"Caminante no hay camino, se hace camino al andar"
Antonio Machado.
Y así es. Se deshace, se vuelve a recorrer y se van abriendo otros caminos. Construidos con las ruinas de los pasados, con un horizonte desdibujado, prometedor y desconcertante.
Subconsciente agazapado en esta noche de duermevela que no me ha perdonado caer otra vez en la nostalgia.
Tres días esquivando su nombre y sus recuerdos. Tarea que iba consiguiendo hasta estar compartiendo estos últimos días con quien tan presente estuvo en nuestros últimos meses de relación, nuestra "mariliendre" particular -compañera de juergas y confidente- rememorando, de forma inevitable, más de una vez, esos buenos momentos pasados, agarrados ahora en la pena.
No podían dejar indiferente a mi hipersensibilidad, a mi acérrimo aferro al pasado. Mi superlativa e incongruente estupidez vuelve a hacer acto de presencia.
Mi hermano me ha dicho que es normal, que pasan años y las personas que formaron parte de nuestras vidas se nos vuelven a colar de vez en cuando en los sueños.
La intromisión de anoche fue extraña. Le odiaba a la vez que me moría por volver a rendirme a los pies de su cuerpo transformado en efebo por mis ojos hipermétropes. Me parecía un gilipollas integral a la vez que le seguía amando con todas mis fuerzas.
Superficial, vanidoso, materialista, con esa vestimenta de última moda, esa apariencia de cosmopolita moderna con cerebro de pueblerino retrógrado que deberían hacerlo repulsivo. Esa incipiente calvicie descaradamente disimulada con artificiales pelos plasticosos implantados por la cirugía capilar. Ese cuerpo machacado por el gimnasio y los esteroides pero aún con hechuras desproporcionadas, pero preciosas. Asquerosamente irresistible. Odiosamente atractivo.
No quiero desearle ningún mal. Ni ningún bien. No quiero desearle. Quiero que de verdad sea totalmente indiferente para mí. Si de verdad el sufrimiento que he pasado por "el duelo" es equiparable al que hubiera tenido por la pérdida de un ser querido, creo que ya está bien. Creo que ya sería más que hora de que dejara de afectarme lo más mínimo saber el menor dato sobre su vida.
Porque por poco que pregunte, por mucho que le diga a ella que aunque sepa de él no me cuente nada de lo importante, en el fondo, algo me carcome por dentro. A veces aún sigo queriendo tener el súperpoder de la omnipresencia y la invisibilidad y la capacidad de entrar en los cerebros ajenos para irme allá donde esté y meterme en el suyo sin que me vea ni sepa nada de mí, del patetismo de seguir pensando en él a veces. Para rebuscar y terminar hallando un poquito de nostalgia. De él hacia mí. Un poquito de arrepentimiento por haberme dejado, fugaz y diminuto, pero desolador de vez en cuando en una persona que sabe vivir el día a día como nadie y a quien pensar en lo pasado le parece una pérdida de tiempo. Un tío con la deshumanizada -a mi parecer- capacidad de pasar de página sin la menor complicación. De olvidar cinco años en dos semanas.
Mi gran fallo: intentar proyectar la personalidad propia en la de otra persona diametralmente distinta a mí por haberle querido con todas mis fuerzas. Alguien ni mejor ni peor que yo, no me canso de repetirlo, y, por si lee esto (soy consciente de la enorme difusión que puede tener todo lo publicado en internet, a pesar de las "políticas de privacidad" y los "bloqueos" de "contactos no deseados", y, de algún modo, reconozco que casi querría que me leyera, supongo que porque significaría que aún le importo algo), quiero que sepa que sigo pensando lo que le dije en su momento: que no le culpo por haberme dejado de querer, solo por lo mal que lo hizo conmigo, perdonable, en todo caso, por ser un paso difícil de dar, pero innegablemente cobarde por no haberle echado los huevos necesarios a tiempo.
Espero con ganas el día que ya no se me aparezca más en mis sueños pero, a la vez, paradójicamente, me da pena pensar que ya estoy casi olvidándole del todo.
Mientras, siendo cada vez menos las derramadas, más las contenidas y, previsiblemente, solo las esporádicas acompañadas de sonrisa como recuerdo de lo agradable; los ríos de lágrimas que me ha costado los seguiré convirtiendo en ríos de tinta, que no veas lo que desahoga.
Pero, sin duda, y lo que creo que nunca dejará de darme pena es sentir y haber comprobado, a pesar de todo el autoengaño y las falsas esperanzas de un regreso que nunca se va a producir, su pasmosa facilidad para tachar recuerdos...
...No me creo que no seas capaz de echarme de menos...
Ochenta veces, de María Rozalén.
Supongo que todos pecamos de cierto antropocentrismo, independientemente de tener la autoestima en más altos o bajos niveles, y nos jode profundamente haber pasado tan inadvertidos para quien, en cambio, tanto nos ha marcado.
De tó hay en la Viña del Señó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario