jueves, 19 de diciembre de 2013

No todavía. No así.

Hablar de él es hablar de calidad humana, fortaleza, valentía y belleza -en el sentido más amplio de la palabra-.

La mayoría de mortales cobardicas, en su situación, estaríamos demasiado ocupados en terminar de consumirnos, rendidos ante las devastadoras estadísticas en lugar de aferrarnos, como él hace, a las escasas (que no inexistentes) esperanzas.
Nos pasaríamos el día autocompadeciéndonos en vez de reírnos de nosotros mismos y de nuestras miserias, terapéutica práctica sólo alcanzable por las almas grandes como la suya que, admirablemente, sigue luciendo su característico y genial sentido del humor y una más que positiva psicología, toda una filosofía de vida, de supervivencia.

Me enamoré de él idealizándolo desde niño.
El buenorro amigo de mis hermanas mayores hacía su magistral aparición ante mis todavía impresionables ojos adolescentes, envuelto en el atractivo halo de monologuista, actor, deidad artística, morboso, inalcanzable, de impoluto negro, guapo, guapísimo.

No es una exageración referirme a él como al hombre más guapo (tridimensionalmente hablando, después del David de Miguel Ángel) que hasta entonces había contemplado.
Aún hoy, desde el prisma de mis hipermétropes y ya desencantados ojos, me lo sigue pareciendo.


Labios de ensueño, mirada penetrante y rasgos de perfecto actor hollywoodiense. De los guapos guapos: Paul Newman, Rock Hudson, James Dean y demás moradores del Olimpo cinematográfico que trascienden todos los tiempos.
Facciones angulares, imponentes; todo un deleite si hubiera sido muso de cualquier escultor grecorromano de la época por lo exacto de sus cánones, milimétricos, no clásicos, atemporales, por encima de estéticas y modas. Porque también habría hecho las delicias de cualquier pintor romántico, cubista o incluso las de un amateur coetáneo de estilo indefinido como yo, que lo sigo flipando cada vez que le miro a la cara o veo una foto suya.

Quizá por eso, hasta hace poco, creía haberme vuelto a enamorar de él; cuando en realidad lo estaba más de su belleza que de su persona como posible pareja real para mí.
Ahora que tengo la inmensa suerte de ir conociéndole cada día un poco más, con mayor madurez y menor Síndrome de Stendhal, he aceptado y comprendido la trillada frase con que en su día, cuando me declaré abiertamente, me dio calabazas (de las gordas además).
Te prefiero como amigo. ¡Zas en toda la boca!

La amistad no es menos que el amor, ni mucho menos, valga la redundancia.
El amor tiene un apestoso componente de posesión y un tonto punto de coquetería que yo ya he superado cuando estoy con él. La antigua y primaria atracción sexual que sentía por él ahora es racionalizada por la cabeza de arriba (la de abajo es extremadamente impulsiva y por intentar meterse donde sea muchas veces acaba metiendo, pero la pata y bien hasta el fondo).

Me sigue encantando, claro que sí. Decir lo contrario sería mentir. Y estoy seguro de que nunca dejará de hacerlo. Pero de otra manera. Ahora yo también pienso que ser amigos es más, no menos. Que, en este caso, esta relación de amistad no es el resquicio de las migajas sobrantes de nada.

Infravaloramos la amistad para magnificar otro sentimiento mucho más animal y traicionero como es el amor. 
Parafraseando a alguien (disculpas por la ignorancia): quien tiene un amigo tiene un tesoro. 
Amén de esos de verdades como catedrales de grandes.

Yo le tengo a él como amigo y él me tiene a mí. Y le voy a seguir teniendo.
Cuando alguien es tan especial que se preocupa más por el dolor ajeno que por el propio no merece un final así. Aunque tampoco merecería lo que le ha caído encima pero la vida, a veces, es así de jodida y no nos queda otra que aguantarnos.
Desde que le fue comunicado tan fatal diagnóstico, su principal preocupación era cómo suavizar la noticia a sus padres, antes incluso de derrumbarse por lo que se le avecinaba.
Eso sólo lo hace un hombre en mayúsculas y con todas las letras.
Por supuesto que no me refiero al estereotipo de "fuerza varonil", estúpida expresión que secunda a las mujeres como el "sexo débil", expresión aún más imbécil por injusta y absurda. Lo mismo que decir para calificativos como "nenaza" o "maricona", casi siempre asociados a debilidad.
Ser sensible no es ser débil, sino frágil. Y ser frágil no es ser un blandengue, ni llorón es llorica.

Me gustaría ver a más de uno de los que se jactan con la boca llena de ser "hombres de verdad", siguiendo la tónica de los tópicos, en su situación. Jiñaditos como mariconas estarían.

Ingenuas células malignas le atacan creyendo que van a poder resquebrajar la solidez de un esqueleto que se ha echado a la espalda, desde la escápula, el peso de su enfermedad, no para cargarla como una cruz sino para combatirla como reto vital.

¿Por qué va a engrosar las más numerosas estadísticas? ¿Por que no va a ser lo que como persona ya es: una excepción?

El mundo ya está lleno de personas normales y corrientes, no podemos prescindir de las extraordinarias.
Y no lo digo como súplica. Creo firmemente que va a salir adelante y no sólo por el puro egoísmo de seguir "usándole" como muso o "abusando" de su amistad y bondad para contar con él como acompañante incondicional y gratuito de otro de mis disparatados proyectos cuasi artístico, ni por los buenos ratos compartidos de confidencias y risas; sino porque si de verdad hay alguien encargado de dejarnos en este mundo más o menos tiempo, entenderá que a él todavía le queda mucho por hacer aquí abajo y le concederá muchos más años con buena calidad de vida.

Por eso yo y tod@s l@s que le queremos (media humanidad, cualquier persona que haya hablado con él más de dos minutos), vamos a seguir teniéndole durante mucho tiempo porque no se puede ir, no todavía. No así.


viernes, 13 de diciembre de 2013

Cuando ir a por psicofármacos sigue siendo cosa de locos...


Pues sí. Uno se creía volver a estar en sus cabales hasta hoy, día en que le ha tocado hacer uso del traslado temporal de médico de cabecera porque en su tarjeta sanitaria estaban caducadas las recetas de su medicación.

Colaboro con la revista FAEM (Asociación de Familiares y Allegados Enfermos Mentales) desde hace unos meses. Empecé por el puro egocentrismo de ver mis escritos publicados, seguí casi por obligación en un compromiso verbal adquirido con su director y ahora, hoy, ratifico mi colaboración por verdadera convicción en lo que el proyecto de esa revista significa: un intento de visibilización de la enfermedad mental para su desestigmatización social. Desde la normalización, con una apuesta arriesgada de humor e intento de dignificar la controvertida palabra "loco" (y un poquito de subversión escandalizadora porqué no, la polémica siempre hace las cosas más públicas). 

Y es que a día de hoy, estar loco sigue sin estar bien visto. O, mejor dicho, sin estar visto con normalidad, igual que lo está estar diabético o miope, por ejemplo.

A las pruebas me remito. 
Me encantaría haber fotografiado las caras de la farmacéutica a la que antes de ayer le di mi tarjeta sanitaria y la del médico de cabecera cuando esta mañana me ha pasado consulta y le he nombrado las dos palabras que han presionado su botón de alerta. 

Prozac y ansiolítico.


Inmediatamente han levantado la vista de su ensimismamiento y en sus ojos he leído el pensamiento "Eh, ojito, que tengo en frente a un loco, cuidadito con lo que le doy".

El proceso es curioso, lógico y paradójico, todo a la vez.


