28 de agosto 2013.
Uno de los "Diez Mandamientos Chochonis" de Costus.
Soy un puto ansioliticómano.
Confirmado por la profesional de la materia.
Creo que le caigo bien a mi psiquiatra. Los más de 30 minutos de consulta (todo un récord para la pública UMS) que me dedicó, el trato amable y cercano que me da y la posibilidad de contarle con detalle todas mis neuras lo confirman. Eso y que es un poquito cotilla.
-¿Y con tu ex? ¿cómo le ves ahora? ¿A qué conclusión llegas tras tu “crisis”?
En el fondo, creo que, además de interés profesional, hay cierto morbo de marujeo. Por su edad, creo que es de esas señoras que aun no habían tenido la oportunidad de tratar con “uno de ellos”, y darse cuenta que podía tener un cuadro clínico tan habitual como el de un heterosexual (a lo mejor estoy metiendo la pata, pero más adelante corroboraré mi teoría de mentalidad retrogradilla y estereotipada por un comentario que me hizo).
Cada vez me siento menos especial, tan básico y puramente químico como cualquier otro cerebro dañado por “factores estresores”. Mi desconsolado y sobrehumano sufrimiento de sensibilidad extrema es un simple número más de la consulta de salud Mental.
Pregunta ante la que yo, con menos pelos en la lengua por días, pasé de decirle “mi pareja” en las primeras consultas a un genérico “él” y ahora ya hasta a citarle por su nombre para responderle:
-Pues no con toda la indiferencia que me gustaría aún, pero cada vez más como recuerdo decepcionante con buenos momentos que compensan la desconsoladora sensación de años perdidos. Menos de nostalgia y más de mirada al futuro.
Incluso con alguna nueva ilusión.
-¿Por qué aguantaste tanto?
Uy, esa pregunta sí que no me la esperaba.
En realidad, no aguanté yo. Aguantó él. Fueron varios los meses que alargó la agonía hasta echarle los cojones suficientes para dejarme.
Yo aguanté en una impetuosa y desesperanzadora táctica que se me volvió en contra, dificultándole a él el abandono y a mí la asimilación de la nueva situación.
-¿Te consideras una persona dependiente?
Buena pregunta. Hija puta, ya me ha calado.
Sonrisa cómplice por respuesta.
Me sentí tan a gusto que al final le hablé de algo que no tenía previsto en mis notitas aporreadas a boli en un post-it como “cosas a decirle a la psiquiatra” antes de coger la bici e irme para allá. Coño, de cuatro en cuatro meses que me dan cita para verla tengo que aprovechar cada uno de esos cotizadísimos minutos para no dejarme nada en el tintero.
Y salieron ellos, sin nombre pero sí sexo. Mi amor platónico y mi flirteo mundano (en su primera acepción, no despectiva: perteneciente o relativo al mundo).
Recomendabilísimo el segundo por haberme demostrado que mi “cosica” sigue funcionando (con todo el trasfondo de autoestima que ello implica, tontos hombres que magnificamos semejante chuminada), y que mi ex no es el único con el que puedo tener sexo tan placentero (o sexo a secas, meses llevaba con lánguido badajo y apetito sexual cero); y también, y más importante, por darme cuenta que he readquirido la capacidad de fijarme en “otros”, que sigo sabiendo jugar al tonteo (me encanta esa etapa inicial) y, sobre todo, que es verdad que hay muchos más peces en el mar y que nadie se muere por nadie (aunque si llegas al grado de locura que yo llegué, llegues a creerte que sí).
El otro, el primero, ése ya es otra cosa. El platónico no mola, es totalmente anti-terapéutico. Al hablarle de su grave enfermedad y de sus sentimientos no correspondidos por mi, preguntó:
-¿VIH?
No, reina, los gays podemos tener otras enfermedades jodidas además del sida.
