miércoles, 31 de julio de 2013

Mariconería, activismo y otros entretenimientos del ser humano.

No, no es un título de Lucía Extebarría. De la de antes, de la de la época de escritora novel y transgresora de Amor, curiosidad, prozac y dudas, porque la de ahora del Sálvame mejor ni la miento.
         Otro mito que se me derrumba. A este paso voy a tener que empezar a creer en Dios, que no es humano, probablemente no existe y, como tal, se le puede adjudicar cualquier grandeza que nunca te va a defraudar porque, en realidad, nunca te ha prometido nada, toda la confianza que se deposita en ese ente abstracto es obligatoriamente ciega.
         El caso es que verla “rebajada” a participar como carnaza en el circo televisivo de Telecinco me ha hecho terminar de decidir ser maricón activista. Hay que creer en algo, y los pilares se me agotan cada día que pasa.
         Seré practicante y evangelizador de la anti-religión, de la anti-moral, de la subcultura del colectivo LGTB. Hacerme tan visible que chirríe, desatender los consejos de cautela y discreción; y asumir la arriesgada tarea de defender sin “pregonar”, de reivindicar sin escandalizar y de querer transmitir un mensaje que se puede malinterpretar, confundiéndolo con la banalidad.
         Ser visible, no solo no esconderme. Sí, enseñarme; pavonearme para según quienes. Es una causa en la que de verdad creo, y efectivamente creo que las asociaciones LGTB no tienen que perseguir los mismos objetivos que hace unos años, o al menos no todos. Hay que quitar algunos y priorizar otros nuevos.
         La visibilidad normalizada que, perdónenme, pero no está conseguida. Y ni queda poco ni es tarea fácil hacerlo. Los avances legislativos y artísticos muchas veces van muy por delante del real cambio de mentalidades.
         Que me tenga que preocupar que mi inclinación homosexual pueda “dañar mi imagen” a ojos de unos/as padres/madres que desconfíen de que sea “buena influencia” para sus hijos como monitor de talleres infantiles por ese motivo, por escribir de vez en cuando en redes sociales o en blogs sobre el tema, por posicionarme ideológicamente sin reparos o por “mostrarme” en fotos sacando la pluma; es una evidencia de lo que digo. Que escribiera sobre el mundo taurino o me fotografiara en las gradas de una corrida (de toros), por ejemplo, a muchos de esos/as padres/madres no les importaría lo más mínimo, o incluso les haría empatizar conmigo o, por el contrario, considerarme partícipe de una sangrienta e inmisericorde carnicería. Nunca va a llover a gusto de todos.
         Ya intenté agradar a todo el mundo. A mi madre, mostrándome correcto; a mi ex, siendo el más guarro en la cama; a sus amigos, siendo el más simpático y educado; a los míos, estando siempre de acuerdo con todo, a mis compañeros/as de trabajo siendo tan tan profesional que ni me permitía tener vida privada.
         Y al final olvidé agradarme a mí mismo. Para cuando me paré a analizar mi reflejo descubrí horrorizado que por haber querido ser tantas cosas había terminado por no ser nada.
         Pues se acabó. Hala, a la mierda. A unos/as les gustaré y a otros/as no. Tendré detractores y defensores, porque estaré a merced de la opinión pública, pero, qué coño, ni soy tan importante ni la gente está tan aburrida como para dedicar su tiempo a criticarme o a alabarme. De todas formas, aunque lo intentara, no fui capaz de pasar desapercibido. Ciertas cosas me encienden y antes que ser un reprimido frustrado y amargado, prefiero ser un muerto de hambre con la cabeza bien alta y la conciencia bien tranquila. Siempre termino adorando a los/as grandes reivindicadores/as.
         No soy pedófilo ni pretendo contagiar mi mariconería a nadie. Se me dan bien los/as niños/as y creo sinceramente que es porque no les trato como a idiotas, sino como a personitas. Puedo ser divertido y puedo imponerme cuando es necesario. Tengo buenas y creativas ideas y disfruto con lo que hago. Soy un buen animador sociocultural. Soy un buen animador sociocultural maricón. Maricón, algo neurótico, idealista, enamoradizo, buena persona.
         Me interesa lo social y lo cultural. Soy historiador del Arte. Historiador del Arte maricón, sí, y con una “sensibilidad especial” (eso me parece un poco gilipollez, pero bueno). Se cumple el tópico, pero es que cuando el río suena es que lleva agua y cuántos maricones y cuántas bollitronas hay en la Historia del Arte que han creado auténticas maravillas. Me da igual el motivo, pero es una realidad irrefutable. ¿Por qué no aunar ambas dedicaciones?
         Es lo que siempre he querido. Y ahora es posible que se me presente la oportunidad de hacerlo. Cádiz no es Sitges, ni pretenderé que lo sea; pero sí intentaré potenciar mucho más el turismo gayfriendly (a la RAE van a empezar a darle por culo, me quedo con la definición de la Wikipedia: “término anglosajón utilizado mundialmente para referirse a lugares, políticas o instituciones que buscan activamente la creación de un ambiente amigable hacia las personas LGTB”). No es disgregar o crear guetos intencionadamente marginales.
         E ahí el riesgo de ser malinterpretado.
         Es adaptar un producto a una clientela potencial, en términos empresariales. En términos sociales, es devolver a este colectivo el derecho a estar en primera línea social, reconocerle su puesto en la cultura; entender y dar cabida a la “alternativa forma de vida” que muchos/as de ellos/as proponen y “acondicionar” (estética, ambiente, servicios, productos…) locales, salas de exposiciones, bares, pubs, etc. a ésta.
         Ya que tenemos la fama, a ver si cortamos la lana. “Hasta el bárbaro de Conan nos dejó a su propia hermana. La llamaban “Mari-Conan” y de ahí lo de la fama”, que cantaban “Los Yesterday” en el 99 en su pasodoble “Asquien le guste la historia”.




         Aunque nada de acuerdo con el final. No seamos tan catetos/as, y entendamos que ser Patrimonio de la Humanidad es un honor del que debemos saber sacar provecho. Para los/as gaditanos/as y para la ciudad que tanto idolatramos y a la que muchas veces perjudicamos abanderando una ridícula monopolización localista.
         Abrirse siempre es bueno y, si vais a hacer la gracia, ya me adelanto yo: sí, en todos los sentidos es bueno abrirse.
         ¡Abrámonos! Al mundo, a los/as turistas alemanes, rusos, chinos, maricas, heteros, rubios, altos, bajos, gordas, calvos, con varices, culturetas, amantes del sol y playa…
         Abrámonos, por tópico que suene, a las P-E-R-S-O-N-A-S.

martes, 30 de julio de 2013

Los amantes pasajeros.

Igual que con cada uno de sus planos, de su fotografía, de los colores de las paredes de sus escenas, de los vestuarios de sus actores y actrices; nada en una peli de Almodóvar ha sido elegido "porque sí". Sus títulos no pueden ser menos.

Hoy me viene a la cabeza el de su última creación: "Los amantes pasajeros". Título que lo mismo podría ser de un tremendo dramón que de una ácida comedia como en realidad es. El amor siempre es pasajero. ¿El amor es pasajero? ¿Deja de ser amor cuando pasa del nomadismo al sedentarismo?

Otra peli que se me pasa por la mente, españolada claro, es "¿Por qué lo llaman Amor cuando quieren decir Sexo?".

Hemos mitificado el amor, confundiéndolo con una química pasajera, un erizamiento cutáneo, un hinchamiento del pene cuando rozas a la persona con la que sabes que vas a terminar follando. Lo demás es compromiso, fidelidad, entrega, decisión vital, elección; pero quizá no amor. O quizá yo confundo el Sexo con el Amor.

No sé, en todo caso, estoy siendo capaz de pasar del tema. Disfrutar de lo efímero del cosquilleo. De lo pasajero de las mariposas que vienen, revolotean dentro de ti un tiempo y luego se piran. Las mariposas fugaces y caprichosas que emigraron de las tripas del que fue el "Gran amor de mi vida" y que pensé se fueron del mío para siempre.

Este fin de semana han vuelto, pero no se han quedado, ni lo van a hacer. Las alas están para volar de un sitio a otro. El Amor es pasajero por definición.

Gracias por ponerme alas de nuevo por dos días.