La farmaceútica me dio el prozac sin receta, cobrándome el "precio de mercado" y diciendo que exageraba cuando le manifesté mi incomprensión a que sí pudiera darme lo uno sin receta y lo otro no. "No, hombre, no, como pastillas juanola no damos el prozac, pero para el ansiolítico sí necesitas receta".

¿No son ambas cosas medicación para locos?

No entiendo nada.

Total, que me he tenido que ir hoy al ambulatorio para que el médico me renovara la receta. Su careto era un poema. 

-Pero... ¿esto quién se lo ha recetado?

Ya basta de tabúes.

-La psiquiatra de la Unidad de Salud Mental, pero según la farmacéutica que me atendió, ya la receta me la hace el médico de cabecera.

"No sé, soy nuevo en esto de la locura" me han entrado ganas de decirle.

¿Por qué esa mirada de rechazo?

¿Por desconfianza?

Vale, fui un potencial suicida de pastillas. Mea culpa. Pero ya no me quiero morir, todo lo contrario, tengo muchísimas ganas de saber qué me espera mañana y pasado y el otro.

Pero, va, aceptamos desconfianza por antecedentes... En tal caso... Igual de peligroso puede ser el Prozac que el ansiolítico, ¿no? Diría que incluso más... ¿Por qué uno se me administra sin receta y el otro está vetado como si un yonki estuviera pidiendo caballo? En cantidades excesivas, el Prozac puede provocar taquicardias, convulsiones y aceleraciones de todo el organismo; mientras que el ansiolítico lo más que te va a hacer es dormirte plácidamente en hibernación.

De verdad, fuera de bromas, que no tiene lógica se mire por donde se mire.

Quede claro, para tranquilidad de tod@s, que el ansiolítico ya no lo tomo, sólo muy de vez en cuando, pero me tranquiliza saber que "lo tengo ahí por si acaso". Claro que crea adicción, igual que el tabaco, el alcohol o cualquier otra droga, pero creo que me hace más bien dormir plácidamente con esa ayuda externa la noche que el estrés acumulado por el trabajo o la aceleración del ansia por hacer en un día cosas que debería hacer en cuatro me desvela, que meterme cualquier otro tipo de droga.

Al fin y al cabo, tod@s somos adict@s a algo. Que tire la primera piedra quien no.
Los mimos y el sexo matutino ahora me quedan a más de 600 kilómetros de distancia, así que tengo que recurrir a otro tranquilizante a veces.

Ya digo, y por favor, que no cunda el pánico, que me gusta tenerlo como disponible "en caso de emergencia". En cierto modo, la dependencia más grave no es tanto la posible adicción física que pueda crear sino la psicológica de sentir que, en cierto modo, tu recuperado equilibrio mental se debe a las pastis, por lo que te da cierto miedo dejar de tomarlas, aunque también lo necesitas para demostrarte a tí mismo que ya no estás loco.


En el último número (12) de la revista de FAEM he tenido el privilegio de contar con toda una sección de una página entera para hablar de un loco, historia del flamenco gaditano. Gabriel Macandé.

Mi intención, además de la testimonial, ha sido la de resaltar su parte de loco, junto a la de genio.
Loc@s l@s ha habido siempre, y los hay y, según los pronósticos, cada vez l@s habrá más. ¿Por qué no empezar a normalizar el tema de la locura?

Coño, sí, voy a la farmacia a por mis psicofármacos y al médico de cabecera a por mis recetas. Claro que tiene que ser un tema controlado, pero, por favor, o todos o ninguno, la absurda diferenciación no la entiendo; y, por favor, también un poquito de disimulo por parte de los profesionales sanitarios, que queda muy gracioso y valiente decir que estoy loco, pero, joder, sugestiona un huevo sentir que para el resto del mundo lo sigues siendo.



jueves, 12 de diciembre de 2013

Zorrupia corta-alas amputa-creatividad.

No termino de acatar la estricta normativa jerárquica y deshumanizada de esta colmena de humanos robotizados atados a unos auriculares con pinganillo para que su voz de máquina atraviese el tímpano de su interlocutor entrando directamente en su cerebro para intentar idiotizarlo con el idiota tono con que su emisor se dirige a él para venderle, por más que nos quieran hacer creer que se trata de algo más que eso, este puto trabajo consiste en ser idiota, idiotizar y vender. Vender y vender, no hay más.
No entiendo por qué mi jefa me ha cambiado hoy de puesto sin ninguna explicación y a mis dos compañeros de campaña no. ¿Porque estaba de risas con ellos mientras no nos entraban llamadas? ¿Porque dedicaba los minutos muertos a dibujar en mi cuaderno?



La gran contradicción es tener ganas de hablar con alguien que te escuche después de haber soltado la misma parrafada a más de cien personas en una sola tarde.
¿Por qué coño le da coraje? ¿Está frustrada en su puesto de "superiora", amargada cobrando más y viviendo menos? ¿tanto le jode que yo sea capaz de robotizarme y hacer mi trabajo igual que lo haría si me pasara las seis horas de interminable jornada con los ojos pegados a la pantalla del ordenador, tenga o no una llamada en ese momento?
Me enerva todavía más porque nadie hace eso, ni nuevos ni veteranos, ni comerciales frikis ni desmotivados perdedores con aires de artista resignados a realizar un trabajo que odian y que les da poco menos que asco, como yo.
Todos aquí intentamos sobrevivir a la lentitud del segundero de estos relojes de centralita cuando las pocas neuronas que te van quedando de tanto repetir cual papagayo las mismas gilipolleces una y otra vez empiezan a querer irse a descansar. Cuando te notas el diafragma tan hinchado de solo coger aire sin soltarlo para decir todo el texto de corrido y así "cumplir objetivos", en un vano intento de que no les dé tiempo a colgarte porque eso te hace sentir todavía más estúpido.


Llega un momento en el que empiezas a tener serios problemas de dicción, atascándote siempre en la misma dichosa palabra que terminas pronunciando como un gangoso para mofa de tu interlocutor.
En esos momento, tod@s (aunque mi jefa quiera hacerme creer que soy sólo yo) dejamos de tener nuestros sentidos al cien por cien en aquello que decimos, escuchamos, "rebatimos" con "argumentos" huecos y manidos e intentamos vender. Un préstamo en unas condiciones que seguramente ninguno de nosotros pediríamos porque no nos convencerían sus maravillosísimas y personalizadísimas condiciones, expuestas en una molesta llamada con la chirriante y sobreactuada voz que al final tod@s, sin remedio, acabamos adoptando. Pretender convencer a alguien en dos minutos para endeudarse los próximos diez años es tomarlo por imbécil, y la mayoría lo sabe.
Al principio, mi jefa iba de "buen rollo" conmigo, dirigiéndose a mí con tono amable y en ocasiones hasta cómplice. Llegué a empatizar con ella deduciendo por su forma de hablar y algunos comentarios que me hizo que era de "mi rollo" y que, como yo, dejaba escrúpulos e ideales en casa antes de venirse a trabajar para conseguir el dinero que le permitiera no depender de nadie. Mal de muchos consuelo de tontos, pero de alguna manera sí que te hace conectar más con un@s que con otr@s.
Sin embargo, poco a poco, empezó a tratarme también como a un imbécil. Y yo he empezado a interpretar intencionadamente ese papel ante ella. Si lo que vas a decir puede provocarte enemistades con aquel de quien depende, en buena medida se supone, que sigas o no trabajando; mejor boquita cerrada y ojitos de cordero degollado como si la bronca que te está echando te afectara (que, en realidad, muy a mi pesar, sí que afecta) o, al menos, para que confunda tu total desinterés y desmotivación por este trabajo con simple estupidez.
Como tampoco soy demasiado listo, no se me da mal pasar por tonto integral sin que se perciba lo sarcástico de mi actitud.
Lo que ya me cuesta más tragar son los abusos de poder, sentirme injusta y encubiertamente atacado por haber hecho lo mismo que mis compañeros (quien no dibuja, charla con el de al lado o hace de distribuidora de Avon, catálogo en mano), con la única diferencia de no hacerle la pelota a ella claro.

