miércoles, 20 de mayo de 2015

Yayoi Kusama: la loca de la peluca naranja.



A pesar de que hay quien ya considera al artista como un mero productor de objetos de consumo para el público masivo, la mayoría seguimos viendo a quien crea arte rodeado de un halo de genio creador en los límites del desequilibrio. Idea avalada, además, por la copiosa lista de reconocidos creadores con claros indicios de trastorno.

La locura tantea una borrosa frontera y el arte se mueve, precisamente, en ese terreno liminar entre la pasión y la razón.

En un alarde de excentricidad, Yayoi Kusama se abandera como la artista loca por excelencia. Vive voluntariamente en el Hospital Seiwa para enfermos mentales de Tokyo, del que sólo sale en la incansable jornada que a sus 84 años desarrolla en el estudio situado junto a su amurallada residencia.

Mantener una estricta rutina es una forma de ordenar la vida como el deseo ad finitum de su obra podría ser un intento de dominar la obsesión.

Ella misma declara que su arte mantiene una estrecha relación con su salud mental, que parece incluir trastornos esquizofrénicos, obsesivo-compulsivos y frecuentes ideaciones alucinógenas y suicidas.


Y es que si en general los trastornos psicopatológicos más graves son considerados como factores negativos para la creatividad; otros, más leves, especialmente los de los trastornos ciclotímicos, encajan como piezas de puzle con los típicos de un prolífico período de producción (aumento de la autoestima, disminución de la necesidad de dormir, fluidez de ideas, etc.).
Lucho contra el dolor, la ansiedad, el miedo y el único método que sigo encontrando para calmar mi enfermedad es mi trabajo creativo.

La niña Kusama retrata a su madre recubierta de círculos, gestando su más recurrente Leitmotiv: vastos campos de lunares, “redes infinitas”, que evolucionarán a habitáculos de complejos juegos ópticos.

El lunar tiene la forma del sol (…) y de la luna (…) Nuestra tierra es sólo un lunar entre los millones de estrellas del cosmos. Los lunares son un camino al infinito. Cuando borramos la naturaleza y nuestros cuerpos con lunares, nos integramos a la unidad de nuestro entorno. Nos volvemos parte de la eternidad. (…) Los puntos son sólidos e infinitos. Son una forma de vida (…)




Pronto abandona el estilo japonés que aprende en Kyoto para interesarse por la vanguardia europea y americana. En Nueva York, se codea con Warhol, establece escultura e instalación como sus medios principales, además de los intencionadamente estrafalarios happenings en Central Park o en el Puente de Brooklyn (el más conocido en repulsa a la Guerra de Vietnam); se influencia por la contracultura hippie y, a pesar de su manifiesto trauma hacia el sexo, promueve la desnudez física, participa activamente en el club social gay KOK (Kusama Omophile Kompany) y recubre de protuberancias fálicas mobiliario y enseres personales de manera compulsiva, obteniendo un resultado sorprendente.
 

 

Convertida en una top star de la farándula artística, por el estrés de la gran manzana y el exceso de trabajo, exhausta –confiesa–, vuelve a Japón. Se recluye como marchante de arte y cae en el olvido hasta que se le resucita con la retrospectiva Obsesión infinita. Una titánica campaña publicitaria consigue batir récords de asistencia pero también se desatan las críticas más mordaces acerca de la mercantilización de su arte, que ella misma negaba años atrás en la 33 Bienal de Venecia satirizando la venta de fragmentos de su Jardín de Narciso.

Ha rentabilizado lúcidamente su obra extendiéndola al mundo de la moda y la tecnología, creado su propio universo iconográfico y formado una familia queer –lejos de los abusos de la sanguínea–, la de sus veinte ayudantes, unida por el corporativismo de su trabajo.


Auténtica locura o más estrategia empresarial, su trabajo muestra una indudable introspección aunque quizá, al haberse “reglado”, haya perdido parte de su huella psicótica y se haya quedado más en la superficie lúdico-visual de luces, colores, lunares y espejos.
 
 
 
Artículo publicado en el número 17 de la revista SEMOS.
 
 
 
 
 
 
 
 

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