  
LOS AMANTES PASAJEROS.
            No, Pedro, no me podías defraudar. Tú no. Creo que necesito verla otra vez. Todo prometía: el regreso a la comedia más pura veinticinco años después de Mujeres…, personajes excéntricos en situación in extremis, diálogos superfluos (no banales) y divertidos, reparto excepcional para una historia coral y alocada a bordo de un avión (Banderas y Cruz en una “estelar aparición” que, a mí, con perdón, me parece una cagada metida con calzador; lo siento, chicas y gays del mundo, ni Hugo Silva ni Miguel Ángel Silvestre enseñan ni un triste pezoncillo en toda la peli; grandioso debut como nueva “chica Almodóvar” de Lola Dueñas en el papel de la médium Bruna, que presagia un desolador desenlace para el vuelo con-tactando con los paquetes de los pilotos –“En este viaje va a ocurrir algo muy gordo que nos afectará a todos”–; maravillosa la veterana Roth, pletórica como la enigmática Norma Boss; parejas en luna de miel, financieros a la fuga, actores en declive, un asesino a sueldo…). Todos ellos presentados por una monstruosa tripulación, cual Cerbero, perro infernal de tres cabezas: fantásticos y compenetradísimos (sin segundas) Javier Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo que se reparten amaneramientos y comicidades a partes iguales.
            El propio director, en una entrevista, afirma que no se ha privado de casi nada. A estas alturas, puede hacer lo que quiera, nadie duda ya de su talento. Dice querer responder a esa deuda que tenía con ese público que le reclamaba la vuelta al género más puro que revolucionó en los ochenta.
Reconoce haber escrito más de la mitad de su guión de una manera febril, y que lo que más le costó fue rematarlo; pero que, en todo caso, su intención no es trascender a lo grande con esta película. Regresa a la comedia justamente cuando el país está para pocas risas, o lo hace intencionadamente, quizá, como terapia (también dice que, en lo personal, el cuerpo le pedía retomar el género).
            Y aunque los dorados ochenta de Pepi, Luci… y de Mujeres… quedan tres décadas atrás; sí que nos rescata en Los amantes pasajeros parte del aroma de esa feliz inconsciencia. Solo parte, en pequeños –y escasos, con todo el dolor de mi corazón y la decepción de mis enormes expectativas– grandes momentos de la película. Genial el personaje de “Fajas” (Carlos Areces) cuando le responde que él también cree mucho en el culo ante la confesión de “el novio” (Miguel Ángel Silvestre) de que, siendo mula, para pasar fronteras lo más seguro es el culo; o cuando, desmontando su altar plegable, le dice a Ulloa (Raúl Arévalo) que, entre otras cosas, reza para que deje las drogas, el alcohol y los cuartos oscuros.
            Cine subversivo y transgresor, dos de los calificativos con que más se ha calificado la trayectoria de nuestro manchego más universal –después de El Quijote–; pero con los que él, en cambio, no está del todo de acuerdo. Prefiere hablar de películas “candorosas y naïf”, porque dice no subrayar las desviaciones, lo amoral ni las perversiones de sus personajes. Solo presentarlos sin juzgarlos (asegura que la comedia sí que exige ciertos reflejos de la realidad). Por eso, sus personajes no son modelos ejemplares pero sí estereotipos del mundo en el que vivimos. La comedia de Almodóvar se sigue sustentando en la palabra y la falta de pudor de sus protagonistas.
            Sin pretender ser nostálgico, sí que declara querer recuperar con esta última película aquella “libertad maravillosa, aquella explosión que ahora se ha oscurecido”. Como ejercicio colectivo de risoterapia y como necesidad personal de retomar el humor como elemento principal. Véanla si aún no lo han hecho, ríanse sin más, pero no esperen mucho. Yo voy a volver a verla en cuanto pueda.
            Como aperitivo, les recomiendo busquen (y bailen) en youtube la flashmob con que se presenta la película.

viernes, 26 de julio de 2013

"Defecto de fábrica".

DEFECTO DE FÁBRICA.

Las cosas en tu cabeza no funcionan bien, chaval, lo siento. Es una putada pero es así y tienes que aprender a vivir con ello. Tu locura es solo temporal, con el tiempo y el tratamiento, te curarás.
Sí, puede haber recaídas. Sí, en el futuro te puede volver a pasar. O no. Ahora no debes pensar en eso. Piensa en el aquí y el ahora.
El lugar desconocido de mi mente y el agotador hoy.
¿Por qué? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Tras muchos estudios y en función de los interminables historiales, se deducen una serie de hechos en los que poder buscar la explicación.
Factor uno: información genética. No se hereda la enfermedad, pero sí la vulnerabilidad a padecerla. De antemano naces con esa tara. Vienes mal de fábrica. Llegas a un mundo que hoy por hoy te parece tan hostil que has dejado de comprender. Ya no formas parte de él. No sales a la calle. No quieres hablar con nadie. No atiendes a razones. No trabajas. Te pasas el día viendo las horas pasar. Vagas por tus pensamientos y empiezas a encontrar un raro consuelo en mortificarte. No quieres dar pena pero lo único que haces es autocompadecerte. Eres la basura que el camión de limpieza ha olvidado recoger.
Factor dos: tu personalidad. Algo que se supone únicamente tuyo. Que has ido forjando con los años y con las experiencias vividas. Alma de artista. Corazón sensible. Gran capacidad de introspección, tendencia a estados melancólicos, rumiar analítico, inseguridades, timidez. Altibajos de creatividad. Romántica descripción que, sin embargo, te vuelve jodidamente vulnerable. No tienes vacuna alguna y eres el blanco más débil aunque hasta ahora hubieras pensado que podías esquivarla. La soberbia es otro rasgo de tu carácter.
Los condicionantes externos componen el tercer factor. Ruptura de pareja. Te dejan y no eres capaz de superarlo. Con aquel hasta siempre tu cabeza termina de escacharrarse. Los enclenques cimientos de tu equilibrio mental empiezan a tambalearse, y ahí comienza tu caída en picado al Thánatos. Ciénaga habitada por fantasmas e ideas monstruosas. Obsesiones de culpa, pena, odio. Pensamientos que se relían en una compleja e incoherente amalgama que te atrapa como la red de una araña. Y no puedes escapar de ahí. La voz no te llega para gritar socorro y poco a poco te hundes sin remedio. Eres débil, recuerda. Tu última bocanada de aire se convierte en un garrafal error con el que seguir alimentando tu culpa.
¿Y si no me hubiera dejado? Probablemente no hubieras caído. Seguirías viviendo en una mentira y llegaría el día en que no cupieras por las puertas pero, inmerso en la burbuja de tu propia ilusión, podrías salir adelante. Además te quedaba poco para superar el primer pico de riesgo que los expertos sitúan entre los veinte y los treinta años. Una psicóloga te habla de dependencia emocional. Otro dice que atraviesas la crisis del joven adulto en fase de individuación.
Lo cierto es que por más que lo hayas intentado ha sido en vano. Y te terminas rindiendo, provocando a tu alrededor primero estupor, luego lástima y por último resignación.
Acudes de urgencia al taller mental para inyectarte drogas de felicidad, ya que tu cerebro se ha quedado anclado en la pena. Tu engranaje cerebral ha empezado a destruir neuronas y la flexibilidad necesaria para cambiar de estado de ánimo se ha truncado en la emoción de la pena. Te has quedado en el dolor. Produces menos neuromoduladores de los que debieras pero sigues destruyendo la misma cantidad de siempre creándose así un déficit que hace que, recibas el estímulo que recibas, tu abanico de emociones se reduzca al dolor. Dolor inútil y sinsentido.
Pero esa droga actúa indiscriminadamente. No puede estimular a las neuronas de forma selectiva. Ahora mismo que no se te levante, que orines el doble o que pierdas el apetito no es tan importante como recuperar la capacidad de sentirse alegre. O en un estado de ánimo neutro que varíe hacia un extremo u otro en función de los estímulos externos que reciba, acorde y de una manera proporcionada. Como el bombeo de la sangre en el corazón, los mecanismos del cerebro también son modulables. Un perfecto equilibrio cuando funciona bien. Compleja obra de ingeniería que genera alerta ante un peligro, miedo a una amenaza, alegría al recibir una buena noticia…
Pasó ahora como podría haber pasado antes, después o nunca. Dadas las circunstancias de ahora o sin que se hubieran dado. En el fondo sabes que no hay culpables, y eso también te jode. Cada ser humano es único e irrepetible en cada instante. Nunca fuimos los mismos y nunca lo seremos. El sentido del “yo”, de identidad, no es otra cosa que una estrategia mental. Cuando las alteraciones del cerebro se merman impide que la mente logre poner en marcha esa estrategia, y por eso uno experimenta esa experiencia tan terrible de no reconocimiento. Ahora no te reconoces, no reconoces tu sitio aquí. Actor sin guión.
Sin identificarte y sin saber hacia dónde ir, surge una nueva estrategia mental como respuesta al no autoreconocimiento: la idea de autoaniquilación. Los pensamientos suicidas son meramente sintomatológicos –dicen–. El cerebro, en el fondo, es pura mecánica. Pura mierda biológica que, en cambio, genera y condiciona la parte abstracta y desconocida. La mente humana, el alma, el karma. Lo que nos convierte en puntos de vista únicos, irrepetibles. Nunca hubo una mente como la tuya. En tu punto del espacio ni del tiempo. Jamás la hubo y jamás la habrá.
Aun no has perdido la capacidad de generar contenidos lingüísticos ni de hacer juicios de los mismos, pero sí los tienes enturbiados, manchados de mierda. Las construcciones mentales resultan de la interacción entre el entorno y la persona. Los síntomas resultan de las funciones mentales alteradas.
Reconoce tu debilidad. Abandona el amor propio, el orgullo, la indestructibilidad y demás rimbombantes banderas para rendirte a la dependencia de las drogas. Heroinómano de psicofármacos, cebra herida en medio de la sabana africana.
Pero no puedes, la culpa –profunda, diseminada– te embarga cada milímetro de piel. Salpica cada idea, cada intento. Si consigues sacar la cabeza te vuelve a hundir.
Perseverancia. Paciencia.   




Artículo Publicado en la Revista FAEM (Familiares, allegados y personas con enfermedad mental Cádiz) Nº 9. Sección "Punto de vista", con el título "Los desencadenantes".

"Y de repente llega un día".

Y DE REPENTE LLEGA UN DÍA.

Y de repente llega un día en el que la pena y el desánimo te vencen. El palo amoroso más gordo te golpea en la edad donde las decisiones son tan importantes que pueden condicionar el resto de tu vida. Donde la impulsividad y los arrebatos ya no se perdonan y todos tus actos tienen sus claras e irreversibles consecuencias.
De repente te ves un día ingresado en un hospital por haber querido matarte. Deseo no conseguido que te da pase directo a la derivación psiquiátrica. Un diagnóstico sin chequeo. Con cinco sencillas preguntas que te catalogan con esa enfermedad tan común en este tiempo, en este país y que tantas veces antes habías escuchado desde la barrera. Enfermedad de la que dudas y que nunca te has llegado a creer del todo, a pesar de lo cerca que siempre la has vivido en casa, quedando en primera línea de las estadísticas genéticas. Cuántas veces has pensado que la gente le echa morro para conseguir la baja laboral más fácil. Al fin y al cabo la pena no tiene ni medida ni baremación demostrable. Y tú, tan idiotamente honesto, o absurdamente desconfiado, has perdido tu trabajo por su culpa. Por no reconocer la evidencia. Por preferir pensar que solo podrías salir, que bastaría con un empezar de nuevo, desde cero, en otro sitio, con otro trabajo. Sin saber que ella viajaría contigo como polizón de tus entrañas allá donde fueras.
Salir solo. Salir. Salir de la caída en picado. Caer. Nunca mejor dicho. La expresión más usada en este caso es la más adecuada. “Cayó en depresión”.
Llega el día en el que, como si de la más aterradora profecía se tratara, empiezas a vivir en carne propia tu peor pesadilla. Protagonista de una peli de miedo de las que te hacen dar saltos en el sillón. Cruda realidad fantástica.
Tu dramática e inconsolable situación es tan de manual que se resume a la vulgaridad de “un caso más”, donde los especialistas te dedican apenas cinco minutos de consulta. Tus confesiones más ocultas, que terminan saliendo a la luz en un desesperado intento de supervivencia, son la archiconocida sintomatología del perfil estándar. Ya no eres persona. Ahora eres paciente. Enfermo. Enfermo mental. Ya no controlas tus emociones, ahora las controlan “la medicación”.
Pastillas que, por etimología, acabarán con tu mal. Pondrán fin a lo que a ti se te ha escapado de las manos. Ya no eres dueño ni de ti. Lo único que creías que quedaba bajo tu poder también se ha ido a la mierda. Medicación corrosiva, lenta y progresiva. Pero no del todo efectiva. Hay que ir probando con unos y otros hasta ver cuál es la que te termina de hacer el efecto deseado. Mientras, paciencia y a esperar. Mucha paciencia, porque los tiempos terapéuticos, te dicen, van mínimo de los tres meses al año. Eso si no hay recaídas fuertes.
Tus pensamientos, tus ideas, tus obsesiones, tus sueños ya no son tuyos. No estás loco. Seamos políticamente correctos. Eres un enfermo. Pobrecito. Ya no eres persona. Ya no se te mira como antes, has dejado de ser quien eras. Despiertas compasión, lástima y desconfianza en las personas que intentan ayudarte desde el otro lado. Personas que te arropan, te escuchan y te animan hasta que consigues apartarlas. Porque toda esa gente te recuerda todo lo que no puedes ser y, aunque todos quieran convencerte de que no es así, en el fondo sabes que ya nunca volverás a ser. Otra vez persona. Lo único que quieres es estar solo. Consumirte sin espectadores. Sin esos ojos que han cambiado la forma de dirigirse a ti, esas palabras medidamente calculadas o no dichas para que no te afecten. Porque ahora eres un enfermo. Recibes otro trato. Desequilibrado, inestable. Tu humor, tu ánimo, tus ganas de vivir zigzaguearán en un encefalograma con más curvas que un puerto de montaña. Hoy arriba, mañana abajo. Una inestabilidad de la que antes hacías gala como seña de identidad, y que ahora es tu hándicap. Y siempre habrá que estar pendiente de ti no se te vaya a volver a ocurrir una tontería. Una locura.
¿Y cómo no se te va a volver a ocurrir? A cada instante. En cada minuto, a cada segundo lo piensas. ¿Cómo sino se vive esta nueva vida, si se le puede llamar así? Una vida que necesita de pastillas para dormir para pensar y para sentir. Una vida donde tú eres tu peor enemigo porque te odias y, por extensión, odias al resto del mundo. ¿Cómo? Pues deseándolo día y noche. Tirando de creencias del cajón de emergencias para suplicar el fin de todo esto. Un fin que tú no eres capaz de poner. Los medios más recurrentes te han sido confiscados. Permaneces en continua vigilancia. Tu antigua independencia y autosuficiencia son ahora un añorado recuerdo. Como todo. Vives eternamente anclado en un ayer tan dolorosamente anhelado como felizmente vivido fue en su momento. Solo has aprendido una cosa. Que sí fuiste feliz. Que ahora, por contrate, por fin sabes qué es la felicidad. Un extremo tan lejano que atormenta y desgarra desde fuera del escaparate.
Una única posibilidad a la que no te atreves. Una ventana abierta al abismo que cada noche se vuelve a cerrar para dejarte otra vez dentro. Una frontera entre el aquí y el allá. Entre la vida y la muerte, la felicidad y el dolor. Papeles que se te invierten. La muerte es tu única promesa de felicidad ante el dolor de la vida. De tu vida de ahora Pero no eres capaz. Eres patético hasta para eso. ¿Qué se puede esperar de alguien que no se controla ni para llorar? ¿de alguien que no sabe seguir viviendo a pesar de las dificultades, como todo el mundo? De alguien como tú. Mírate, escombro de persona. Despojo lastimero. No vales para nada. Eres una carga, un inútil, un parásito social. Mírate, y ten los cojones de hacerlo de una vez por todas. Déjate de notas de despedida, de excusas y de aferrarte a la vida en el último momento. Mírate. Das tanta pena. Te da tanto miedo vivir como morir.