Pero, bueno, no quise ofuscarme e intenté borrar de mi cabeza la imagen que espontáneamente me vino de ese enfermo estigmatizado Andrew Beckett (oscarizado Tom Hanks) en Philadelphia y ese atrevido y acertado abogado Joseph Miller (Denzel Washington) y aquella odiosa abogada (ni idea, la actriz es la novia de Doc en Regreso al futuro 3, qué coraje le tengo) que tan bien representa la homofobia y el temor al contagio de la, por entonces, desconocida enfermedad; porque reconozco que me estoy radicalizando más de la cuenta y estoy ahí bastante a la defensiva.
Solo decir que no deja de llamarme la atención un estereotipo tan trillado procedente de una mujer evidentemente de nivel socio-cultural altito.
Porque las cosas que me suelta M.A. (la mujer que le limpia a mi madre) me hacen gracia, porque sé que vienen de la más ingenua ignorancia (en gran parte intencionada, que ella, como diría mi ex, “es mú viva pá lo que quiere”). Como la respuesta que me ha contado hoy que le dio hace unos años cuando su marido aún vivía y estaban los dos en paro y fue a pedir ayuda a una asistenta social que le preguntó que por qué se seguía acostando con su marido:
-¿Qué hago? ¿Me lo saco a la terraza? Por muy enfermo y parado que esté sigue siendo mi marido, hija –genial respuesta, me encanta, la adoro. Es tan astuta como caradura.
El caso es que, aparte de darme la correcta recomendación de no implicarme ni obsesionarme con el platónico divo, me confirmó lo que ya sospechaba: que me estoy enganchando a los ansiolíticos para dormir. Para darle al off cuando la cosa se pone fea y amanecer un nuevo día con el ánimo regenerado, recurriendo a la fácil táctica de la medicación a la que tanto asco le he tenido siempre como dependencia tengo ahora.
Joder, creo que es peor que dejar de fumar. Qué noche más mala que he echado. Pero por mis santos cojones que no pienso depender de esa mierda farmacéutica para dormir a pierna suelta. ¡Con lo que yo he sido que me dormía en lo alto de un ladrillo!
Alprazolam, no puedo decir que ha sido un placer haberte conocido pero, bueno, de bien nacido es ser agradecido. Pero se acabó, seré obediente a mi médica, y te tendré ahí solo para “casos de emergencia”.
Cuando el maligno amenace con volver a sorberme el coco, lo largaré con una jornada de patinaje con Dante, una gallordita o una sesión compulsiva de limpieza y reestructuración de mi habitación, convulsionando con el plumero al son de Fangoria, Mónica Naranjo o cualquiera de estas.
Bienvenidas otra vez chucherías, grasas saturadas de pipas, cacahuetes y demás adictivos frutos secos y porquerías manufacturadas por los colorantes, conservantes y demás mierdas envasadas en plásticos casi tan insanos de digerir como lo que envuelven. ¡Arriba esa “curvita de la felicidad” que también puede gestarse soltero y sin compromiso!
Tampoco será tan complicado. La tarde-noche de ayer la superé, como no, gracias a mi alabable madre. Conseguí cambiar el sentimiento de dependiente patético mantenido, retornado al hogar familiar con 32, estableciendo una patológica relación de amor/odio con ella a lo Norman Bates por la reconfortante sensación de dejarle mi portátil para que pudiera ver online tranquilamente sentada en su ergonómico sofá el último capítulo de Gran reserva: el origen en la sobremesa mientras yo terminaba de recoger la cocina, y sentirme así hasta útil.
Por cierto, que alcanza tal estado de éxtasis con la serie que la gratificante imagen de verla embobada –inmóvil, en la penumbra de las persianas echadas para combatir la calufa y de espaldas– mirando a la pantalla del ordenador no responde a la apariencia de abducción telenovelística, porque cuando le terminó el capítulo me pidió que le pusiera el otro.
-¿El otro cuál, mamá?
-El último.
-El último es el que acabas de ver, mamá.
-Ah… ¿sí? Pues pónmelo otra vez.
Me sentí más él que nunca…