No termino de acatar la estricta normativa jerárquica y deshumanizada de esta colmena de humanos robotizados atados a unos auriculares con pinganillo para que su voz de máquina atraviese el tímpano de su interlocutor entrando directamente en su cerebro para intentar idiotizarlo con el idiota tono con que su emisor se dirige a él para venderle, por más que nos quieran hacer creer que se trata de algo más que eso, este puto trabajo consiste en ser idiota, idiotizar y vender. Vender y vender, no hay más.
No entiendo por qué mi jefa me ha cambiado hoy de puesto sin ninguna explicación y a mis dos compañeros de campaña no. ¿Porque estaba de risas con ellos mientras no nos entraban llamadas? ¿Porque dedicaba los minutos muertos a dibujar en mi cuaderno?
La gran contradicción es tener ganas de hablar con alguien que te escuche después de haber soltado la misma parrafada a más de cien personas en una sola tarde.
¿Por qué coño le da coraje? ¿Está frustrada en su puesto de "superiora", amargada cobrando más y viviendo menos? ¿tanto le jode que yo sea capaz de robotizarme y hacer mi trabajo igual que lo haría si me pasara las seis horas de interminable jornada con los ojos pegados a la pantalla del ordenador, tenga o no una llamada en ese momento?
Me enerva todavía más porque nadie hace eso, ni nuevos ni veteranos, ni comerciales frikis ni desmotivados perdedores con aires de artista resignados a realizar un trabajo que odian y que les da poco menos que asco, como yo.
Todos aquí intentamos sobrevivir a la lentitud del segundero de estos relojes de centralita cuando las pocas neuronas que te van quedando de tanto repetir cual papagayo las mismas gilipolleces una y otra vez empiezan a querer irse a descansar. Cuando te notas el diafragma tan hinchado de solo coger aire sin soltarlo para decir todo el texto de corrido y así "cumplir objetivos", en un vano intento de que no les dé tiempo a colgarte porque eso te hace sentir todavía más estúpido.
Llega un momento en el que empiezas a tener serios problemas de dicción, atascándote siempre en la misma dichosa palabra que terminas pronunciando como un gangoso para mofa de tu interlocutor.
En esos momento, tod@s (aunque mi jefa quiera hacerme creer que soy sólo yo) dejamos de tener nuestros sentidos al cien por cien en aquello que decimos, escuchamos, "rebatimos" con "argumentos" huecos y manidos e intentamos vender. Un préstamo en unas condiciones que seguramente ninguno de nosotros pediríamos porque no nos convencerían sus maravillosísimas y personalizadísimas condiciones, expuestas en una molesta llamada con la chirriante y sobreactuada voz que al final tod@s, sin remedio, acabamos adoptando. Pretender convencer a alguien en dos minutos para endeudarse los próximos diez años es tomarlo por imbécil, y la mayoría lo sabe.
Al principio, mi jefa iba de "buen rollo" conmigo, dirigiéndose a mí con tono amable y en ocasiones hasta cómplice. Llegué a empatizar con ella deduciendo por su forma de hablar y algunos comentarios que me hizo que era de "mi rollo" y que, como yo, dejaba escrúpulos e ideales en casa antes de venirse a trabajar para conseguir el dinero que le permitiera no depender de nadie. Mal de muchos consuelo de tontos, pero de alguna manera sí que te hace conectar más con un@s que con otr@s.
Sin embargo, poco a poco, empezó a tratarme también como a un imbécil. Y yo he empezado a interpretar intencionadamente ese papel ante ella. Si lo que vas a decir puede provocarte enemistades con aquel de quien depende, en buena medida se supone, que sigas o no trabajando; mejor boquita cerrada y ojitos de cordero degollado como si la bronca que te está echando te afectara (que, en realidad, muy a mi pesar, sí que afecta) o, al menos, para que confunda tu total desinterés y desmotivación por este trabajo con simple estupidez.
