Me abandero como defensor de la "causa mujer". Soy de los que piensan que, en este tema, es preferible pecar de exceso que de defecto y hasta hace poco hasta abogaba por discriminatorias medidas como la paridad pero, inevitablemente, al escuchar los escalofriantes testimonios -la realidad supera con creces la ficción- de profesionales de la materia sobre las estafas resultantes de una Ley de Protección Integral contra la Violencia de Género más que excesiva, permisiva y consentidora de la estafa de ciudadanas más que pícaras, carentes de escrúpulos y más que inmorales, ofensivas contra sus iguales; uno no tiene más remedio que cambiar su opinión.
Hace años viví en carnes propias ver a mi madre en comisaría intentando poner una denuncia que no se pudo tramitar porque, literalmente (Icíar Bollaín lo refleja perfectamente en aquella brutal escena de Te doy mis ojos magistralmente encarnada por Laia Marul), "no había sangre" que demostrara el maltrato; o que le dijeran que la culpa era de ella por tenerle en casa y que eso invalidaba posible intervención policial por mucha demanda de separación de por medio que hubiera.
Parece ser que ahora basta con decir que anoche mi marido/novio me llamó puta para que automáticamente se tramite orden de alejamiento y se "proteja" a la directamente considerada víctima, sin sangre, sin pruebas y sin un mínimo examen psicológico.
No me retracto porque repito que creo que es preferible pecar de exceso y si por cada diez mujeres que mienten y se aprovechan de la Ley hay una sola que de verdad requiere de esa protección (jurídica, económica, social y psicológica), para mí, merece la pena; pero por supuesto que "condeno" tales actitudes, no sólo por ser un irrecuperable agujero para la economía española, sumado a otros tantos fraudes de élites de poder y ciudadan@s, sino -lo que considero más grave- porque me parece una inadmisible falta de respeto hacia quien de verdad sufre ese drama para cobrar una ayuda de unos míseros euros.
Quien hace la ley hace la trampa y en nuestro país es práctica nacional corromper leyes y beneficiarse fraudulentamente de los ingresos públicos.
Vamos, que lo llego a saber y hace cosa de un año me denuncio a mí mismo por maltrato psicológico; aunque, en este caso, dicha demanda no hubiera llegado a ningún sitio porque no sería violencia ejercida por el hombre hacia la mujer, sino por el hombre al hombre y encima a sí mismo, lo cual, creo, aún no está tipificado ni como delito ni como falta. Obvio mi ramalazo pro-derechos LGTB porque entonces no terminaría nunca.
No quiero bromear con un tema tan serio, de verdad, que no se me malinterprete. Lo que quiero decir con esto es que a veces un@ mism@ es quien más daño puede hacerse a sí mism@.
La magnitud de mi depresión alcanzó límites extremos por dos factores añadidos: no haber empezado a tratarla a tiempo por no querer reconocerla ante el terror de heredar la desequilibrada genética paterna y el autocastigo del que me consideraba merecedor por una mal tomada decisión.
Y esos dos factores aún hoy resurgen de vez en cuando como secuelas, imagino. Ayer, sin ir más lejos, volvió el rumiaje mental de culpabilidad y el atisbo de autocastigo ante el simple comentario de un moco de ocho años que yo me tomé a la tremenda llevándomelo a lo personal y rescatando fantasmas pasados y satánicos Pepitos Grillos.
-Yo cuando tenga dieciocho le voy a pedir a mi padre que me regale un coche como el suyo.
Mi ataque, en broma, se me volvió en contra:
-Sí, claro, tú a los dieciocho ya tienes que dejar de chupar del cotarro y buscarte la vida.
-Pues tu hermano y tú tenéis más de treinta y seguís viviendo con vuestra madre.
Donde las dan las toman. Eso me pasa por hablar más de la cuenta.
Fracasado, inútil, perdedor y toda la retahíla de insultos hacia la que en momentos como ése siento que es la persona más patética de este mundo: yo mismo.
Ya ni cena familiar, ni tarde de cumpleaños. Alguien tan despreciable sólo debe invertir su injusto y no ganado tiempo libre en buscar trabajo para dejar de ser resquicio social. Me volví para casa de mi madre, mantenido, cabizbajo, dependiente, con urgencia y ansiedad por seguir echando currículums, diseñando el modelo ciento un mil para mandarlo a la empresa dos millones cuatrocientos treinta y dos mil.
¿Artista tú? ¿talento desaprovechado que merece una oportunidad y un respaldo del tiempo que sea necesario para encontrar el trabajo que de verdad mereces? Y una mierda. Que no eres el único y tienes que trabajar como todo currito de a pie. Inútil, caradura, chupasangre de la pobre pensionista de tu madre, que ella sí que se merece un descanso y una paga vitalicia no tú, que no has sido capaz ni de conservar el único trabajo que merecía la pena, cobarde al que la situación le quedó grande.
Suelo exagerar, pero no es el caso ahora... De seguir en esa tónica, volvería a planteamientos extremistas susceptibles de derivar en ideaciones autodestructivas y como uno ya va conociendo sus reacciones y ahora además dispone de una maravillosa droga capaz de evadir todo ese tipo de pensamientos, opté por meterme en la cama previa ingesta de la pastillita del off mental.
Recaí. Lo confieso. Y hoy he amanecido con cierto remordimiento de conciencia pero con el ánimo regenerado y listo para seguir afrontando mi difícil situación actual pero tampoco tan insalvable ni grave como para ser quemado en la hoguera del automaltrato. Y, en todo caso, con la madurez suficiente de no caer en berrinches equiparables a los del niño de ocho años que terminó fastidiándome la velada.
Aunque desde tan temprana edad se nos haga creer que en esta vida o eres un fracasado o eres un triunfador, no es cierto que las cosas sólo sean o blancas o negras. Las tonalidades de la felicidad y de la infelicidad son infinitas y cada uno debe colorearlas como quiera y pueda, dentro de sus baremos y de sus posibilidades.
Yo opto por los colores, fuertes, vivos, chirriantes en ocasiones, de combinaciones difíciles otras; que lo blanco o lo negro es sencillo, fácil y hasta cómodo, pero aburrido, desalentador; estable por supuesto, pero tremendamente previsible.
Sólo tengo que aprender a mesurar. Ni tan arriba ni tan abajo.
Intentaré escribir mi vida siempre en folios de colores y cuando vuelva a las nubes que sean hechas a medida y supervisadas desde la tierra.
(Imágenes cortesía de http://instagram.com/doncolor).
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