miércoles, 7 de agosto de 2013

¿Qué es? ¿Súper-mujer? ¿súper-abuela? ¿súper-madre? ¿súper-esposa? ¿sobrehumana?... ¡NO! ¡ES UNA MUJER!

No es sobrehumana, no. A veces he llegado a dudarlo seriamente. Hay rumores de que se mete tripis a escondidas, y que por las mañanas en vez de café bebe una solución de formol soluble en agua. Si no fuera porque en su caso es impensable, creería que hasta ha hecho un pacto con el diablo o algún tipo de conjuro brujeril.
         Tiene el sueño tan ligero que permanece en vigilia aún dormida. Ya puedes llegar a casa trasnochado, entrar descalzo y de puntillas en el baño de enfrente de su habitación, sin encender luz alguna e ir palpando con sumo cuidado las paredes para no chocar con nada y no producir ni el menor ruido que, de repente, desde su cama se oye una voz recordándote que mañana tienes la cita del médico o que tienes que ir a renovar el paro.
         No quiere reconocer que ya eres lo suficientemente mayorcito como para hacerte cargo de las cosas tú solo (bueno, vale, y porque a veces realmente no puedes) porque eso la haría sentirse prescindible y perdería el que toda su vida ha sido el motivo de su existencia: la dedicación a los demás. Nunca a sí misma.
         A veces me enfado con ella tanto como la idolatro. Hoy quería idolatrarla, pero empiezo a sentir ese cabreo de pura rabia.
         Como cuando de chico me enervaba verla dejar de lado “su vida” (si es que alguna vez la ha tenido, supongo que sí, solo que yo, desde mi prisma diametralmente opuesto al suyo, no soy capaz de entenderlo) por volcarla en los resquicios de la de mi padre.
         Era –y es– frustración pura y dura lo que siento.
         Recuerdo un día –un flash mental de esos que se te quedan grabados a fuego en la memoria–, siendo yo un mico y con mi padre todavía vivo, que mi madre decidió por primera (y única vez en su vida) hacer “huelga de brazos caídos”. Ya había amenazado antes varias veces con hacerlo. Incluso, después, siguió haciéndolo alguna que otra vez, y la amenaza quedaba en agua de borrajas que todos sabíamos que no volvería a cumplir.
         Y es que no sabe hacerlo. No sabe dejar de dedicarse a los demás.
         Últimamente, muy de vez en cuando, y muy muy esporádicamente hace algún amago de dedicación a sí misma. Poco y mínima. Algún mini-viaje, algún diminuto capricho, pero ni la millonésima parte de lo que se merecería. Y no lo digo solo por la vida de entrega a los demás que ha llevado desde niña.
         Ahora me explico.