Como tampoco soy demasiado listo, no se me da mal pasar por tonto integral sin que se perciba lo sarcástico de mi actitud.
Lo que ya me cuesta más tragar son los abusos de poder, sentirme injusta y encubiertamente atacado por haber hecho lo mismo que mis compañeros (quien no dibuja, charla con el de al lado o hace de distribuidora de Avon, catálogo en mano), con la única diferencia de no hacerle la pelota a ella claro.
Por un lado, puedo entender que dé imagen de falta de respeto haberme ido trayendo al trabajo cada día más "material artístico". Como me dijo mi compañero, sólo me faltaba el caballete. Coño, pero no creo que haga mal a nadie por eso ni que haga peor mi trabajo.
Es más, creo que lo hago hasta mejor. No me desconcentra. Me evade, sí, pero evadido ya lo estoy desde el momento en que me siento y meto mis claves de acceso en el ordenador.
Definitivamente me ha cambiado de puesto porque en el que estaba pasaba más desapercibido y le daba coraje no tenerme tan vigilado.
Una vez que eres capaz de repetir el argumentario de venta de carrerilla con un forzado tono de amabilidad y cortesía y un descarado afán persuasivo y que tu dedo es capaz de manejar el ratón a la velocidad de la luz para clicar botones y seguir cogiendo llamadas mientras avanzas en tu "obra de arte"; puedes dedicar la parte sobrante de tus sentidos a lo que quieras.
Sobrevivo a este trabajo gracias a ese descubrimiento. Salgo ileso de lo que pretendo plasmar a lápiz en mis dibujos: lúgubre, desoladora y claustrofóbica panorámica a la que estamos sometidos seis interminables horas al día.
Ese hallazgo, en cambio, no es del gusto de l@s dictador@s que tienen el deber de hacerte tu trabajo cuanto más insufrible mejor, por eso mi jefa me ha castigado con la peor de las amonestaciones, no ya haciéndome el vacío y obviando el supuesto seguimiento evaluativo que tendría que hacerme periódicamente, ni siquiera quitándome del lado de quien me daba palique y secundaba mi filosofía de tomarnos la condena con sentido del humor y poniéndome junto a otra especie humana que, incomprensiblemente, hasta parece disfrutar con esta mierda; sino impidiéndome seguir dibujando, mi único salvavidas en el trabajo.
No sé si era en "La fuga de Alcatraz", en "Papillón" o en la que sea de Clint Eastwood, pero por un momento me han entrado ganas de emular a aquel pobre reo desprovisto de su lienzo y de su pincel por el malvado alcaide cortándome los dedos y -cosecha propia- tirándoselos, sangrientos y amputados, al careto. Por zorra. Albina, culiplana, malfollada (siento caer en el fácil y machista insulto). Frustrada, guillotinaria de la expresión artística... Amargada que pretende amargarme a mí también.
Pues no, rica, no te vas a salir con la tuya. Aunque me hayas puesto en tu campo de visión para impedir sutilmente que siga dibujando. No pasa nada, blancucha mortecina, en lugar del bloc de dibujo, saco mi "libreta de trabajo" y en las hojas que me quedan libres de los tipos de interés, esquemas de plazos de amortización y demás mierdas bancarias, me dedico a escribir poniéndote a parir que no veas lo que desahoga.
En el fondo, a pesar de lo que estoy despotricando de ella, me da pena porque es penoso.
Al final, tod@s caemos en las rivalidades y envidias que intencionadamente nos generan "desde arriba", con una jerarquía clasista que favorece el talante trepa e individualista, rastrero e insanamente competitivo. Me resigno a creer que de verdad es como aparenta ser. A pesar de su calculada armonía entre mano dura y falso buen rollo con quienes tiene "a su cargo", en ocasiones todavía destila coletazos de humanidad. Supongo que son restos previos a la corrupción del dinero y el poder; antes de haber "escalado" en la promoción interna. Eso y la continua presión a la que también ella debe estar siendo sometida por quien está "por encima" de ella, quienes se encargan de objetivos, ránkings, comisiones y demás horrores.
