Money makes the world go around
the world go around
the world go around
Money makes the world go around
it makes the world go'round...
Los clásicos lo son porque nunca pasan de moda. Tratan temas siempre humanos y crean himnos, slogans reconocidos generación tras generación.
Cuánto de universal hay en Cabaret. Cuánto de cierto en sus letras y tramas.
Reconozcámoslo, el dinero mueve nuestro mundo. Invertimos más de media vida en ganarlo (o intentarlo), a penas los cinco primeros días de mes en gastarlo en cosas que creemos imprescindibles y toda nuestra existencia en encadenarnos a él con deudas y trampas. El dinero está presente en todas y cada una de nuestras decisiones. Reconozcámoslo.
Tenía lo que consideraba una premisa inmutable en mi vida. Una de ellas. Otra que termina cayéndose por su propio peso, porque ya me la estoy replanteando.
No sacarme nunca jamás de los jamases una tarjeta de crédito.
Cuando uno empieza a verse literalmente, sin matices ni falsos "autocompadecimientos", sin un céntimo, en situaciones límite, empieza a pensar que a lo mejor no es una solución tan descabellada.
A fin de cuentas, casi todo el mundo tiene al menos una. No debe ser tan malo.
A mark, a yen, a buck or a pound
a buck or a pound
a buck or a pound
Is all that makes the world go around,
that clinking clanking sound
Can make the world go'round
Money money money money money money
money money money money money money
money money money money money money
money money money money...
Todo empezó en Madrid, hace una semana. A las puertas de FITUR. Mi saldo disponible (a débito), entre la cuenta nómina -que perdió su razón de ser desde que volví al paro- y la naranja -una supuesta cuenta de ahorros que nunca ha tenido sentido porque la mantengo desde hace meses con menos de cinco euros por temor a que si la dejo a cero me la quiten o me cobren algo- no llegaba a los diez euros (prometo que no exagero).
En un arrebato de chulería y desobediencia a las siempre sabias palabras de mi señora madre, a pesar de dicha pobreza, me envalentoné ("infundir valentía O ARROGANCIA") a la aventura confiando en que me conseguirían la credencial que me daría acceso a la feria sin tener que pagar por la entrada.
Mojón pá mí. Al final todo el mundo mira por su culo y me dio vergüenza reconocer que estaba fuera sin poder entrar por no tener dinero.
Un ridículo traspaso de tres euros de la cuenta naranja a la nómina hubiera bastado para pagar con plástico y poder entrar pero ¡ah, amigo! no se te ocurrió llevar contigo la tarjeta de coordenadas para poder hacer dicho traspaso por internet, así que ahora te jodes.
Tras momentos de pánico, rencor hacia toda la especie humana y sentimientos de culpabilidad por mi propia pobreza; me planteé hacer acopio de caradura suficiente para pedirle los tres euros a algún alma caritativa desconocida de las que bullían por ahí, tal y como hice hace años cuando volvía de examinarme de las oposiciones.
Pobre muchacha. La cogí a traición en la cola de la ventanilla con su vuelta en la mano, antes de que le hubiera dado tiempo siquiera a guardarla en la cartera. El reluciente billete de cinco euros que yo necesitaba para poder coger el siguiente tren y llegar a tiempo al trabajo porque, por entonces, seguía considerando imposible conseguir la, por entonces, ansiada plaza de funcionario.
Tuve la desfachatez de darle de vuelta dos euros.
-Sólo me hacen falta tres. Muchas gracias de verdad. Me salvas la vida.
Y después la total desvergüenza de subirme, delante de sus narices, en preferente mientras ella entraba en clase turista mirándome atónita.
La única plaza libre era ésa, así que no tuve más remedio que degustar por primera y única vez en mi vida un almuerzo en los vagones de primera clase del AVE. No es para tanto, por cierto.
Con mis treinta y tres primaveras actuales, en cambio, no fui capaz de hacer lo mismo y recurrí al salvavidas fraternal con un desesperado wathsapp ("¡S.O.S., hermano!") pidiendo una transferencia -tener la misma entidad bancaria permite semejante inmediatez- de diez euros.
La cosa siguió de vuelta a Sevilla, cuando después de una semana a base de picos con la riquísima y adictiva zurrapa con la que fui obsequiado por otra de mis salvavidas humana, mi estómago duplicó su diámetro y mi intestino se atascó en una absoluta negativa a expulsar ningún residuo sólido.
