23 de junio 2013.
Voy a dejar de ir a la psicóloga. Ciento veinte euros mensuales que invertir en otras cosas. Decidido. Ahora que a mi prestación por desempleo le queda cada vez menos y ahora que trabajo como free lance, pero sobre todo ahora que ya estoy cuerdo de nuevo. Incluso más que antes diría.
He pasado de anularme y odiarme tanto que dejé de tenerme en cuenta, y ahora rozo el narcisismo. Tampoco debe ser sano, pero menos autodestructivo desde luego. Y en el fondo, solo lo siento de vez en cuando, esporádicamente y con un poquito de alcohol, amigos y juerga de por medio.
A última hora tuve una idea que sigo pensando que estuvo tan genial que si hubiera visto a otro tío con mi misma guisa no hubiera dudado en apuntarme el número de móvil que llevaba puesto en su camiseta para mandarle un wathsapp.
Sobra decir que volví tal como fui. Bueno, más caliente si cabe. Y con doble dosis de amor testicular. Pero en un ejercicio de total psicología positiva, o de narcisismo excesivo, como digo, me he consolado pensando que “mis complementos” y mi camiseta tuneada más que atraer, ahuyentaba. Cohibía tanto un reclamo tan explícito.
Igual, como me pasa cuando mando mi mensaje al universo, no fui lo suficientemente claro. No quería solo un polvo, o sí. No quería un futuro marido, o sí. No quería un extremista reivindicativo activista del movimiento LGTB, o sí. Alguien concienciado y con ganas de trabajar por cambiar el mundo, desde uno u otro campo laboral. O sí. Una profunda reflexión sobre la vida y la muerte, la historia y el futuro. O un simple marujeo sobre trapitos y pamplinas.
No fui claro. No resulté atractivo ni desperté interés en nadie. En nadie que a mí también me interesara, no es pegote, algo hubo, poco, pero algo, poco. No me comí un colín, que diría Mecano.
Pero para suplir esa carencia he empezado a volcar en mí mismo todo el amor que tengo para dar. Porque yo lo valgo y porque ya no tengo abuela.





No hay comentarios:
Publicar un comentario