o menos tiempo, entenderá que a él todavía le queda mucho por hacer aquí abajo y le concederá muchos más años con buena calidad de vida.
Por eso yo y tod@s l@s que le queremos (media humanidad, cualquier persona que haya hablado con él más de dos minutos), vamos a seguir teniéndole durante mucho tiempo porque no se puede ir, no todavía. No así.