Su misión (o su revancha) es traspasar a sus secuaces, último escalafón de la rígida y medieval pirámide de poder de empresa privada multinacional, ese mismo estrés para que quede claro quién manda a quién.
Después de un año disfrutando de las mieles de ser "mi propio jefe" gestionándome yo mismo mis tiempos y mis labores; de dos años de funcionariado que, aún habiéndome costado una profunda depresión, han sido lo mejorcito que he tenido en mi vida en cuanto a sueldo y condiciones laborales, volver a la misma mierda de antes no puede pasarme con la misma indiferencia y resignación.
Igual ahora soy menos ingenuo, o estoy más cansado por los años. El caso es que cada vez llevo peor el sometimiento a gente que se cree que el tonto soy yo.
Tonta es ella que como le jode no poder dedicarse a hacer dibujitos mientras trabaja como yo, me putea. Para su cargo hay que invertir más neuronas que para el mío, no tengo yo la culpa. Yo me conformo con mi media jornada y con mi sueldo sub-mileurista. Ella no. No se puede estar en misa y repicando.
Pasa de mí, déjame en paz, rencorosa, acomplejada con aires de superioridad, que por rubia y alta te crees imponente y lo que eres es una desgarbada con taconazo que por no tener no tienes ni horchata en las venas, sino la asquerosa leche de soja que tanto presumes consumir para hacerte la moderna. Déjame dibujar o escribir mientras trabajo, qué más te da.
Mientras, tendré que seguir haciéndome el tonto (el mayor riesgo es que, de tanto hacerlo, acabe siéndolo, como a lo mejor le ha pasado a ella) porque a fin de cuentas yo también soy una marioneta en el teatro del mundo capitalista manejado por los hilos del dinero.
Eso sí, después de años de sufrimiento, por fin estoy consiguiendo aplicar dosis suficientes de inteligencia emocional para no volver a deprimirme, diferenciando el obligado trabajo como fuente de ingresos del trabajo ocioso como fuente de placer personal (recompensa no abonable con ningún importe económico, lo puedo asegurar).
Algún día, quizá algún día, pueda aunar ambos tipos de trabajos. No desistiré por inalcanzable que a veces me parezca. Hasta entonces, me seguiré desdoblando entre robot y humano, idealista y conformista, hippie y consumista, feliz y triste a ratos, ilusionado y vacuo; siempre con precaución, eso sí, para no hacer virar la balanza y perder de nuevo el equilibrio que tanto me ha costado recuperar.
Me enerva todavía más porque nadie hace eso, ni nuevos ni veteranos, ni comerciales frikis ni desmotivados perdedores con aires de artista resignados a realizar un trabajo que odian y que les da poco menos que asco, como yo.
Todos aquí intentamos sobrevivir a la lentitud del segundero de estos relojes de centralita cuando las pocas neuronas que te van quedando de tanto repetir cual papagayo las mismas gilipolleces una y otra vez empiezan a querer irse a descansar. Cuando te notas el diafragma tan hinchado de solo coger aire sin soltarlo para decir todo el texto de corrido y así "cumplir objetivos", en un vano intento de que no les dé tiempo a colgarte porque eso te hace sentir todavía más estúpido.
Llega un momento en el que empiezas a tener serios problemas de dicción, atascándote siempre en la misma dichosa palabra que terminas pronunciando como un gangoso para mofa de tu interlocutor.
En esos momento, tod@s (aunque mi jefa quiera hacerme creer que soy sólo yo) dejamos de tener nuestros sentidos al cien por cien en aquello que decimos, escuchamos, "rebatimos" con "argumentos" huecos y manidos e intentamos vender. Un préstamo en unas condiciones que seguramente ninguno de nosotros pediríamos porque no nos convencerían sus maravillosísimas y personalizadísimas condiciones, expuestas en una molesta llamada con la chirriante y sobreactuada voz que al final tod@s, sin remedio, acabamos adoptando. Pretender convencer a alguien en dos minutos para endeudarse los próximos diez años es tomarlo por imbécil, y la mayoría lo sabe.