Aquel día del que hablo “amenazó” a mi padre con que ella no iba a mover un dedo en todo el día hasta que él no se levantara de la cama y se duchara (llevaba días sin hacerlo).
         Me recuerdo con un agujero en el estómago esbozando en mi cuaderno de dibujos suculentos pollos asados acompañados de crujientes y saladitas patatas fritas creyendo que así sobrellevaría mejor el día sin comer que pasamos yo, mis hermanos, mi padre y ella. Porque, como digo, por primera y única vez, cumplió la amenaza. Mi padre no se levantó y mi madre no movió un dedo.
         ¿Cuántos/as habéis pensado que vaya tela con mi madre por habernos dejado sin comer?
         Decid la verdad. Algo de “mala madre” se os ha pasado por la cabeza.
         Yo mismo, aquel día literalmente sin pan, al borde de la inanición (exageración gaditana, nadie se muere por no comer un día), pensé que mi madre estaba siendo muy injusta y que nos estaba haciendo pagar a justos por pecadores, porque yo sí que me había levantado, me había duchado, había ido al cole y había hecho toda mi tarea.
         Hoy, en cambio, se me dibuja en la cara una sonrisa de oreja a oreja recordando aquel día y se me pone la piel de gallina de puro orgullo hacia mi madre. Por la lección que le dio a mi padre, y que tendría que haberle dado tantas otras veces, por muy enfermo que estuviera.
         Ojalá hubiera hecho aquello no solo ese día, sino todas las veces que la desesperante situación le hacía decir aquello de que “el día menos pensado cogía el portante y que le dieran morcillas”.
         Hoy, viuda, jubilada y todavía perteneciente a la generación que tiene pensión después de cotizar hasta los 65, estupenda de la muerte y sana como una pera me encantaría verla en Ibiza o Benidorm moviendo el esqueleto con otros/as jubiletas al son de “Los pajaritos” de María Jesús y su acordeón o viajando como una loca para conocer todos esos lugares que le gustaría visitar porque nunca ha dejado de ser una mujer inquieta, irse con las hermanas no tres días porque operan a una de ellas sino un mes entero y apuntarse con ellas (solteras, divorciadas y realmente liberadas, algunas) a todas las excursiones que están haciendo a “la vejez viruela” e incluso, porqué no, teniendo un “amor maduro” rollo “Los puentes de Madison”, en vez de deslomándose en casa a diario para hacernos la comida a hijos/as, cuñados y nietos/as, lavarnos la ropa y pendiente de que nunca falte de nada en la despensa.



Porque al final terminas entendiendo (asumiendo, más bien) que, para ella, es una ofensa que quieras ayudarla porque eso es “obligación suya” o que, aunque te agradezca con la boca pequeña que lo hagas con buena intención, “no lo haces bien” y no renta, porque al final es trabajo triple: hacerlo tú, y que ella lo deshaga y rehaga “bien” (los platos no se ponen así en el lavaplatos, las camisetas no las tiendes como se tienen que tender, la tortilla no se hace en esa sartén, etc., etc.); y te rindes y la dejas seguir ella sola a cargo de todo.
         Pero no puedo evitar que me siga encorajando.
         Ya está bien de hipocresía.
         ¿Qué coño es eso de la liberación de la mujer?



Desde muy pequeña, ella ya asumió el papel de la mayor de la larga prole de hermanas. Fue siempre una estudiante ejemplar (y no solo en costura). Los pies y las manos de mi abuela, la permanente samaritana activista de toda iniciativa solidaria de su barrio y de la parroquia.
         Sus hermanas dicen que habría sido una médica ejemplar si no hubiera dejado la carrera porque le quitaba tiempo de hacer “otras cosas más importantes” para ella (léase dar clases particulares a niños con pocos recursos, a mujeres con riesgo de exclusión social).
         Como nunca le ha faltado potencial intelectual (siempre e injustamente a la sombra del de mi padre, que también lo tenía, pero que lo pavoneaba mucho más porque lo cotejaba con su espléndido título de médico licenciado), no tuvo problemas en sacarse las oposiciones de administrativa en cuanto se lo propuso. Empezó entonces a hacer su trabajo y el de más de un/a compañero/a que ya iban gestando la fama de vagos/as de los/as funcionarios/as.
         Una vez que se jubiló, el teléfono de casa no paraba de sonar de “su trabajo” para preguntar: MariCarmen los papeles estos, el tema de las convalidaciones, ¿cómo hacías tú lo que debía hacer yo?...
         Siempre ha sido una mujer económicamente independiente (cobraba menos que mi padre, por supuesto, pero lo gestionaba mil veces mejor que él, que tenía un agujero en la mano; yo creo que le pilló el truco a Cristo con lo de la multiplicación de los panes y los peces), se pedía sus excedencias cada vez que iba pariendo a cada uno de sus cinco hijos.
         Trabajaba por las mañanas fuera de casa, por las tardes dentro; y aún le sobraba tiempo para cuidar de su marido (que requería la dedicación de un eterno bebé), sus hijos y seguir siendo activista de agrupaciones de acción solidaria.
         Una todoterreno, vamos.
         Pasa ya de los 70 y sigue haciendo lo mismo. El trabajo que antes hacía en la oficina ahora lo hace entre su casa y la de mi hermana. La energía que invertía en mi padre la invierte ahora en mis sobrinos/as (que encima, no pocas veces, tienen la desfachatez de faltarle al respeto y no solo desobedecerla, sino, y lo que considero más grave, no valorar ni lo más mínimo lo que hace por ellos/as; por lo que más de una vez no puedo evitar sentir ganas de darles el bofetón que no les dan sus padres, por políticamente incorrecto que suene).
         Y todo ello no le resta tiempo para nosotros, sus hijos, especialmente los dos que vivimos con ella (porque hemos demostrado más de una vez no ser muy de fiar, lo reconozco), pero también para los independizados, que la tienen disponible siempre para lo que la necesiten.
         Y para Cáritas, FAEM, la parroquia, Raimundo, Rosa, y todo/a aquel que sepa dónde encontrarla y necesite de su ayuda, por supuesto, ahí sigue estando al pie del cañón 24 horas al día los 365 días del año, y el de más si es bisiesto también.
         Cuando trabajaba no tenía vacaciones (dejaba un mes la oficina para doblar el turno de ama de casa), y ahora que está jubilada y debería tenerlas todo el año a penas se permite “pedirse” algún día.
         Claro que es justo homenajearla, hoy y todos los días; pero ahora que ha llegado la Buena Nueva de otro embarazo en la familia, creo que aunque sea de esta vulgar forma, con el poco valor de mis palabras, tengo que hacerlo.       Tenemos que hacerlo. Yo, mis hermanos/as, mis cuñados, mi cuñada y mis sobrinos/as.
         Pero no por haber dedicado toda su vida a los demás, que también, ni por seguir siendo un ejemplo de valentía, fortaleza y todo adjetivo que describa la perfección de una deidad; sino, y sobre todo, desde mi punto de vista al menos, por la enorme e impagable deuda que todos/as nosotros/as tenemos con ella.
         Justo ayer le preguntaba de broma “¿qué? ¿reservando fuerzas para tu undécimo hijo/a?”, con cierto sarcasmo lo reconozco, refiriéndome, claro, al sexto/a nieto/a que viene de camino (nieta, por favor).
         Sé que hay otras muchas personas en este mundo que se merecen un monumento colosal que las que ya lo tienen.
         Como no tengo para pagar una oda escultórica a la mujer, esto va por mi madre. Y por todas las madres del mundo; pero no solo por ser madres; sino mujeres, con el valor añadido que eso supone.
         ¿Sexo débil? ¡Que se vaya a la mierda el gilipollas que inventó tan inapropiada expresión!
         ¿Liberación de la mujer? “Es que ya se están pasando con lo del feminismo”. ¡Un carajo de goma! (siento perder las formas, pero siempre me sale mi parte más soez cuando me enciendo).



Hipocresía como un castillo.
         A la mujer no se le ha liberado de nada, se le han atado nuevas cadenas a las que ya tenía.
         Ahora, además de buena madre, abnegada esposa, ama de casa impecable, tener un aspecto siempre apropiado; también tiene que competir doblemente en el mercado laboral (el que está de puertas para afuera de las casas me refiero), ser abuela-madre, mantener a los hijos descarriados por cabezas locas o por haber sido víctimas de la Crisis y siempre, siempre, encima, manda huevos, seguir estando en el punto de mira de las críticas y las exigencias.
         Una mujer no deja de ser una madraza por reconocer que le encantaría mandar bien lejos a sus hijos por una temporadita e irse a un balneario a recibir masajes y baños termales (con o sin el marido, que ella elija).
         Una madre no debe sentirse mal por “delegar” en otras personas, y reclamar ayuda cuando la situación la desborda. Una madre es una mujer, un ser humano, no lo olvidemos, aunque a veces pretendan hacerse creer a ellas mismas y hacérnoslo creer a los demás que pueden con todo (porque es lo que desde siempre les han inculcado).
         Pero, y pido perdón por la osadía de opinar desde fuera, si que creo que si se ha decidido voluntariamente tener un hijo, tampoco se puede abusar de las abuelas.
         Una mujer no debe entender que su objetivo último en la vida es la maternidad, ni sentirse egoísta por decidir no querer ser madre. Porque peor es serlo sin sopesar las consecuencias y sin reconocer honestamente si va a poder o no. Y porque, ciertamente, lo de la “conciliación de la vida laboral y familiar” es un engañabobos compra votos como otro cualquiera.
         Como dice una amiga, a veces habría que comprarse un tamagochi en lugar de tener un hijo/a.
         Y ya estoy cayendo en juzgar desde fuera, pero, en el fondo, me atrevo porque sé que no soy el único que lo hace.
         Porque nos hemos creído con la potestad de exigirle todo a la madre –mujer– mientras que nosotros –hijos/as, nietos/as– parece que podemos reclamarle el oro y el moro siempre.
         Pero esta “crítica” (vaya por Dios, que empezaba como homenaje), también va a los del espermatozoide.
         Sí, papás, cuñados; que mola mucho ser el que “trabaja fuera” y llegar a una acogedora casa repleta de monísimos niños que han estado toda la mañana dando por culo a su madre (y/o a su abuela) hasta ponerla de los nervios y llegar en plan “papá el bueno” que levanta el “desmesurado” castigo que ha puesto “mamá la mala” o la “abuela aburrida”.
         Que queda de muy buen padre decir que como por las mañanas estás trabajando (tu mujer también, en casa, antes de terminar la excedencia, no lo olvides, rey) y no puedes ver a tus hijos no quieres que su tío se los lleve unos días a su casa porque entonces no vas a poder verles por la tarde (tres míseros días), que es cuando no trabajas.
         Si quieres pasar más tiempo con ellos, no te sientes en el salón a leer el periódico los domingos mientras tu mujer y tu suegra lidian con tus hijos para darles de comer o te quedes en tu casa viendo las motos mientras los mandas a casa de abuela.



Recuerda que ahora tienes a tu mujer embarazada, que no puede tirar de su alma porque la pobre pasa unos embarazos horribles, y que quizá, no digo que con descaro, puede que hasta con inconsciencia, estás abusando de la abuela.
         Porque ahora a mi hermana le ha tocado incorporarse al trabajo preñada y también está fuera de casa por las mañanas; y a la que le encalomas a los/as niños/as mientras tú te vas a tu casa a limpiar el baño (en media hora lo tienes niquelao, si tardas más es porque te has echado una siestecita, seamos honestos, no hay súper papás como no hay súper mamás).
         Pero si a ellas nos atrevemos a criticarlas, ellos no deben ser menos.
         Habrá quien esté pensando que aireo temas personas en un foro público y que eso debería hablarlo con mi cuñado y con mi hermana, y puedo asegurar que quiero hacerlo. Pero necesito encontrar las palabras lo suficientemente asertivas y suaves para hacerles entender que, sin ser quién para meterme a opinar en su decisión de tener otro hijo, creo que sí tengo derecho a opinar sobre las consecuencias que eso va a tener (ya lo está teniendo) sobre mi madre.
         Me da miedo, porque somos muy de tomarnos las cosas a la tremenda, que decir estas cosas conlleve a que mi hermana creo que pienso que abusa de mi madre y que mi cuñado confirme que le tengo tirria (no es tirria, es absoluta falta de conexión, como él hacia mí), y que la consecuencia final sea lo contrario a lo que precisamente estoy tratando de reivindicar: que crea que, como madre, mujer, su obligación, es bregar ella sola con todo.
         Las cosas no son como antes. Tenemos la gran suerte de que ha aumentado el promedio de edad y de calidad de vida, con lo que abuelas pueden hacer de madres. Pueden. Si quieren. No deben hacerlo por cojones. Bien por el enraizado sentido de la responsabilidad que se les inculca desde crías o bien por el sutil remordimiento que les provoca el ver que su hija, a veces, como mujer, ser humana que es, no da abasto.
         Cuántas veces le he escuchado decir a mi madre “¿Cómo me voy a ir dejando a tu hermana sola con los niños?
         Piensa, abuela, ¿quién te ayudaba a ti? Y, por favor, regálate tiempo a ti.
         Además, no es una ofensa, ni es que “ya no te necesitemos”, para nada. Eres imprescindible, de hecho, me aterra pensar en el día que te tengas que ir (tú sigue metiéndote muchos tripis de esos). Pero lo has hecho tan bien, nos has transmitido unos valores tan íntegros que, con nuestras cosas y pequeños piques, somos unos hermanos unidos y que, cada vez que ha hecho falta y que la haga, vamos a hacer piña. Quédate tranquila, de verdad.



Joder, que es que no hay manera de levantarse antes que tú y adelantarse a hacer alguna de las cosas que haces todos los días aunque sea solo para que estés quince minutitos más en el sofá viendo la novela de la sobremesa (si esa tarde no te han dejado a los/as niños/as, claro; porque entonces en vez de Amar en tiempos revueltos toca, por cojones, el Boing o el Clan). Porque ahora amaneces aún más temprano para no tener que dejar de dar tu matutino paseo por la playa con tu amiga y poder ir a darle de desayunar a los/as niños/as antes de que su madre se vaya a trabajar.
         Porque papá, pobre, se ha ido antes, porque su trabajo es “más duro” y le hace madrugar más.
         No cambio yo hora y media de sueño por estrías, vomiteras, malestar continuo, náuseas, agotamiento, pesadez, pezones agrietados, genitales deformados y, menos aún, por ser una “mujer liberada del siglo XXI”.
         No es mentira decir que, hoy día, todavía queda bastante hacia el camino de la Igualdad efectiva.
         Y a mis hermanas, decirles que yo encantado de quedarme con sus niños, que me lo paso genial con ellos, y que los quiero con locura, que me encanta hacer de tío; y que no dejen de pedírmelo cada vez que lo necesiten, con sinceridad y sin exigencia; como yo les pueda decir sin remordimiento alguno si no me viene bien.
         Creo que la maternidad/paternidad responsable hoy día es saber que vas a contar con apoyo en la crianza de los retoños (sobre todo cuando tienes una familia numerosa de hermanos unidos, cosa de la que podemos presumir nosotros, y una matriarca espléndida), pero siendo consciente de que no siempre vas a poder recurrir a ese refuerzo externo, por los motivos que sea. Y, en esos casos, tomar conciencia de que tienes que valerte de tus propios medios (madre y padre, ojo).
         No sé si me he explicado bien, al final siete hojas, como siempre más de la cuenta, pero quiero decir tanto y me preocupa tanto que no se malinterprete, que no puedo evitar terminar enrollándome.
         Mamá, te adoro tanto que me gustaría que te dieras más lujos (o lujos, a secas) de los que te das. Y que claro que como abuela estás en tu perfecto derecho a tener con tus nietos/as una condescendencia que no tenías con tus hijos/as. Creo que el problema es cuando la crianza de los niños/as empieza a ser casi tan tuya como la de su madre. Y creo que es una cuestión generacional, la falta de respeto en general que tienen los/as niños/as hoy día hacia los adultos y la autoridad en general (aunque suene retrógrado).
         Hermana, en tu perfecto derecho de tener todos los hijos que quieras. Solo me preocupa que a veces percibo una dependencia demasiado fuerte y que debemos ser conscientes de que, ojalá sea dentro de mucho, algún día no la tendremos con nosotros. Y que tendremos que estar preparados para seguir sin ella. Me tienes para cuando me necesites, siempre y cuando yo no tenga otra cosa (yo cada vez estoy siendo más egoísta y no voy a dejar de hacer “mis cosas” porque, igual que tú, también tengo mi vida y mis obligaciones, aunque esté parado, soltero y sin hijos, también tengo que “labrarme mi futuro”, pero no quiero que por ello dejes de preguntarme cuando lo necesites, con la libertad y sin el compromiso de que yo te pueda decir tranquilamente si me viene bien o no).
         Cuñado, creo que en el fondo somos tan soberbios y prepotentes los dos que por eso chocamos. Sé que las palabras de un majara, marica y que ni siquiera tiene un trabajo en condiciones te entrarán por un oído y te saldrán por otro; pero ahí van. Lo primero que no te critico como padre, me pareces ejemplar, y lo digo de corazón, creo que mis sobrinos tienen mucha suerte y mi hermana al tenerte como marido también. Ya quisiera yo. Pero creo que a veces querer “hacerlo tan bien” te provoca un efecto rebote. No tienes que conseguir la medalla del mejor padre, porque ya lo eres. No te resta valía que a veces el cansancio (humano), el trabajo, las aficiones personales (humanas y necesarias también) te permitieran reconocer que no siempre puedes estar al pie del cañón.
         Lo que he dicho de la demagogia política de la conciliación también lo reivindico, por supuesto, para los padres. Por eso mismo, te agradezco que al final hayas cedido en “dejar” a tus hijos en otras manos durante unos días (igualmente fiables, que claro que les mimarán más y serán menos estrictos, pero para eso es su tío y no su padre; y que a ningún niño le viene mal cambiar de aires, estar con otras personas porque no por eso van a perder los valores que sus padres les quieren inculcar, a lo mejor hasta te sorprendes descubriendo que lo que les hace es abrirles más la mente, ya tendrás que decidir tú si crees que eso es bueno o no para ellos).
         Y si opino es porque me gustaría “abrir el debate”, dialogar, escuchar opiniones, que se me rebata; que a mí sí me gusta considerarme abierto de mente y empático. Pero asertivo. Aunque hablar (escribir) tanto me suponga riesgos que con la boca cerradita no correría.
         Y termino con lo que era la intención inicial de esta entrada, rendir un homenaje a mi madre. Decirle lo mucho que la quiero y lo agradecidísimo que le estoy por todo, a pesar de que a veces parezca que no nos soportamos.
         Por eso termino con la que, sin ser ningún melómano (soy más, incluso, de pachangueo), creo que es una de las canciones más bonitas que se ha compuesto dedicada a una madre, y que muchos podemos hacer extensibles a lo que sentimos.
         “Mother love”, de Queen.
         El vídeo viene con subtítulos en español, no me voy a hacer el guay de que con mi “nivel medio” (la mayor mentira de mi currículum) de inglés he entendido toda la letra.


http://www.youtube.com/watch?v=1mmSl1s7gxQ

Words and music by Brian May and Freddie Mercury


I don't want to sleep with you
i don't need the passion too
i don't want a stormy affair
to make me feel my life is heading somewhere
all i want is the comfort and care
just to know that my woman gives me sweet -
mother love
I've walked too long in this lonely lane
i've had enough of this same old game
i'm a man of the world and the say that i'm strong
but me heart is heavy, and my hope is gone
Out in the city, in the cold world outside
i don't want pity, just a safe place to hide
mama please, let me back inside
I don't want to make no waves
but you can give me all the love that i crave
i can't take it if you see me cry
i long for peace before i die
all i want is to know that you're there
you're gonna give me all that sweet -
mother love
Me body's aching, but i can't sleep
my dreams are all the company i keep
got such a feeling as the sun goes down
i'm coming home to my sweet -
mother love

2 comentarios:

  1. Como siempre te superas con cada entrada Javi, por eso VIVA LA MADRE QUE TE PARIÓ.

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  2. Uy, uy, uy... Gracias, hombre!! Eso sí, VIVA!! el dilema ahora es... se lo dejo leer a los "citados"?? Me debato entre la sinceridad, la asertividad y la discreción...

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