martes, 18 de febrero de 2014

San Tontín, alias San Valentín.


Imagen cortesía de Alejandro DReyes 

(http://instagram.com/doncolor)

Nueva metedura de pata de mi osada pedantería. Resulta que lo de San Valentín no es invento del Corte Inglés, sino que existía desde los romanos. Nunca te acostarás sin saber nada nuevo. San Google me ha esclarecido los verdaderos orígenes del tal San Valentín, por lo visto un sacerdote que porfió a un dictatorial y poco romántico emperador que prohibió el matrimonio a los jóvenes soldados justificando que casados rendían menos en el ejército porque ingresaban en filas abobados por sus enamoradas.
El sacerdote defensor del amor celebraba clandestinos matrimonios incumpliendo el decreto del frío emperador, lo que le costó la cárcel y su ejecución el 14 de febrero del 270.

Así que ya no vale eso de "paso de celebrar San Valentín, eso es un invento" para sentirte así menos víctima de las garras del consumismo.

Eso sí, hay que querer siempre, todos los días del año, y no sólo a novios o novias sino a amigos y amigas, incluso a los/as ex porque, en buena medida, han contribuido a hacernos como somos ahora, a perros y gatos, a madres, hermanos... Y no hay porqué regalar algo del Corte Inglés, ni siquiera algo comprado. Es más, un regalo es más de corazón cuanto más del corazón sale y algo manufacturado y en serie poco suele tener de personal.

Por eso empecé a celebrar la efeméride el día de antes y la alargué a todo el fin de semana de después.

Ésta es la génesis de mi San Valentín 2014:


13 de febrero 2014: Viviendo con el hada que yo no veía.


A veces soy tan desastre que no sé ser ni buen mariquita. 
Se dice que los gays somos los mejores amigos que una mujer puede tener. Odio los tópicos, pero éste creo que tiene bastante de cierto. 
Por eso mea culpa haber fallado como "mejor" amigo de quien es mucho más que mi "mariliendre", una de mis "muy mejores" amigas, la futura madre de mi hij@, mi tabla salvavidas en tantas ocasiones y quien está permitiendo con su cobijo que esté pudiendo rehacer mi vida poquito a poco.
El escudo de su dolor lo sentí como ataque y me lo llevé a lo personal, distanciándome de ella. No supe interpretar sus señales de reclamo de atención y dedicación.
Presumo de tener un desarrollado lado femenino pero lo cierto es que no dejo de ser un desconcertado y simplón tío (suerte que yo no tengo a una mujer por pareja; desde aquí, por cierto, mis sinceras condolencias a los hombres heterosexuales, marronazo el vuestro). Me pavoneo de literato, más ahora que me dan la oportunidad de darle clases particulares de Lengua y Literatura a un chaval de 1º de Bachillerato, pero emocionalmente soy un absoluto analfabeto, ignorante de la expresión y captación de sentimientos.
Gracias a Dios ella me perdona y acepta mis disculpas a destiempo.
Te quiero, hada de piso.


14 de febrero 2014: Dante y Alba: una historia de amor concertada.

Mi cuadrúpedo acompañante de vida por fin ha mojado el churro. Ya está confirmado. Se reencontraron en un día tan especial como el del susodicho San Valentín y, aunque ella al principio se hacía la inaccesible, la química entre ambos era palpable desde el primer momento.
Dicen que los perros se parecen a los dueños. Y a mí a cabezón y persistente no me gana nadie.
Habrá quien opine que antes de traer nuevos perros al mundo hay que acoger a los cientos de miles que están abandonados por todo el mundo. Opino lo mismo de traer hijos humanos biológicos, pero no juzgo a nadie. Pido que se haga lo mismo conmigo.
Quien quiera que lo entienda, pero para mí un cachorro de Dante lleva un profundo trasfondo personal.
Lo recogimos con un año, perdiéndonos su infancia. Sufrió nuestra separación y casi lo llegamos a utilizar como moneda de cambio que al final terminé ganando yo.
Quiero estar en paz y devolverle el ofrecimiento a quien cedió dármelo. Ya que lo acepte o no es decisión de él, pero a mí me parece el final más bonito para cerrar por fin rencores y sufrimientos. Y la forma más pacífica de desvincularme por completo de quien tanto quise, por quien tanto sufrí, a quien tanto odié y a quien empiezo a considerar como un capítulo pasado de la vida que sigo escribiendo hacia adelante.

Me gustaría que alguien te hiciera llegar mis palabras de despedida, y también este video para que veas lo guapo que está y lo encantador que sigue siendo.


15 de febrero 2014: Conciertazo-descubrimiento abrazado y con besos.

Someday you're gonna be around me
and i hope that you make up next to me...

Y las cosas que me dices todavía no me las creo.
Mírame a los ojos y déjame guardarlo con el tiempo...
Déjame, déjame...

Leave me alone, leave me alone, leave me alone...


Y hablando de regalos no materiales salidos del corazón, fui tan tonto que a punto estuve de no aceptar el de quien se está convirtiendo en mi bípedo compañero de vida. Mi tándem hoy por hoy. Gracias, vida. Por el concierto y por ser como eres. Ojalá esto que parece ir naciendo dure mucho.