Al principio, mi jefa iba de "buen rollo" conmigo, dirigiéndose a mí con tono amable y en ocasiones hasta cómplice. Llegué a empatizar con ella deduciendo por su forma de hablar y algunos comentarios que me hizo que era de "mi rollo" y que, como yo, dejaba escrúpulos e ideales en casa antes de venirse a trabajar para conseguir el dinero que le permitiera no depender de nadie. Mal de muchos consuelo de tontos, pero de alguna manera sí que te hace conectar más con un@s que con otr@s.
Sin embargo, poco a poco, empezó a tratarme también como a un imbécil. Y yo he empezado a interpretar intencionadamente ese papel ante ella. Si lo que vas a decir puede provocarte enemistades con aquel de quien depende, en buena medida se supone, que sigas o no trabajando; mejor boquita cerrada y ojitos de cordero degollado como si la bronca que te está echando te afectara (que, en realidad, muy a mi pesar, sí que afecta) o, al menos, para que confunda tu total desinterés y desmotivación por este trabajo con simple estupidez.
Como tampoco soy demasiado listo, no se me da mal pasar por tonto integral sin que se perciba lo sarcástico de mi actitud.
Lo que ya me cuesta más tragar son los abusos de poder, sentirme injusta y encubiertamente atacado por haber hecho lo mismo que mis compañeros (quien no dibuja, charla con el de al lado o hace de distribuidora de Avon, catálogo en mano), con la única diferencia de no hacerle la pelota a ella claro.
Por un lado, puedo entender que dé imagen de falta de respeto haberme ido trayendo al trabajo cada día más "material artístico". Como me dijo mi compañero, sólo me faltaba el caballete. Coño, pero no creo que haga mal a nadie por eso ni que haga peor mi trabajo.
Es más, creo que lo hago hasta mejor. No me desconcentra. Me evade, sí, pero evadido ya lo estoy desde el momento en que me siento y meto mis claves de acceso en el ordenador.
Definitivamente me ha cambiado de puesto porque en el que estaba pasaba más desapercibido y le daba coraje no tenerme tan vigilado.
Una vez que eres capaz de repetir el argumentario de venta de carrerilla con un forzado tono de amabilidad y cortesía y un descarado afán persuasivo y que tu dedo es capaz de manejar el ratón a la velocidad de la luz para clicar botones y seguir cogiendo llamadas mientras avanzas en tu "obra de arte"; puedes dedicar la parte sobrante de tus sentidos a lo que quieras.
Sobrevivo a este trabajo gracias a ese descubrimiento. Salgo ileso de lo que pretendo plasmar a lápiz en mis dibujos: lúgubre, desoladora y claustrofóbica panorámica a la que estamos sometidos seis interminables horas al día.
Ese hallazgo, en cambio, no es del gusto de l@s dictador@s que tienen el deber de hacerte tu trabajo cuanto más insufrible mejor, por eso mi jefa me ha castigado con la peor de las amonestaciones, no ya haciéndome el vacío y obviando el supuesto seguimiento evaluativo que tendría que hacerme periódicamente, ni siquiera quitándome del lado de quien me daba palique y secundaba mi filosofía de tomarnos la condena con sentido del humor y poniéndome junto a otra especie humana que, incomprensiblemente, hasta parece disfrutar con esta mierda; sino impidiéndome seguir dibujando, mi único salvavidas en el trabajo.
No sé si era en "La fuga de Alcatraz", en "Papillón" o en la que sea de Clint Eastwood, pero por un momento me han entrado ganas de emular a aquel pobre reo desprovisto de su lienzo y de su pincel por el malvado alcaide cortándome los dedos y -cosecha propia- tirándoselos, sangrientos y amputados, al careto. Por zorra. Albina, culiplana, malfollada (siento caer en el fácil y machista insulto). Frustrada, guillotinaria de la expresión artística... Amargada que pretende amargarme a mí también.