Tuve que volver a tragarme el orgullo y tirar, en esta ocasión, del vínculo filial. Mi santa madre y su santa compasión y su santa buena costumbre de guardar reservas para las vacas flacas cual previsora hormiguita.
Y es que, como siempre, el inoportuno recibo del seguro del coche llegó en el peor momento y me hizo recibir aquel mensaje del banco que tan familiar me es últimamente.
"Dispone de tres días para hacer un ingreso y evitar que su recibo pendiente no sea devuelto".
Sobrevivo al estreñimiento crónico y a las carencias nutritivas gracias a la mendicidad de desayunos y cenas de quien se está convirtiendo en otra de mis ONG particulares. Una ricura de pelo rizado, colmillos afilados en preciosa sonrisa, piel tibia y pies colosales (además de otros atributos a destacar que no vienen ahora al caso -el mayor, quiero aclarar, el corazón, por si alguien había pensado en fálicas connotaciones-).
Por más que vayas en punto muerto en las bajadas y pises lo menos posible el acelerador, la reserva no puede apurarse más de cuatro días y hay que terminar echándole aunque sea otros diez eurillos de gasolina (ni siete litros, por cierto, qué ruinazo) a aquel artilugio, dicho sea de paso, que supone la mayor de las trampas de querer creerse clase media porque no es sólo el combustible y las interminables letras mensuales; son también seguro, impuestos, reparaciones, etcétera etcétera.
Las consecuencias de mi pobreza empiezan a ser también físicas. Luzco un feo orzuelo en el ojo derecho a cuenta de haber apurado las lentillas mensuales mucho más tiempo del que debiera (me da vergüenza decirlo). Ni que decir tiene que los próximos meses iré siempre con las gafas.
Lo mismo de mi aparente casual barba: no hay nada de intencionado en mi actual look macarra, es simplemente que no tengo ni para cuchillas ni espuma de afeitar ni after shave (sí, uno es pobre pero tiene la piel demasiado sensible como para afeitarse a pelo, qué le vamos a hacer). Y, para terminar, un tampoco calculado nuevo olor a macho ibérico, consecuencia del abandono de la colonia, el desodorante y la falta de higiene al contar con sólo cuatro calzoncillos para una estancia que va ya por las dos semanas (por suerte, no tuve que recurrir a ponérmelos dándoles la vuelta como llegué a creer que iba a tener que hacer; de nuevo conté con la ayuda de samaritanas lavadoras ajenas).
Por todo eso y por el anhelado salto no ya a la clase media, sino a la más selecta burguesía -porque hoy día en España lo de la vivienda digna ha dejado de ser un derecho constitucional para convertirse en un artículo de lujo sólo al alcance de unos pocos afortunados-, me planteo lo de la tarjeta de crédito.
Más ahora que vuelvo a trabajar en "temas bancarios". No ya con préstamos, sino con tarjetas de crédito.
Un "sensible" historiador del arte acaba manejando números. Un concienciado animador sociocultural termina dirigiéndose a "su colectivo" en términos financieros.
Y un buscavidas, pobre, idealista, soñador y menos humilde de lo que se cree, a veces, empieza a notarse cansado de dar vueltas y va necesitando cierta estabilidad, un lugar medio fijo, al menos, donde poder guarecerse.
Es la primera vez en toda mi vida que empiezo un contrato de obra y servicio como teleoperador deseando que se alargue lo máximo posible, con idea de terminar de reponerme económicamente, poner al día mis deudas, terminar de pagar el coche y descansar un poco en cierta cotidianidad.
Si hace años solicitaba reducción de jornada, ahora querría que las veinte horas semanales con que empiezo se conviertan más adelante en, al menos, treinta.
La panacea del sueldo mileurista es ya un inalcanzable, pero al menos que trabajar no me cueste dinero. Aunque, eso sí, sigo manteniendo que quiero contar con tiempo libre para seguir adelante con mis "proyectos".
If you happen to be rich
and you feel like a night's entertainment
...Money!
You can pay for a gay escapade
... Money money money money money money
money money money money money money
money money money money money money
money money money money...
Pd.: Ya he solucionado mi problema de taponamiento intestinal. El siempre efectivo recurso de meter los nervios por el primer día de trabajo en el estómago no falla nunca.
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