Por un lado, puedo entender que dé imagen de falta de respeto haberme ido trayendo al trabajo cada día más "material artístico". Como me dijo mi compañero, sólo me faltaba el caballete. Coño, pero no creo que haga mal a nadie por eso ni que haga peor mi trabajo.
Es más, creo que lo hago hasta mejor. No me desconcentra. Me evade, sí, pero evadido ya lo estoy desde el momento en que me siento y meto mis claves de acceso en el ordenador.

Definitivamente me ha cambiado de puesto porque en el que estaba pasaba más desapercibido y le daba coraje no tenerme tan vigilado.
Una vez que eres capaz de repetir el argumentario de venta de carrerilla con un forzado tono de amabilidad y cortesía y un descarado afán persuasivo y que tu dedo es capaz de manejar el ratón a la velocidad de la luz para clicar botones y seguir cogiendo llamadas mientras avanzas en tu "obra de arte"; puedes dedicar la parte sobrante de tus sentidos a lo que quieras.
Sobrevivo a este trabajo gracias a ese descubrimiento. Salgo ileso de lo que pretendo plasmar a lápiz en mis dibujos: lúgubre, desoladora y claustrofóbica panorámica a la que estamos sometidos seis interminables horas al día.

Ese hallazgo, en cambio, no es del gusto de l@s dictador@s que tienen el deber de hacerte tu trabajo cuanto más insufrible mejor, por eso mi jefa me ha castigado con la peor de las amonestaciones, no ya haciéndome el vacío y obviando el supuesto seguimiento evaluativo que tendría que hacerme periódicamente, ni siquiera quitándome del lado de quien me daba palique y secundaba mi filosofía de tomarnos la condena con sentido del humor y poniéndome junto a otra especie humana que, incomprensiblemente, hasta parece disfrutar con esta mierda; sino impidiéndome seguir dibujando, mi único salvavidas en el trabajo.

No sé si era en "La fuga de Alcatraz", en "Papillón" o en la que sea de Clint Eastwood, pero por un momento me han entrado ganas de emular a aquel pobre reo desprovisto de su lienzo y de su pincel por el malvado alcaide cortándome los dedos y -cosecha propia- tirándoselos, sangrientos y amputados, al careto. Por zorra. Albina, culiplana, malfollada (siento caer en el fácil y machista insulto). Frustrada, guillotinaria de la expresión artística... Amargada que pretende amargarme a mí también.
Pues no, rica, no te vas a salir con la tuya. Aunque me hayas puesto en tu campo de visión para impedir sutilmente que siga dibujando. No pasa nada, blancucha mortecina, en lugar del bloc de dibujo, saco mi "libreta de trabajo" y en las hojas que me quedan libres de los tipos de interés, esquemas de plazos de amortización y demás mierdas bancarias, me dedico a escribir poniéndote a parir que no veas lo que desahoga.

En el fondo, a pesar de lo que estoy despotricando de ella, me da pena porque es penoso.
Al final, tod@s caemos en las rivalidades y envidias que intencionadamente nos generan "desde arriba", con una jerarquía clasista que favorece el talante trepa e individualista, rastrero e insanamente competitivo. Me resigno a creer que de verdad es como aparenta ser. A pesar de su calculada armonía entre mano dura y falso buen rollo con quienes tiene "a su cargo", en ocasiones todavía destila coletazos de humanidad. Supongo que son restos previos a la corrupción del dinero y el poder; antes de haber "escalado" en la promoción interna. Eso y la continua presión a la que también ella debe estar siendo sometida por quien está "por encima" de ella, quienes se encargan de objetivos, ránkings, comisiones y demás horrores.

Su misión (o su revancha) es traspasar a sus secuaces, último escalafón de la rígida y medieval pirámide de poder de empresa privada multinacional, ese mismo estrés para que quede claro quién manda a quién.

Después de un año disfrutando de las mieles de ser "mi propio jefe" gestionándome yo mismo mis tiempos y mis labores; de dos años de funcionariado que, aún habiéndome costado una profunda depresión, han sido lo mejorcito que he tenido en mi vida en cuanto a sueldo y condiciones laborales, volver a la misma mierda de antes no puede pasarme con la misma indiferencia y resignación.

Igual ahora soy menos ingenuo, o estoy más cansado por los años. El caso es que cada vez llevo peor el sometimiento a gente que se cree que el tonto soy yo.
Tonta es ella que como le jode no poder dedicarse a hacer dibujitos mientras trabaja como yo, me putea. Para su cargo hay que invertir más neuronas que para el mío, no tengo yo la culpa. Yo me conformo con mi media jornada y con mi sueldo sub-mileurista. Ella no. No se puede estar en misa y repicando.

Pasa de mí, déjame en paz, rencorosa, acomplejada con aires de superioridad, que por rubia y alta te crees imponente y lo que eres es una desgarbada con taconazo que por no tener no tienes ni horchata en las venas, sino la asquerosa leche de soja que tanto presumes consumir para hacerte la moderna. Déjame dibujar o escribir mientras trabajo, qué más te da.

Mientras, tendré que seguir haciéndome el tonto (el mayor riesgo es que, de tanto hacerlo, acabe siéndolo, como a lo mejor le ha pasado a ella) porque a fin de cuentas yo también soy una marioneta en el teatro del mundo capitalista manejado por los hilos del dinero.
Eso sí, después de años de sufrimiento, por fin estoy consiguiendo aplicar dosis suficientes de inteligencia emocional para no volver a deprimirme, diferenciando el obligado trabajo como fuente de ingresos del trabajo ocioso como fuente de placer personal (recompensa no abonable con ningún importe económico, lo puedo asegurar).

Algún día, quizá algún día, pueda aunar ambos tipos de trabajos. No desistiré por inalcanzable que a veces me parezca. Hasta entonces, me seguiré desdoblando entre robot y humano, idealista y conformista, hippie y consumista, feliz y triste a ratos, ilusionado y vacuo; siempre con precaución, eso sí, para no hacer virar la balanza y perder de nuevo el equilibrio que tanto me ha costado recuperar.


jueves, 21 de noviembre de 2013

Teléfono de la desesperanza.

- Este no es el teléfono de la esperanza, empatizas demasiado con los clientes.



A lo largo de mi vida me he dirigido a colectivos de todo tipo: como teleoperador, a variopintas voces de todas las calañas que han querido coquetear conmigo, me han insultado y han volcado en mí su cabreo por la engañifa a las que la multinacional a las que creían que yo abanderaba (quizá así era) les había sometido con malas artes; como animador sociocultural, a niñ@s pequeñ@s -pij@s, marginales, hij@s de inmigrantes...-, personas mayores, mujeres neolectoras; como bibliotecario de pueblo a analfabetos rurales, adolescentes rebeldes y respondones, jefas déspotas y ruines y administraciones incompetentes; como opositor a inmisericordes y vendidos tribunales, como eterno estudiante a profesor@s y compañer@s de clase evaluador@s y competitiv@s; como amante, me he dejado amordazar más veces de las que debiera para gemir interpretando el papel de sumiso esclavo sexual de película porno.



-Supongo que sí, jefa. Tendría que ser menos persona y más robot, ¿no?
-No, hombre, tampoco es eso, que te lo tomas todo muy a la tremenda. Lo que no puedes es echarle tanta literatura. El arte lo dejas para casa. Aquí cortesía y buenos modales, escucha activa pero sólo para aprovechar la información que te den los clientes para darle la vuelta y convertirla en argumentos de venta manteniendo, eso sí, las distancias. Nunca implicándote en lo personal. Trabajamos para un banco, no lo olvides, y "ELLOS" (los verdaderos dioses TodoPoderosos) son los que nos pagan.
-Entiendo... -respondo, agachando la cabeza en un acto reflejo de avestruz.



Otra vez esa desagradable sensación de tenebrosa cueva, de estar viviendo una vida que no es para mí, rodeado de personas que nada tienen que ver conmigo, trabajando en algo que no tiene la menor relación ni con mi formación ni con mis ideales ni con nada de lo que me hace feliz.


Pero el coche, prescindible objeto consumista pero objetivo medio de libertad de movimiento, tengo que terminar de pagarlo y, sobre todo, tengo que devolver mis deudas a quienes en su día, una vez más, me sacaron las castañas del fuego cuando mi situación económica era ya insostenible por medios propios, antes de que cayera en la trampa de lo que ahora "ofrezco" de parte de un banco: pan para hoy y hambre para mañana, préstamo con intereses.

-Usas demasiadas expresiones coloquiales. ¿Cómo que "ya le digo"? ¿qué clase de profesionalidad es ésa? Cuando te sientes cómodo con el cliente, te relajas y te sale el tono de colegueo. Y estás hablando de un préstamo bancario, recuérdalo siempre. Tu tono es demasiado amigable.
Supongo que esa humanidad nada tiene que ver con el trato deshumanizado de rateros judíos avariciosos, ahorca-títeres con los mismos hilos con que nos manejan a su antojo. No puedo evitar llevármelo a lo personal y sentirme mal por estar "vendiéndome" y posicionarme en "el otro bando".
Cada una de las broncas que recibo, esos avisos que exculparán a mi nueva "superiora directa" cuando los "superiores indirectos" que verdaderamente manejan el cotarro me den la patada en el culo y me dejen en la calle me crean un enorme remordimiento de conciencia que más que quitarme el sueño, me lo alteran con interrupciones y pesadillas.

Y a veces me pregunto si realmente compensa sentirse tan mal con uno mismo por un mísero sueldo.
Planteamiento erróneo. Reformúlalo.
Recuerda: no tienes que mortificarte, es temporal y tienes que hacer de tripas corazón para escupir esas palabras vacías porque ahora mismo es lo único que tienes. No la cagues ahora porque la otra alternativa te hace sentir todavía más fracasado, teniendo que volver a depender de tu madre.



No dejes de buscar otras posibilidades porque ni es lo peor del mundo ni tampoco es lo único a lo que te puedes dedicar. Sueña con futuros mejores, exprime cada uno de los minutos libres que te permite este contrato basura y sigue construyéndote tu propio trabajo: aquel por el que no cobras más que con la satisfacción personal de estar respondiendo a tus inquietudes. No dejes nunca de formarte, aprender ni pierdas la capacidad de reinventarte las veces que siga haciendo falta. Relativiza lo negativo y aférrate a lo positivo (que todo lo tiene).
Lo de labrarse un futuro es como preparar con minucia e ilusión un viaje: el momento empieza desde que eliges el destino y tu imaginación comienza a volar antes de coger el avión que debe llevarte allí si no hay ningún contratiempo, claro.
Hay que tener claro, eso sí, el presupuesto con que se cuenta, la intención, la compañía con que se viaja; eligiendo bien entre las distintas opciones. Hay quienes con veinte años ya han decidido que la ciudad de sus sueños es aquella en la que han nacido y se han criado. Yo, en cambio, a mis treinta y tres, todavía dudo entre un destino u otro, aunque el abanico de posibilidades ya se va acotando un poco. En todo caso, he preferido vivir sin echar demasiadas raíces en ningún sitio concreto por si se me vuelven a cruzar los cables y necesito irme del lugar que una vez pensé que podría ser donde pasar el resto de mi vida.
Siempre con el petate a cuestas, cada vez más pesado por el desgaste de energía y el aumento de los recuerdos. Con un incondicional, transparente y honesto compañero de viaje a cuatro patas, con su mirada incondicional cargada de significado, cariño y expresividad. Fiel e insustituible y, lo que es más admirable aún, permisivo a la posibilidad de incluir otro acompañante que ande sobre dos patas y sea al menos la mitad de incondicional de lo que lo es él, que tampoco tenga inconvenientes en el nomadismo de rumbo incierto y al que yo también estaría dispuesto a seguir si el sacrificio compensa y es equitativo.
Sí, ahora pongo requisitos para elegir pareja porque ahora, por fin, siento que yo también lo valgo.

-No te puedes salir del tiesto. No estás vendiendo aspiradoras. Aunque no lo creas, tus palabras tienen un peso contractual. No puedes soltar las cosas tan alegremente. Ajústate al argumentario y no inventes, que tienes mucha imaginación tú.
Otra vez la he cagado, ahora que creía por fin haberle cogido el tranquillo a la mierda esta del telemárketing.
-Yo te aviso con toda mi buena intención, y te lo digo porque sé de lo que hablo y me he pasado años donde tú, haciendo llamadas.
Qué horror. ¡Años!
-Ya, jefa, y de verdad te lo agradezco. De verdad que no es una cuestión de desinterés. Necesito este trabajo.
-Ya lo sé. ¿Crees que a mí me gusta estar aquí?
De nuevo creyéndome el centro del universo. Aquí tod@s tienen sus estudios como yo, sus ilusiones, sus proyectos. Y sus ataduras, aquellas que, como a mí, les encadenan al conformismo y a la resignación de un trabajo que ninguno imaginamos de pequeñ@s cuando en el cole nos preguntaban qué queríamos ser de mayores.
Además, hoy día, con el panorama que tenemos, es casi delictivo no sentirse afortunado por tener un trabajo remunerado, sea el que sea y en las condiciones que sea.
A lo mejor ella, como yo, también se siente una artista, ya sin modestia alguna. Quizá ha echado alguna ojeada a mi puesto de trabajo y ha visto mis dibujos a boli en la libreta.
Mientras el resto de compañer@s se agobian o se ponen eufóric@s por haber conseguido más o menos "positivos" en sus llamadas, yo me refugio en mi cubículo de tres paredes, incrusto mi silla ergonómica en mi mesa-escritorio con ordenador y auriculares y me evado dibujando cualquier cosa que veo o se me pasa por la cabeza.
Si de verdad quisiera ser un artista incomprendido tendría que irme de anacoreta, no vestir a la moda, ni disfrutar como un cochino yéndome de cervecitas y tapeo, no consumiría ni cultura ni nada, no querría ni comodidades ni tecnologías, ni ansiaría viajar para conocer mundo, ni sentiría que merezco "más" de lo que tengo.
En resumen, no sería tan hipócrita.
No estoy menos alienado o alineado que el resto del mundo, sólo soy incapaz de conformarme como la mayoría con la aparente felicidad de tener casa, trabajo y algo de estabilidad, se parezca más o menos a lo que un día soñaron.

No hay una sola forma de vivir la vida. Mis hij@s van a ser l@s de mis hermanas y l@s de mis amigas. Mi proyecto de futuro se irá esclareciendo a base de las experiencias presentes y los palos pasados.
Mi felicidad no será una meta inalcanzable, sino un recorrido completo, con recovecos, ríos que cruzar, oasis en los que descansar temporalmente, pozos que sortear...