Imagen cortesía de Alejandro DReyes 
(http://instagram.com/doncolor)

Que mis monerías te lo sigan pareciendo siempre, que no empiecen a sacarte de quicio nunca. Este beso es para ti, por el que ayer te dejé a deber.



martes, 11 de febrero de 2014

¡Gracias con la vista y las manos "levantás" hacia arriba!



A pesar de lo agnóstico que me sigo considerando, llevo todo el día mirando hacia arriba y dando las gracias. Aunque sea por inercia, por costumbre inculcada desde crío.

Gracias porque esté de nuevo en casa.

Gracias por ir devolviéndole de nuevo, poco a poco, la vida.

Gracias por traérnoslo de vuelta. A todos/as. Al mundo.

Gracias porque hoy me haya escrito él directamente un wathsapp, después de semanas recibiendo los de otros. Detallados informes sobre su estado, en un comando de amigos que nos íbamos informando en cadena de la más mínima novedad sobre su evolución.

Gracias porque haya servido de algo su sufrimiento, el de su familia; y el de los ratos diarios que todos los que le queremos hemos dedicado, confiando en el poder de la mente, a mandarle energías positivas.

A pesar de lo nublado del día de hoy, del frío y de las banales preocupaciones con solución a las que he invertido la mayoría de la jornada; luzco esa sonrisilla de tonto porque la vida sigue molando.

Porque la vida sigue...



¡Esta ola wathsappera va por ti, campeón!
¡Con dos cojones!

sábado, 1 de febrero de 2014

Money money money...



Money makes the world go around
the world go around
the world go around

Money makes the world go around
it makes the world go'round...


Los clásicos lo son porque nunca pasan de moda. Tratan temas siempre humanos y crean himnos, slogans reconocidos generación tras generación.
Cuánto de universal hay en Cabaret. Cuánto de cierto en sus letras y tramas.


Reconozcámoslo, el dinero mueve nuestro mundo. Invertimos más de media vida en ganarlo (o intentarlo), a penas los cinco primeros días de mes en gastarlo en cosas que creemos imprescindibles y toda nuestra existencia en encadenarnos a él con deudas y trampas. El dinero está presente en todas y cada una de nuestras decisiones. Reconozcámoslo.

Tenía lo que consideraba una premisa inmutable en mi vida. Una de ellas. Otra que termina cayéndose por su propio peso, porque ya me la estoy replanteando.
No sacarme nunca jamás de los jamases una tarjeta de crédito.
Cuando uno empieza a verse literalmente, sin matices ni falsos "autocompadecimientos", sin un céntimo, en situaciones límite, empieza a pensar que a lo mejor no es una solución tan descabellada.

A fin de cuentas, casi todo el mundo tiene al menos una. No debe ser tan malo.


A mark, a yen, a buck or a pound
a buck or a pound
a buck or a pound
Is all that makes the world go around,
that clinking clanking sound
Can make the world go'round

Money money money money money money
money money money money money money
money money money money money money
money money money money...

Todo empezó en Madrid, hace una semana. A las puertas de FITUR. Mi saldo disponible (a débito), entre la cuenta nómina -que perdió su razón de ser desde que volví al paro- y la naranja -una supuesta cuenta de ahorros que nunca ha tenido sentido porque la mantengo desde hace meses con menos de cinco euros por temor a que si la dejo a cero me la quiten o me cobren algo- no llegaba a los diez euros (prometo que no exagero).
En un arrebato de chulería y desobediencia a las siempre sabias palabras de mi señora madre, a pesar de dicha pobreza, me envalentoné ("infundir valentía O ARROGANCIA") a la aventura confiando en que me conseguirían la credencial que me daría acceso a la feria sin tener que pagar por la entrada.

Mojón mí. Al final todo el mundo mira por su culo y me dio vergüenza reconocer que estaba fuera sin poder entrar por no tener dinero.

Un ridículo traspaso de tres euros de la cuenta naranja a la nómina hubiera bastado para pagar con plástico y poder entrar pero ¡ah, amigo! no se te ocurrió llevar contigo la tarjeta de coordenadas para poder hacer dicho traspaso por internet, así que ahora te jodes.

Tras momentos de pánico, rencor hacia toda la especie humana y sentimientos de culpabilidad por mi propia pobreza; me planteé hacer acopio de caradura suficiente para pedirle los tres euros a algún alma caritativa desconocida de las que bullían por ahí, tal y como hice hace años cuando volvía de examinarme de las oposiciones.

Pobre muchacha. La cogí a traición en la cola de la ventanilla con su vuelta en la mano, antes de que le hubiera dado tiempo siquiera a guardarla en la cartera. El reluciente billete de cinco euros que yo necesitaba para poder coger el siguiente tren y llegar a tiempo al trabajo porque, por entonces, seguía considerando imposible conseguir la, por entonces, ansiada plaza de funcionario.
Tuve la desfachatez de darle de vuelta dos euros.
-Sólo me hacen falta tres. Muchas gracias de verdad. Me salvas la vida.
Y después la total desvergüenza de subirme, delante de sus narices, en preferente mientras ella entraba en clase turista mirándome atónita. 
La única plaza libre era ésa, así que no tuve más remedio que degustar por primera y única vez en mi vida un almuerzo en los vagones de primera clase del AVE. No es para tanto, por cierto.