Pues no, rica, no te vas a salir con la tuya. Aunque me hayas puesto en tu campo de visión para impedir sutilmente que siga dibujando. No pasa nada, blancucha mortecina, en lugar del bloc de dibujo, saco mi "libreta de trabajo" y en las hojas que me quedan libres de los tipos de interés, esquemas de plazos de amortización y demás mierdas bancarias, me dedico a escribir poniéndote a parir que no veas lo que desahoga.
En el fondo, a pesar de lo que estoy despotricando de ella, me da pena porque es penoso.
Al final, tod@s caemos en las rivalidades y envidias que intencionadamente nos generan "desde arriba", con una jerarquía clasista que favorece el talante trepa e individualista, rastrero e insanamente competitivo. Me resigno a creer que de verdad es como aparenta ser. A pesar de su calculada armonía entre mano dura y falso buen rollo con quienes tiene "a su cargo", en ocasiones todavía destila coletazos de humanidad. Supongo que son restos previos a la corrupción del dinero y el poder; antes de haber "escalado" en la promoción interna. Eso y la continua presión a la que también ella debe estar siendo sometida por quien está "por encima" de ella, quienes se encargan de objetivos, ránkings, comisiones y demás horrores.
Su misión (o su revancha) es traspasar a sus secuaces, último escalafón de la rígida y medieval pirámide de poder de empresa privada multinacional, ese mismo estrés para que quede claro quién manda a quién.
Después de un año disfrutando de las mieles de ser "mi propio jefe" gestionándome yo mismo mis tiempos y mis labores; de dos años de funcionariado que, aún habiéndome costado una profunda depresión, han sido lo mejorcito que he tenido en mi vida en cuanto a sueldo y condiciones laborales, volver a la misma mierda de antes no puede pasarme con la misma indiferencia y resignación.
Igual ahora soy menos ingenuo, o estoy más cansado por los años. El caso es que cada vez llevo peor el sometimiento a gente que se cree que el tonto soy yo.
Tonta es ella que como le jode no poder dedicarse a hacer dibujitos mientras trabaja como yo, me putea. Para su cargo hay que invertir más neuronas que para el mío, no tengo yo la culpa. Yo me conformo con mi media jornada y con mi sueldo sub-mileurista. Ella no. No se puede estar en misa y repicando.
Pasa de mí, déjame en paz, rencorosa, acomplejada con aires de superioridad, que por rubia y alta te crees imponente y lo que eres es una desgarbada con taconazo que por no tener no tienes ni horchata en las venas, sino la asquerosa leche de soja que tanto presumes consumir para hacerte la moderna. Déjame dibujar o escribir mientras trabajo, qué más te da.
Mientras, tendré que seguir haciéndome el tonto (el mayor riesgo es que, de tanto hacerlo, acabe siéndolo, como a lo mejor le ha pasado a ella) porque a fin de cuentas yo también soy una marioneta en el teatro del mundo capitalista manejado por los hilos del dinero.
Eso sí, después de años de sufrimiento, por fin estoy consiguiendo aplicar dosis suficientes de inteligencia emocional para no volver a deprimirme, diferenciando el obligado trabajo como fuente de ingresos del trabajo ocioso como fuente de placer personal (recompensa no abonable con ningún importe económico, lo puedo asegurar).
Algún día, quizá algún día, pueda aunar ambos tipos de trabajos. No desistiré por inalcanzable que a veces me parezca. Hasta entonces, me seguiré desdoblando entre robot y humano, idealista y conformista, hippie y consumista, feliz y triste a ratos, ilusionado y vacuo; siempre con precaución, eso sí, para no hacer virar la balanza y perder de nuevo el equilibrio que tanto me ha costado recuperar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario