viernes, 23 de agosto de 2013

Retales de mi Diario de Pensamientos. 23 de agosto 2013.

23 de Agosto de 2013.
Egoísmo y Envidia.
Amor y Odio.
         Mi nueva teoría es que estos cuatro sentimientos están íntimamente relacionados. El Amor, cuya base es el Egoísmo, deriva en Odio, provocado por la Envidia; y viceversa, en el sentido contrario (parafraseando a aquella Miss sudamericana).
         Son los andamios que construyen todos los males que asolan nuestro mundo. Guerras, sufrimientos, traiciones, discriminaciones, crímenes pasionales y barbaries varias.
         Pero también forjan las acciones más vehementes, que no desinteresadas. El altruismo puro no existe: si hacemos bien es porque nos hace sentir bien hacerlo (obtenemos un beneficio: el bienestar de sentirnos “buenos”). Igual que si queremos damos a la otra persona tanto como le exigimos (y así debe ser, porque si no estamos apañados, queremos porque queremos que nos quieran).
         Si solo quieres y das, terminas haciendo el gilipollas.
         El Amor está muy trillado y desvirtuado. Especialmente por mí, obsesionado con él desde mi precoz y devastador acné prepuberal.
         Desde que escuché por primera vez lo de “amor platónico” lo interioricé tanto como el resto de mis neuras. A fuego grabé la persistente idea de “luchar por alcanzarlo”. Perseguir el utópico e idealizado “amor para siempre”. Buscarlo en los confines del mundo.
         Vi más dramas románticos de los que debiera y leí más libros de historias apasionadas de la cuenta. Consecuencias de ser el menor de una prole de cinco: intentaba estar acorde a mis hermanas, siguiendo las tramas de Sensación de vivir y Melrose place, sin terminar de entenderlas; y emular a mis hermanos intentando hacerme el machito con una voz de pito que te cagas y los amaneramientos más maricas del mundo.
         En mi foro interno, soñaba con declaraciones a la luz de la luna, románticas cenas con velitas, sexo místico, unión eterna, compatibilidad total, almas gemelas…
         Mitos que pronto se tradujeron en frustraciones y complejos. Falsos primeros amores, pajas mal hechas, ensuciadas de culpa y de kleenex arrugados, polvos cutres, interruptus, en los asientos traseros del coche o en servicios públicos de centros comerciales.
         De todo menos misticismo y espiritualidad.
         No voy a decir que quienes en su día consideré mis almas gemelas, mis seres predestinados, fueran farsantes, niñatos diabólicos e inmaduros que jugaron con mis frágiles sentimientos porque todo eso es lo que era y hacía yo por entonces. Y quizá sigo siendo.
         Un inmaduro. Aunque ahora consciente de serlo. Y, por eso, como mecanismo de defensa, actúo como asentimental y chulito. Quiero ser un “vividor follador”.
         El riesgo de sobreactuar (o, mejor dicho, de interpretar un papel que no se corresponde contigo) es que puedes terminar creyéndotelo y empezar a vivenciarlo como real.
         Y eso es lo que me ha pasado, creo.
         Por eso ha aparecido en mi vida un tío de puta madre que supuestamente me ofrece todo lo que pregonaba necesitar después de una relación muerta por descompensación, y lo dejo pasar. Y considero exagerado y prematuro su “te quiero”.
         Sensible, cariñoso, interesante, culto, de buen ver (aunque él no se lo crea, aúna esa difícil armonía entre intelectualoide y moderno) y que promete quererme más de lo que me ha querido nadie.
         Las promesas ya tampoco me las creo. Ni las hago. Ni las quiero. Me crean tanta desconfianza como incredulidad.
         Sería egoísta “intentarlo” con él porque me halaga, me sube la autoestima sentirme tan deseado y, para algunas cosas, mola tener a alguien dispuesto a satisfacer siempre tus deseos.
         Sería injusto decirle que le correspondo por miedo a la soledad, por el bienestar de sentir que alguien está pendiente de mí (egoísmo, de nuevo).
         Pero, sobre todo, no puedo decirle que “sí” porque no es el único que tengo en la cabeza. Aunque puede que eso siga siendo una equivocación fruto de la idealización infantil del Amor.
         Mientras siga sintiendo por mi ex odio (restos de amor) y envidia (su consecuencia, o su desencadenante) por haberse quedado con la vida que se suponía era para los dos, en vez de absoluta indiferencia (es mi aspiración), no puedo meterme en otra historia. Y mientras siga pensando en otro como mi “amor platónico”, no puedo decirle a nadie que le quiero.
         No quiero querer que me quieran. Quiero querer. Aunque vuelva a hacer el gilipollas.
         Seré un gilipollas que toma conciencia de estar siéndolo.
         Ya no lo seré de forma inconsciente como antes. Yo seré el primero en decirme aquella devastadora frase tan de madre. “Te lo dije”. Pero sí sigo creyendo, en el fondo, en la media naranja. Joder, y es que a veces (claro, también yo es que soy muy de decorar y de sesgar) las circunstancias y el entorno contribuyen tanto a esa “idealización” que te tienes que rendir al sueño irreal.
         De ilusiones se vive. Es bastante frustrante porque compensa menos de lo que renta, pero, mira, esos microsegundos, esos escalofríos, esa sonrisa de tonto que se te dibuja en la cara cuando le ves o le oyes, esos ojillos embobados ante tu “muso” (sí, coño, mierda de RAE homófoba y arcaica, me reitero: m-u-s-o), eso, lo siento, pero a mí me da la chispa necesaria para seguir viviendo sin dejar de soñar.
         Contar los días hasta el próximo reencuentro y estar pendiente del móvil a todas horas para alegrarte el día si hay el más mínimo indicio que tus distorsionadoras ansias puedan interpretar como una señal a la que aferrarte es una puta mierda pero, a la vez, mola tanto que por muy poco recomendable que sea para mi equilibrio mental y sentimental, no lo puedo evitar.
         Y si encima eres manifiestamente no correspondido y se avecina un posible final dramático donde nunca podrás probar al objeto de tu deseo, la idealización, lejos de desaparecer, engordará tanto que no dejará de ser tu “amor platónico” en la vida.
         Imposible, no correspondido y presente, con más o menos intensidad, desde el primer momento en que le viste. Cuando eras un renacuajo incapaz de reconocer aquel nudo estomacal como incontrolable atracción hacia aquel precioso actor de impoluto negro que versaba un monólogo en un bar y cuya grabación mandó a sus amigas en vhs (ha llovido ya).
         Aquel hombre al que pusiste nombre, al que con los años perseguiste y pretendiste torpemente, temeroso de quedar como un ridículo yogurín tira-trastos. Al que olvidaste unos años cambiando la magia (chispeante e hiriente) de lo inalcanzable por la tempestad de ese otro que se te metió de repente. En tu vida y en tu sexo, tan al alcance y tan dispuesto. Ése del que te volviste a interesar en cuanto tu corazón volvió a colgar el cartel de “libre”. Ése con quien ahora congenias en una bonita amistad y por el que además mantienes ese sentimiento platónico (que ya has aprendido a mantener a raya).
         Amor imposible que de hacerse real y palpable, seguramente desengañaría. Le tiraría del Olimpo de los dioses en un empujón de realidad. Así que mejor que se quede quietecito, impertérrito, junto a Zeus y su troupe porque así siempre será “perfecto”.
         Cuando termine de madurar, cuando abandone la ingenuidad en pos de la cordura de un plan de futuro (¿cordura o locura por planificar un mañana que nadie te asegura?) decidiré acomodarme al amor egoísta en el que das y recibes lo mismo, al contrato del compromiso; a decirle que “sí” a quien es el realmente perfecto –compatible, adecuado– para ti aunque el revolotear de las mariposas que te provoca no sea tan huracán.
         Por ahora (y con esto no quiero “dejar una posibilidad abierta” ni alimentar una inútil espera), estoy bien como estoy. Todo lo soñado que he acabado cumpliendo, en cierto modo, ha sido decepcionante.
         No quiero más mitos rotos.
         Lo que quiero, hoy por hoy, no es posible, no existe más que en mi cabeza y en unas cuantas historias de la literatura y la cinematografía clásica. Y en los diálogos de un cortometraje de Mateo Gil galardonado en los Goya de 2010.
         Dime que yo.
         Mateo Gil.
         Fele Martínez y Judith Diakhate.




         Yo quiero las dos cosas. Lo que pide ella y lo que pide él.
         Un súper-héroe del equilibrismo, fuerte y con tipín, poeta y bruto, constante y con capacidad de sorprender, sincero pero misterioso, que se derrita por mis huesos pero que pase de mí, guapo y con buen rabo, pero que la belleza esté por dentro y que el tamaño sí y no importe.
         Que no deje de hacerme sentir las hormiguitas (mariposas, cosquilleo) en el estómago, que se deje el alma como yo me la he dejado.
         Épica, mentiras, seguridad, misterio, confianza ciega, temblor de rodillas, que sea mío, solo mío (egoísmo puro y duro), sin preguntas, sin pasado.
         Que me quiera o que se pudra en el infierno.
         Alguien a quien para querer tiene que estar en lo inalcanzable de la utopía porque de encarnarse en la banal realidad terminaría haciéndose odioso.
         Alguien a quien querer egoístamente y al que puedas terminar odiando por pura envidia.
         Demasiado complicado con la de cosas que tengo yo ahora en la cabeza.       

1 comentario:

  1. Después de releer la entrada mis sentimientos son encontrados, por un lado me halaga que hables tan bien de mi, pero por otro lado que comentes algo que me costó tanto escribir y de una manera tan íntima y personal y que lo pueda leer la gente, hace que me sienta un poco gilipollas. Siento si soy directo Javi.

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