Con mis treinta y tres primaveras actuales, en cambio, no fui capaz de hacer lo mismo y recurrí al salvavidas fraternal con un desesperado wathsapp ("¡S.O.S., hermano!") pidiendo una transferencia -tener la misma entidad bancaria permite semejante inmediatez- de diez euros.

La cosa siguió de vuelta a Sevilla, cuando después de una semana a base de picos con la riquísima y adictiva zurrapa con la que fui obsequiado por otra de mis salvavidas humana, mi estómago duplicó su diámetro y mi intestino se atascó en una absoluta negativa a expulsar ningún residuo sólido. 
Tuve que volver a tragarme el orgullo y tirar, en esta ocasión, del vínculo filial. Mi santa madre y su santa compasión y su santa buena costumbre de guardar reservas para las vacas flacas cual previsora hormiguita.
Y es que, como siempre, el inoportuno recibo del seguro del coche llegó en el peor momento y me hizo recibir aquel mensaje del banco que tan familiar me es últimamente. 
"Dispone de tres días para hacer un ingreso y evitar que su recibo pendiente no sea devuelto".


Sobrevivo al estreñimiento crónico y a las carencias nutritivas gracias a la mendicidad de desayunos y cenas de quien se está convirtiendo en otra de mis ONG particulares. Una ricura de pelo rizado, colmillos afilados en preciosa sonrisa, piel tibia y pies colosales (además de otros atributos a destacar que no vienen ahora al caso -el mayor, quiero aclarar, el corazón, por si alguien había pensado en fálicas connotaciones-).

Por más que vayas en punto muerto en las bajadas y pises lo menos posible el acelerador, la reserva no puede apurarse más de cuatro días y hay que terminar echándole aunque sea otros diez eurillos de gasolina (ni siete litros, por cierto, qué ruinazo) a aquel artilugio, dicho sea de paso, que supone la mayor de las trampas de querer creerse clase media porque no es sólo el combustible y las interminables letras mensuales; son también seguro, impuestos, reparaciones, etcétera etcétera.

Las consecuencias de mi pobreza empiezan a ser también físicas. Luzco un feo orzuelo en el ojo derecho a cuenta de haber apurado las lentillas mensuales mucho más tiempo del que debiera (me da vergüenza decirlo). Ni que decir tiene que los próximos meses iré siempre con las gafas.
Lo mismo de mi aparente casual barba: no hay nada de intencionado en mi actual look macarra, es simplemente que no tengo ni para cuchillas ni espuma de afeitar ni after shave (sí, uno es pobre pero tiene la piel demasiado sensible como para afeitarse a pelo, qué le vamos a hacer). Y, para terminar, un tampoco calculado nuevo olor a macho ibérico, consecuencia del abandono de la colonia, el desodorante y la falta de higiene al contar con sólo cuatro calzoncillos para una estancia que va ya por las dos semanas (por suerte, no tuve que recurrir a ponérmelos dándoles la vuelta como llegué a creer que iba a tener que hacer; de nuevo conté con la ayuda de samaritanas lavadoras ajenas).

Por todo eso y por el anhelado salto no ya a la clase media, sino a la más selecta burguesía -porque hoy día en España lo de la vivienda digna ha dejado de ser un derecho constitucional para convertirse en un artículo de lujo sólo al alcance de unos pocos afortunados-, me planteo lo de la tarjeta de crédito.

Más ahora que vuelvo a trabajar en "temas bancarios". No ya con préstamos, sino con tarjetas de crédito.

Un "sensible" historiador del arte acaba manejando números. Un concienciado animador sociocultural termina dirigiéndose a "su colectivo" en términos financieros.
Y un buscavidas, pobre, idealista, soñador y menos humilde de lo que se cree, a veces, empieza a notarse cansado de dar vueltas y va necesitando cierta estabilidad, un lugar medio fijo, al menos, donde poder guarecerse. 

Es la primera vez en toda mi vida que empiezo un contrato de obra y servicio como teleoperador deseando que se alargue lo máximo posible, con idea de terminar de reponerme económicamente, poner al día mis deudas, terminar de pagar el coche y descansar un poco en cierta cotidianidad.
Si hace años solicitaba reducción de jornada, ahora querría que las veinte horas semanales con que empiezo se conviertan más adelante en, al menos, treinta.
La panacea del sueldo mileurista es ya un inalcanzable, pero al menos que trabajar no me cueste dinero. Aunque, eso sí, sigo manteniendo que quiero contar con tiempo libre para seguir adelante con mis "proyectos".  

If you happen to be rich
and you feel like a night's entertainment
...Money!
You can pay for a gay escapade

... Money money money money money money
money money money money money money
money money money money money money
money money money money...




Pd.: Ya he solucionado mi problema de taponamiento intestinal. El siempre efectivo recurso de meter los nervios por el primer día de trabajo en el estómago no falla nunca.