¿Alguien me acompaña?


lunes, 18 de noviembre de 2013

¿Y si...?

¿Y si es verdad que las segundas oportunidades existen?
¿Y si puedes volver a sentir, de otra manera, por otra persona, en otro momento de tu vida?

¿Y si un abrazo ahora te vale más que dos polvos?
¿y si mides por calidad y no por cantidad, lejos de metas y estereotipos?
¿Y si redescubres, reinterpretas, reinventas tu realidad?

¿Y si...?

¿... fuera "él"?
Ni tan guapo ni tan feo, ni tan perfecto ni tan mediocre... Sereno, aparentemente inexpresivo, sencillo, bondadoso, con pasado, con intención de futuro, cariñoso hasta el extremo a veces, cuidadoso, detallista, moderno y abierto, conservador y liberal, con mundo, cosmopolita y de pueblo, con valores, humanista, idealista, lector, escritor, independiente, valiente y frágil, elegante y modesto, sibarita pero humilde... Paciente, que parece esperar, consentir, entender, escuchar, amoldarse, sonreir, aguantar, aceptar...

¿Y si...?
¿... hubieras estado buscando la felicidad en donde no estaba?

¿Y si no es tan complicado?
¿y si sólo quieres querer y que te quieran?
¿Y si dejaras de perseguir mitos inalcanzables, dramáticas historias más inventadas que reales, para dedicarte a vivir y a disfrutar, sin dobleces?

A lo mejor no es un espejismo...

¿Y si...?





viernes, 1 de noviembre de 2013

Curro remunerado...

" Abandona tus rasgos humanoides una última vez, para esto no te van a hacer falta.
Saca tu computadora mental.
Vuelves a ser una máquina.
Por dinero. Por trabajo ".




" Bienvenido otra vez al mundo de los cuerdos.
Apaga pensamientos.
Recoge emociones.
Enfríate como un témpano de hielo.
Despierta.
Abre bien los ojos.
Deja de soñar.
Vuelves a donde dijiste que jamás volverías.
Fracasado en la automentira del victimismo.
Este mundo robotizado no está hecho para talentosos desequilibrados ni pasionales impulsivos ".





- Si quiero que me pasen con un teleoperador humano... ¿qué tecla pulso?
- Disculpe. Está hablando con uno...

Yo... ¿yo?

- O eso creía... Manténgase a la espera mientras lo confirmo, por favor.






- ¡Quiero tres máquinas al teléfono! No me importan vuestras situaciones personales, tenéis que darlo todo. Y ceñiros literalmente al argumentario de venta, nada de añadidos de cosecha propia. Hablad sólo lo que os digamos que digáis. Son frases legales. Ni se os ocurra cambiarlas o no decirlas bien. Pero pareced naturales y modulad la voz con sonrisa telefónica.





- Gracias por la espera, mi interlocutor válido...
- ¿Qué dice?
- Que no sé si soy una máquina o una persona... Uy, lo siento, esto me va a costar un skill negativo para la valoración de calidad de mi llamada.



El lunes empiezo a currar otra vez con nómina a fin de mes. Paro agotado y Plan Prepara formalmente denegado por "ingresos familiares" superiores a lo estipulado para considerar que aún con 33 años tu madre sigue obligada a hacerse cargo económicamente de ti han precipitado tener que dejar de lado los "proyectos personales" para poder pagar deudas, coche y manutención propia, que ya tengo pelitos y edad suficiente para seguir poniéndole la mano a mi madre.

Después de cuatro duras jornadas de formación y proceso selectivo. Tres personas compitiendo por no sabíamos cuántas plazas. Había que darlo todo, porque tal y como están las cosas uno empieza a creer que el fin justifica los medios si se trata de conseguir estar dado de alta en la Seguridad Social aunque sea por algo más de tiempo.

Una de ellas, desbancando pronto, ya tenía asegurado "empezar a trabajar". Los otros dos estábamos en la cuerda floja.

Lucha sin piedad contra cincuentona superviviente a los palos de la vida, con una irrisoria pensión de viudedad y tres hijos a su único cargo.

Dramática historia que casi me conmueve hasta el punto de plantearme cederle, para limpiarme la conciencia, mi ensordecedora conciencia, de alguna manera, mi "plaza". Aunque sabía que me costaría meses de arrepentimiento, como la biblioteca.

La idea se esfumó tras un rápido análisis a mi situación personal, no mucho menos dramática que la suya.

Duras pero reales palabras las de la inmisericorde pero "justa" formadora encargada de decidir quiénes éramos "aptos" o no para entrar en la empresa. "Os la jugáis en la última prueba, el role play. No quiero llantos de última hora, ni historias de hijos ni problemas personales... Sabéis lo que voy a valorar y conocéis el procedimiento. No sería justo hacer excepciones".

En el fondo, tanto que rajo de las multinacionales y de la empresa privada, luego es verdad que su sistema es más "estricto y justo" que el de la administración pública, al menos las autonómicas y locales, orgía de enchufismo y venganzas o favores personales abanderada por el "cuanto menos haga, mejor".

Y es precisamente por eso, porque el trabajo de los/as empleados/as se barema como si por una máquina fuera realizado. Tanto por ciento obtienes de los criterios de evaluación, tanto vales, tanto cobras, tanto permaneces trabajando para la empresa.

Aunque tampoco, porque en caso de necesitar reducción de plantilla, suele primar más un criterio objetivamente menos justo: el de la antigüedad por encima del de la calidad, pero bueno, hoy y en este país ya nadie asegura nada a nadie.

No está tan mal, es lo que estaba buscando. Y sí que me puedo dar con un canto de dientes.

No es jornada completa, libro los fines de semana y festivos y el sueldo está regulado por convenio colectivo. La campaña para la que trabajaré es de telemárketing, pero, parece ser, que no tan "agresivo" como la última en la que estuve. Con sus "trampas", como todas, claro, pero dentro de la legalidad de términos y grabaciones legitimadas por un departamento de abogados/as cualificadísimos/as.

Paso de rayarme. Yo no le tomo el pelo a nadie. No miento. Oculto matices de verdades sesgadas en calculados párrafos (estoy convencido de que detrás de su redacción hay también todo un equipo de psicólogos/as y sociólogos/as para conducir a la persuasión, por cutres y evidentes que parezcan a simple vista), según me instan. Leo todo lo que puedo leer. Y doy la información a la que tengo acceso. Y, por si acaso, me quedo con la tranquilidad de que yo no contrato nada. Soy intermediario entre clientes y agentes (personas físicas), paso previo a la contratación (no verbal, sino presencial y en papel) de un préstamo que me suena a chino. A mí, ignorante economista, paupérrimo hippie al que toda cifra que sobrepasa los tres dígitos le parece astronómica y que no ha notado especialmente descendido su "nivel de vida" con la Crisis porque siempre ha sido consciente de que "dar el salto a la clase media" es un reto que, con los años, cada vez se le hace más inalcanzable e intenta sentirse un Van Gogh incomprendido antes que un idealista fracasado.

Así que voy a aplicarme el cuento y voy a hacer caso del consejo que hace años daba a mi hermano. El trabajo puede ser una mierda o algo llevadero, depende de la actitud con que uno se lo tome, algo frustrante o puro trámite, billete de acceso que nos permita dedicar el tiempo de ocio a aquello que realmente nos satisface. 

Trabaja autómatamente. Cumple tu horario y tus obligaciones. Recibe tu recompensa económica en forma de sueldo e inviértelo en viajes, cultura y autoplaceres terrenales y exprime tus horas y días libres al máximo.

Esta vez prometo que no se me van a escapar mis sueños. El camino que quiero seguir lo tengo más definido que nunca.





- Sí, disculpe, no habla con ninguna máquina. Habla con un trabajador en su jornada laboral. Si me permite dos minutos, paso a explicarle el producto que seguro va a interesarle...

miércoles, 16 de octubre de 2013

Tediosamente loco por ti...


Cause for the world , you are someone
but for someone you are the world...

Déjame escribirte para inmortalizarte con mis letras.
Déjame besarte hoy, sin mañanas ni ayeres, para atesorar el recuerdo el resto de mis días.
Junto a tus momentos esporádicos y mágicos.
Efímeros como tú.
Como yo.
Como la vida.
Déjate.
Baja la guardia y que pueda tocarte,
erizar tu piel con la mía.
Déjame escribirte tu personaje ideal, 
inventar una ficción y alimentar mi ilusión.
Escribirte, leerte, besarte y tocarte cada recoveco.
Rehacerme en ti para volver en mí.
Te quiero desde hace tanto que ya no tiene sentido más que la rendición.
Si sientes lo más mínimo por mí,
por favor,
déjame entrar.

Da igual el tiempo,

sólo déjame.

lunes, 14 de octubre de 2013

Raúl y Vero.

Enhorabuena por vuestra sincronía,
¡que tengáis un felicísimo y larguísimo viaje juntos!

Os quiero.



"Palabras-semillas" a regar con mimo y esmero todos los días de vuestro matrimonio entre los dos:
ALEGRÍA
PROTECCIÓN
FUTURO
AVENTURA
ILUSIÓN
AMOR
BELLEZA
MARIPOSAS
SEXO
AMISTAD
SUEÑOS
DISCUSIONES
RECONCILIACIONES
COMPROMISO
BESOS
CARIÑO
CARICIAS
FELICIDAD
SEGURIDAD
COMPLICIDAD
ABRAZOS
UNIÓN
ROMANTICISMO
CONFIANZA
ALMA

miércoles, 9 de octubre de 2013

Feliz cumpleaños. Infeliz hoy.



Madre mía, qué pregunta más letal se me ha planteado el día previo a mi 33 cumpleaños.

¿Quién eres?

Un puto parado maniático, obsesivo, solitario y patético mantenido por su madre. Un gilipollas que juega a estresarse por creer que no tiene tiempo de hacer las cosas que se ha inventado que tiene que hacer cada día que se levanta.
Que, para no olvidarlas, y para no volver a sentir que su vida no sirve para nada, que no aporta nada a nadie ni a sí mismo, se compró una pizarra en los chinos y una agenda en la papelería que rellena semanalmente -la primera- y a diario la segunda para autoconvencerse de que está muy ocupado.

¿Qué eres?

Un alma triste disfrazada de optimismo. Un indestructible sentimiento de fracaso escondido con una nueva coraza de cachondo que se toma la vida a guasa. Un enamorado con el corazón roto. Un eterno infeliz.

Más letal todavía la proposición para esta noche, antes de acostarme, antes de que las manecillas del reloj marquen las doce y, oficialmente, ya sea mi cumpleaños. Dedicarle cinco minutos, solo cinco minutos a dar respuesta a esas dos preguntas. A tocarme, a mirarme por dentro y por fuera.

Me respondo y me vuelven las tendencias suicidas.
Me acaricio y me pica, solo puedo rascarme.
Me miro en el espejo y claro que conozco ese reflejo, cada milímetro de piel cada día más fláccida, cada componente de unas hechuras cada vez más chepuda, desproporcionadas y menos atractivas. 
Miro por dentro y el vacío me da tanto vértigo que me acojono y cierro los ojos de nuevo.

No quiero preguntarme. No quiero responderme. Ni tocarme ni hacer ningún ejercicio de introspección.

Ya lo hice. Y le dediqué no cinco minutos, sino noches y días enteros. Y me volví loco. Y me quise morir.

"Hay quien todos los días madruga para joder a los demás".

Qué horror. Yo he llegado a tal punto que madrugo más que mi madre, encargada de abrir las calles desde que tengo uso de razón.
Pero no con la pretensión de joder a nadie. Ni siquiera a mí mismo.
Todo lo contrario. Con la única intención de limpiarme la conciencia y creerme que hago algo productivo, que mis días sirven para algo. Que hago tantas cosas que se me terminan escapando de las manos sin haber podido dedicar esos cinco minutos a "pararme".

Si me paro, enloquezco.

Sí, ya he tomado consciencia de ser víctima de la vorágine del mundo actual, la sociedad manejada por los principios capitalistas y vigilada las 24 horas del día por el ojo del Gran Hermano que todo lo ve y todo lo controla.
Hoy no me creo lo de la sociedad manipuladora ni lo de la conspiración cósmica en mi contra.

Me aterra explicarme, entenderme, pensar qué quiero, cuánto hay de conseguido en los objetivos que todavía no he conseguido definir con claridad.

No fui. No quiero ser. 
Soy.

Supongo que ésa es la única conclusión clara y objetiva.
Lo que fui ayer ya no lo soy y lo que seré mañana nunca lo sabré porque para cuando lo haya sido ya será ayer y ya habré dejado de serlo. Y no tendrá sentido pensarlo porque el "seré" nadie lo tiene asegurado.

Riesgo de viraje, depresión aún no superada, duelo sentimental no asumido, crisis de los 33... Todo eso puede ser. ¿Por qué no? Vamos a ponerle nombres a las cosas.

No soy nada ni nadie. Soy.

Me levanto como un terremoto hiperactivo que se ve con energías suficientes de comerse el mundo. Planifico una intensa actividad diaria que sé que nunca voy a cumplir del todo.
Intencionadamente porque así, cuando el día acabe, sé que aún me quedará algo que hacer para el día siguiente.

Por si mañana vuelvo a ser.

Descanso drogado.
Entrenado desentrenamiento del ejercicio de introspección.
Por agotador, inútil y perjudicial.

Por las mañanas, me creo las voces antialarmistas y descabelladamente optimistas que dicen que la Crisis es, en realidad, una oportunidad para encontrarnos a nosotros mismos y descubrir nuestros talentos y tomar las riendas de nuestra propia vida.

Fui un visionario que dejó un "trabajo aburrido e insatisfactorio" de funcionario para buscar algo tan difuso y perdido como la felicidad. Y se encontró todavía más infelicidad.

Lo que fui es un verdadero gilipollas. Todo/a el que hoy día me habla de "emprendizaje", "autogestión del propio talento" están sin trabajo remunerado y ninguno "dejó" el que tenía. O lo/a largaron o se les terminó el contrato.
Todos/as los/as que me hablan de ser valiente y de no "aborregarse" tienen un respaldo económico y/o sentimental, una situación acomodada y asegurada. 
Me arrepiento pero, en el fondo, sé que si hubiera seguido allí seguiría siendo infeliz y me sentiría frustrado porque pensaría que podría estar haciendo "más" u "otra cosa mejor".

Por las noches, espero que los ansiolíticos me hagan efecto para pasar la madrugada de inactividad lo más desapercibido posible y recuperar las fuerzas físicas necesarias para afrontar otro día con talante (¿máscara?) optimista.

No dejo de soñar sabiendo que son solo sueños. Autoengaño.

Preparo una boda que no es la mía con todo lo que me gustaría que hubiera tenido la mía y nunca tendrá. 
A veces me creo el padre de unos niños que ni son ni nunca van a ser los hijos que no voy a tener.
Fantaseo imaginando a un "Él" para mí que no existe porque es un cabrón, porque pasa de mí o porque me quiere demasiado.

Hoy no quiero felices cumpleaños, ni tartas ni velas con forma de números. Hoy, a esta hora, ya no.

Quiero dormir.

Sé quién soy y lo que soy, por eso quiero dejar de serlo por unas horas. Y si mañana, vuelvo a ser, vuelta a empezar.

Y así un día tras otro.

Supongo que en eso consiste vivir.

Y si llego, me creeré que a los cien años todavía me queda mucho por hacer. Como mañana intentaré creerme otra vez que 33 son pocos años y que tampoco soy tan patético y agradeceré las felicitaciones cuando me vuelva a creer lo que ahora me resulta tan increíble.

Feliz no cumpleaños.

Parafraseando a Escarlata, ya lo pensaré mañana. 

miércoles, 2 de octubre de 2013

Trabajando la asertividad.

Como la RAE solo la recoge como adjetivo (encima con la única y simplificada acepción de "afirmativo/a"), he decidido hacer algo que cada vez estoy haciendo con más frecuencia: pasar de Ella y usar tranquilamente una palabra que para nuestros/as queridos/as y desactualizados/as lingüistas no existe.

Hoy voy a hablar de A-S-E-R-T-I-V-I-D-A-D. Sí, sustantivo con todas sus letritas.

Me quedo con la definición de la Wikipedia (¿el saber colectivo-popular sabe más que el academicista-institucionalizado?):

Como estrategia y estilo de comunicación, la asertividad se diferencia y se sitúa en un punto intermedio entre otras dos conductas polares: la agresividad y la pasividad (o no asertividad). Suele definirse como un comportamiento comunicacional en el cual la persona no agrede ni se somete a la voluntad de otras personas, sino que manifiesta sus convicciones y defiende sus derechos. Cabe mencionar que la asertividad es una conducta de las personas, un comportamiento. Es también una forma de expresión consciente, congruente, clara, directa y equilibrada, cuya finalidad es comunicar nuestras ideas y sentimientos o defender nuestros legítimos derechos sin la intención de herir o perjudicar, actuando desde un estado interior de autoconfianza, en lugar de la emocionalidad limitante típica de la ansiedad, la culpa o la rabia.











Perfecta explicación que expresa el mayor reto de mi vida: ser asertivo. Algo mucho más complicado de lo que pueda parecer así dicho. Las fronteras entre la discreción y la soberbia, la alienación y el liderazgo a veces se entrecruzan peligrosamente. Y más cuando siempre has sido de boquita cerrada porque corres el riesgo doblemente de que te entren moscas si la empiezas a abrir.



Definición mucho más cercana, además, a los dos ejemplos que me quiero referir: el vivido ayer y el de hoy. 

Si alguno/a de los/as profesores/as que tuve en el Ciclo de Animación Sociocultural me leen -especialmente Josan, Victoria y Begoña, docentes sublimes-, sabrán perfectamente a qué me estoy queriendo referir por todo el hincapié que nos hicieron en aprender, fomentar y desarrollar la virtud de la ASERTIVIDAD como el mejor de los estilos de comunicación (hay, por cierto, maravillosas dinámicas grupales e individuales para trabajarla).



Me hallo en la cola del nuevo Cashconverters que han abierto en Cádiz, esperando mi turno con la cabeza bien alta.

Primero porque mal de muchos consuelo de tontos, y yo muy listo no soy. Y que aquí está media ciudad metida, como yo, intentando que nos den algo por nuestros variopintos abalorios, dispuestos a cambiarlos por algún euro. Culturetas, chonis, parados, amas de casa, madres solteras, padres divorciados, jubilados y ese nuevo estamento social que ha creado la Crisis: los/as ex-ricos/as o nuevos/as pobres. O los pseudo-pobres, que hemos existido, y supongo que existiremos toda la vida (no nos morimos de hambre pero no tenemos ni para tomarnos un café de máquina de autoservicio y las únicas notificaciones que recibimos de los bancos son para decirnos que tenemos recibos pendientes de pago o, en el caso del Santander, Antonio lo sabe -permíteme tomarte prestada la genial historia- darle la vuelta a su eslogan y decirnos que ya NO quieren ser nuestro banco).

Todos/as a sacar tiestos viejos y sin demasiado valor para ver si los podemos empeñar y remendarnos el apuro con pan para hoy y hambre para mañana.

No exagero si digo que cada vez que paso por la puerta hay un mínimo de entre veinte y treinta personas esperando para que les den número y tasen sus pertenencias.

Y hoy que he venido yo no iba a ser menos. Por eso he cargado con mi libretita de pensamientos (de estreno, gracias Jose) y mi boli para no perder el tiempo (o perderlo en algo que para mí es productivo) y escribir alguna de mis pamplinas que tanto me entretienen.

En segundo lugar porque, después de un intenso fin de semana de limpieza a fondo en casa de mi madre, de esas que se hacen como mucho una vez al año, de esas en que se mueven hasta los muebles inamovibles y con las que se descubren más de un tesoro olvidado; he avanzado un paso hacia la superación de mi complejo de Diógenes (poco a poco, el de picha-corta, eyaculador precoz, soso, obsesivo, barrigudo-culiplano ("mal recortao", expresión de mi ex que me encanta), ansioso, impaciente, tremendista, impulsivo, gafe, maniático y demás lindezas que me describen las iré trabajando en futuras sesiones).

He hecho acopio de valor para deshacerme de todas aquellas cosas de "gran valor sentimental" (por ridículo que suene, juro que me he dado una desmesurada panzada de llorar, me voy a tener que volver a mirar "lo mío") y las he inclinado en la balanza de la posible rentabilidad económica que podía sacarles por venderlas en el dicho Cashconverters.

También por contentar a mi madre ("a ver si miramos todo lo que hay en los armarios para ver lo que sirve y lo que no", es su frase preferida, aunque ella preferiría entregarlas sin lucro alguno a la parroquia o a Madre Coraje) y por una cuestión de supervivencia espacial. 
O los tiestos o Dante y yo. Todos no cabemos ya en los pocos metros de la habitación, a pesar de las virguerías que hago casi a diario por tener "todo lo mío junto a mí en un mismo y único espacio para morir enterrado entre mis recuerdos en caso de hecatombe mundial" (Dios mío, o estoy como una cabra o pretendo competir con la capacidad de los diseñadores de IKEA de aprovechar al máximo los espacios más pequeños y tenerlo todo milimétricamente almacenado).

Mi habitación (la que tengo cedida en casa de mi madre) es parecida a esta, mucho menos diáfana y con las paredes muchísimo más recargadas, por mi compulsivo e incontrolable "horror vacui", herencia de mi memoria visual cuando me enseñaron esa expresión aplicable desde los sarcófagos egipcios.

Por otro lado, el marketing que me recibió a la entrada en forma de cartel me ha terminado de convencer de que estaba haciendo lo correcto.


No tengo ninguna certeza de que fuera verdad lo que imaginé, pero el día que salí de mi último (espero que siga siéndolo) ingreso psiquiátrico e inicié realmente la terapia y empecé de verdad a salir del pozo de mierda en el que estaba metido hasta las trancas yéndome a la playa con Dante y Hermes, en un desintoxicante baño de paseo, sal y arena, e hice el simbólico ritual recomendado por Flor -maravillosa enfermera de la USM de Cádiz- de tirar al mar mi "anillo de compromiso" a la puesta de sol para que con él se hundieran los malos recuerdos y el rencor y amaneciera el principio de mi nueva vida; pensé en qué habría hecho Él con el suyo y, como una revelación divina, espontánea y rápidamente, se me vino su imagen mental de estar empeñándolo en un Compro oro a los dos días de haberme dejado. Mientras que yo tardé más de un año en quitármelo del dedo y deshacerme de él. Fueron, por cierto, las últimas lágrimas derramadas de dolor hiriente. Después habría otras, pero menos y con otros matices.




No saqué un céntimo y creo que hasta contaminé el mar pero, en el fondo, no me arrepiento. Me gusta más pensar en el valor psicológico de su vuelo desde mi anular hasta el fondo del mar que en la birria de dinero que me hubieran dado por él. Y, qué coño, que da mucha más poesía al final tan feo que tuvo nuestra relación, reducida en la realidad al dinero pero que en mi todavía idealizada mentalidad incluye dosis de peliculero romanticismo sostenida tan solo en breves, puntuales y quizá hasta alucinógenos momentos. Mis tontos fetichismos y la libertad que todos tenemos de atesorar (sin que lleguen a lo putrefacto) los recuerdos que queramos, dónde y cómo queramos, seleccionándolos y adornándolos todo lo que nos dé la gana y sin anquilosarnos en ellos.

En fin, a lo que iba. Las experiencias relacionadas con la Asertividad.

La primera ayer por la mañana. 

Situación: siete y media de la mañana. Aunque todavía no ha salido el sol, sería difícil verlo porque el cielo augura permanecer encapotado todo el día.
Yo en la bici. Suave pedaleo. Dante corriendo a mi lado, con la correa enganchada al manillar.

Intento casi todas las mañanas cumplir esa rutina, ya que el resto del día lo saco lo imprescindible para el pipí, la caca y poco más porque suelo estar liado con "mis cosas" y no puedo dedicarle más tiempo. El mismo recorrido: desde el Burguer King del paseo marítimo hasta la venta El Chato, donde hacemos una paradita, me lo monto en la cesta de la bici y ya me lo llevo de vuelta a casa.

Pues bien, ayer, a la altura del módulo de Cortadura, un tiparraco con un labrador destartalado y tonelete me empieza a berrear que cómo se me ocurre llevar corriendo al perro, que si estoy loco, que si no me doy cuenta de que va con la lengua colgando. Ante lo que yo me bloqueo momentáneamente (pasivo) para luego soltarle, en su mismo tono de berrido desagradable y maleducado (agresivo) que quién es él para juzgar en cómo cuido o dejo de cuidar a mi perro y que está diciendo una tontería porque, lejos de estar haciéndole algo malo, le estoy haciendo bien, proporcionándole deporte diario. César Millán lo ha dicho toda la vida de Dios: las tres bases a darle a un perro para su sano crecimiento mental y físico es disciplina, cariño y deporte.

Y seguí mi camino, chillando barbaridades cada vez mayores mientras me iba alejando de las que él también seguía diciéndome.

Tomé conciencia de mi pasividad y agresividad y en un fallido intento de asertividad, decidí dar media vuelta y pararme a discutir con el hombre acusa-maltrataperros.

Digo fallido porque ni de coña lo conseguí. Ambos aumentamos la agresividad hasta tal punto que yo mentí vilmente diciendo que era veterinario y que sabía más del tema perros que él y él amenazó con denunciarme porque decía que era policía (creo que los dos mentimos o él, en todo caso, estaba jubilado; y lo mío era perdonable por haber estado un año cargando metadatos en el repositorio institucional de la UCO, en su mayoría artículos científicos sobre veterinaria y por haber vivido cinco años con un estudiante de Veterinaria que cuando empezó a ejercer como tal decidió que yo ya sobraba en su vida).
No llegamos a las manos de milagro.
Le dije que su perro tenía una clara obesidad y seguramente trastornos de ansiedad y estrés. Él me dijo que le daba pena ver cómo maltrataba al mío.

Mal. Muy mal. Horroroso ejemplo de asertividad. Perfecto de agresividad.

Evidentemente, sigo defendiendo a ultranza mi postura. Pero no mantuve las formas. No fui asertivo. Me violenté. Porque él empezó perdiendo los modales, vale, pero eso es parte del reto de ser asertivo.

Con lo feliz que es mi Dante y con lo amarquesado que lo tengo, que ya querría yo tenerme como dueño a mí si fuera perro. Madero frustrado (agresividad). 

Señor, le puedo asegurar que mantengo en perfectas condiciones todos los aspectos de la vida de mi perro, darle un deporte moderado es algo recomendable por cualquier especialista canino. Además, opino, con todos los respetos, que se está metiendo donde nadie le llama y prejuzgando sin base alguna (asertividad).

Su perro es un gordo y el mío está en perfecta forma (¿asertividad sarcástica?).

Tomé esta fotografía del labrador del hombre frustrado donde se percibe claramente su aire apesadumbrado y anhelante.

Y la otra historia: esta mañana en el INEM (por mucho que ahora lo quieran llamar SEPE o SAE, en Cádiz va a seguir siendo "er iné" toda la vida, como el Carrefour seguirá siendo el Pryca hasta el fin de los tiempos).

Lugar al que cada vez que voy salgo cabreado, frustrado y con ganar de partirle las piernas a alguien. Según quien te atienda, con qué ganas lo haga, el momento de la mañana en que le pilles recibes una u otra información (no hablo ya ni siquiera ni del mínimo trato de cortesía que se debe saber dar a cualquier usuario si se está en un trabajo cara al público, por muy de la función pública que sea).

Sin entrar en detalles, me habían dado cita para una "sección" que no "correspondía" a lo que yo había ido a hacer. Quien me atendía era de "renovaciones" y lo que yo quería era de "actualizaciones".

Inútil pérdida de tiempo porque encima la noche de antes estuve como un gilipollas más de una hora en casa desenterrando toda la "documentación" a "aportar" para mantener "actualizada" (no "renovada") mi situación como "demandante de empleo". No por una esperanza de que ni la Junta de Andalucía ni el Estado me den un trabajo; sino porque las estadísticas de tasas de paro de personas cualificadas y con menos de 35 años sea lo más fidedigna posible.

La diferencia, en este caso, fue que el funcionario que me atendió me tocó las pelotas también pero no en algo que tanta susceptibilidad me despierta como es que pongan en duda que no cuido bien a Dante ni de malas maneras. Estuvo correcto en todo momento (asertivo: me dijo que, efectivamente, me iba a ir con todos mis preciosos títulos y mis contratos de trabajo, vestigios de sudores y lágrimas, debajo del brazo tal y como habían venido y que había perdido el tiempo porque tendría que esperar -mínimo quince días- que el ente invisible que se encarga de actualizar las oficinas virtuales de la Administración "actualizara" la opción de pedir cita anticipada para "actualización" y no para "renovación", y prometo que no estoy haciendo un juego de palabras); por eso, a pesar de mi inevitable enfado, yo también fui educado y, de la forma adecuada y sin faltas de respeto ni elevar el tono, le expliqué mi malestar ante la falta de un criterio común entre los funcionarios de la misma oficina (fui asertivo).

Hasta nos pedimos disculpas mutuamente. Él en nombre del servicio porque empatizó conmigo como parado desesperado y harto de que le mareen la perdiz y yo con él como trabajador cuya cara es la inapropiada diana sobre la que lanzar las flechas de las quejas y las reivindicaciones porque, como el de las cuestiones informáticas, los legisladores de este país también parecen inexistentes, por invisibles e inaccesibles.

Lo dicho: a seguir persiguiendo mi reto vital (uno de ellos). A seguir trabajando la Asertividad (que, como toda habilidad social y personal, se puede trabajar).