Y de repente llega un día en el que no quieres que llegue el día. 






Artículo publicado en la Revista Informativa de FAEM (Familiares, allegados y personas con enfermedad mental Cádiz). Nº 9. Sección "Punto de Vista", con el título de "El debut en la enfermedad".



Para mis "hamburguesos" preferidos. ¡No os dejéis de querer nunca!

Schneckentraum ("El sueño del Caracol").
Iván Sáinz-Pardo


Diario de vivencias en un lugar de La Mancha (Julio 2013).

Julio 2013.
Diario de vivencias en un lugar de La Mancha cuyo nombre empieza a sonarme más familiar que el de mi propia tierra natal.
Para no morir de la pena por el aislamiento, la caló inhumana, el desasosiego de las calles desiertas y la angustiante sensación de que si el pueblo se quemara la única opción sería salir corriendo por entre las llanuras de campo y trigo que enmarcan el "núcleo urbanístico" y que prenderían rápidamente asegurando una dolorosa muerte por achicharramiento; cada día intento buscar las "cosas positivas" de estar pasando aquí el verano.

Y lo peor es que las encuentro. Diría que hasta me está agradando la rutina matutina, de desayunos en el bar, trabajando con el ordenador, los ratos de piscina y, sobre todo, estar disfrutando de mis sobrinos que, con sus cosas, son un encanto y me lo paso pipa con ellos y sus ocurrencias (y las mías, porque estar con ellos despierta mi lado más infantil y gamberro).



Por ejemplo, hoy, por tercer día consecutivo, hemos salido a darle su paseo de la mañana a Dante en pijama... Total, a mí no me conoce nadie por aquí y para las dos almas que se ven en el tramo que dista de casa de mi hermana al parque tampoco merece la pena cambiarse de ropa.

Pablo, eso sí, el pobre, que ya empieza a desarrollar el sentido del ridículo (asquerosa madurez), va súper pendiente de que nadie le vea no vayan a empezar a ponerle motes del tipo "el niño que saca a su perro en pijama"...

En cualquier caso, hoy vuelvo a Sevilla, gran ciudad sí, pero con unas temperaturas por estas fechas todavía más insoportables que las de aquí, para hacer un curso y el viernes a Cádiz para pasar el finde.

El domingo de vuelta a Calzada y no sé si el calor empieza a afectarme más de la cuenta pero he de decir que, lejos de horrible, el plan se me presenta atractivo. La hospitalidad de mi hermana y mi cuñao también tienen mucho que ver.

¡Gracias!

Retales de mi Diario de Pensamientos. 26 de Junio de 2013.


26 de junio 2013.

Hoy vengo cargadito de cosas que decir, lo aviso desde ya. Nada de Haiku –lo siento, Nacho y Jose–, hoy necesito explayarme a gusto porque no son pocas las cosas que quiero plantear y porque me gustaría que quedaran claras. Aún así, intentaré concretar lo máximo posible y no irme demasiado por las ramas (que ya estoy empezando a hacerlo, por cierto).

Lo primero, lo que lleva días quitándome el sueño y haciendo que mi loca (¡arriba las locazas!) cabecita-montaña rusa ya esté runruneando más de la cuenta, con las consecuencias que ello puede traer:  el “enfrentamiento” con mi madre, o disparidad de pareceres, como le queramos llamar, a causa de mi acérrima defensa porque al homosexual se le llame “matrimonio” del mismo modo que se le llama al heterosexual, además de otras “preocupaciones” menores que  llevan días enemistándome con el escurridizo Morfeo, si no es previa ingesta de ansiolítico claro. Acérrima y puede que desproporcionada defensa, lo reconozco. Estoy muy susceptible y tiendo a tomármelo todo muy a la tremenda. Y encima ahora ya no me guardo las cosas, y hablo. Más de la cuenta.

No me estoy bajando los pantalones ni he cambiado de opinión, estoy intentando ser menos intransigente. Porque hablamos de mi madre (y mi hermana, de la que interpreté su no intervención como silencio otorgador y que terminé corroborando, una vez que le pregunté personalmente a ella). Ambas  defienden el mismo parecer de que “no es lo mismo lo uno que lo otro, aunque podamos tener los mismo derechos”. Nosotros/as, gays, lesbianas, bisexuales y transexuales no podemos llamar “matrimonio” a nuestra unión civil.

La adopción ya es otro tema. ¡Criaturitas! Pobres inocentes que no tienen culpa ninguna y podrían ser objeto de mofa.

Los cambios sociales siempre se han conseguido a partir de injustas e inocentes cabezas de turco (los/as que eran descubiertos/as o acusados/as, los/as que en un ejercicio de total valentía decidían no callarse ni esconderse, los/as que sacaban su pluma aunque eso les costara, cuanto menos, unos meses de encarcelamiento y tantas otras personas ninguneadas, maltratadas y directamente obviadas de la vida pública).

Mi propuesta para evitarlo, porque también me preocupa (en primera persona, además, porque algún día me gustaría ser padre, no por reivindicación política sino por motivación y decisión propia) que esos/as hijos/as de familias homoparentales  –al buscar este término en la RAE, redirige a “monoparental” y encima como “artículo nuevo”, vomitivo– no sufran vejación o discriminación alguna (y porque pretendo, precisamente, trabajar en esa línea) es la concienciación y la sensibilización desde la infancia en la amplitud de modelos actuales de familia (siempre las ha habido en realidad, pero ahora por fin se les está empezando a dar su hueco en la sociedad). Con cuentos para niños/as y jóvenes donde no solo aparezca un papá y una mamá, mucho menos con él trabajando fuera y ella deslomándose en la casa (¡remuneración propia para las/os amas/os de casa ya!).

Los/as niños/as no se escandalizan ni se traumatizan porque descubran que un tío suyo en vez de novia tiene novio; empiezan a mirarle con algo de recelo cuando, de más mayor, algún niño de su clase le ha dicho que eso es de maricas y que no es bueno. Con  materiales didácticos que promulguen (en su segunda acepción de la RAE: “hacer que algo se divulgue y propague mucho en público”, la primera y tercera acepciones tienen connotaciones de imposición que no me molan). Por lo que el colectivo LGTB lucha actualmente –o creo que debería hacer–: conseguir la Visibilidad y el Reconocimiento en manuales de Historia, libros de texto escolares y demás material pedagógico. Para alcanzar la total (no conseguida aún, remitámonos a las estadísticas y causas de mobbing escolar del año pasado) normalización –a la RAE y a sus definiciones le van a poder ir dando: según su primera definición “normalizar” es “regularizar o poner en orden lo que no lo estaba”. Vale, igual sí estoy demasiado a la defensiva, porque la segunda es “hacer que algo se estabilice en la normalidad”; y yo me lo he tomado en el sentido despectivo de que lo que no es normal es anormal, y de que eso de “normal” es muy relativo. Normar, desigual, diverso, amplio; visible y equiparado.

También pueden ser insultados/as los/as niños/as que tengan un padre o madre con alguna discapacidad física (desafortunada analogía), una madre separada y casada en segundas nupcias con un millonario que le dobla la edad (lo digo en femenino porque está peor visto que en el caso del hombre); un/a viud/oa que vive con su hermano/a, y todo ese largo etcétera al que nadie pone impedimento para tener hijos/as (biológicos, reconozco que los trámites de adopción son excesivos tanto para heterosexuales como para homosexuales, y a padres y/o madres solteros/as oiga). Que no tendrían unos modelos de padre y madre tan adecuados, como no los han tenido hijos/as de maltratadores/as, enfermos/as mentales, madres y padres adolescentes que no tenían madurez suficiente para hacerse cargo ni de sí mismas, etc etc etc. Mejor estar años y años en orfanatos, deambulando de unas familias a otras en “préstamos temporales” o llegando a adultos “recibiendo la oportunidad” de trabajar en una escuela taller de carpinteros o jardineros (no lo digo con el matiz despectivo de “profesión no cualificada”, porque para mí toda lo es; sino con el de no haber tenido unos padres o madres o un padre y una madre que le dedicaran atención suficientemente personalizada como para incentivar sus potencialidades profesionales, artísticas y humanas; que ampliara el deseo de desempeñar ésas o cualquier otra profesión). Hay un documental precioso, producido por 2De MEDIA para Fundación Triángulo, de 2012. Recomendable para “ver” que esas familias existen, y que esos hijos/as no presentan el más mínimo indicio de trauma; y, lo siento, pero si no os conmueve lo más mínimo nunca seáis donantes de sangre; mejor id a una horchatería.


Me refiero a no fomentar la discriminación llamando a las mismas cosas con nombres distintos. Porque mantengo que de la diferenciación empieza a gestarse la discriminiación. Claro que un heterosexual y un homosexual no son lo mismo, no en su tendencia sexual, gustos y forma de entender la vida, pero si en su condición de seres humanos. Claro que hombres y mujeres no son iguales, y no solo por sus distintos genitales. Hablamos de algo más que sexualidad o genitales. No hablamos de un lenguaje que “siempre ha sido así”. Vayamos al meollo, por favor. La comunicación surge a partir de que el hombre (y la mujer) empiezan a cargar de significado los sonidos que sus laringes son capaces de producir. De ahí la escritura, y de ahí la estandarización del lenguaje y las palabras. El conjunto de una pluralidad no se designa en masculino porque lo compongan más hombres que mujeres, hablar de la Historia del Hombre no es una generalización (es una clara exclusión, una invisibilización de las mujeres, como decía Nuria Varela en su “Feminismo para principiantes”, lectura que debiera ser tan obligatoria, adaptada y guiada por docentes claro, desde el cole).


Y, bueno, hasta me gustaría dejar de estar enfadado con mi cuñado, que aún con la desconfianza y rechazo que me crea quien se cree siempre dueño de la absoluta razón (crítica constructiva, porque a mí me pasa muchas veces lo mismo), en el fondo, también le quiero y no deja de ser el padre de mis sobrinos, un muy buen padre, dicho sea de paso, que ya lo quisiera yo haber tenido para mí (como padre digo, como cuñado también si no fuéramos los dos tan tercos y a veces tan ceporros, desde el cariño y desde la pluralidad de incluirme a mí también en esos dos adjetivos).

Puede ser que yo me tomara muy a la tremenda algo que supuestamente se suponía que decía de broma. Lo reconozco. Me aculpa. Estoy especialmente sensible con el tema (aún guardo rencor y dolor por la decepción y abandono de quien sentí que era mi más incondicional apoyo y el pilar fundamental de mi vida y yo de la suya), por cuestiones personales y por haberme empeñado en indagar sobre los crímenes, humillaciones y vejaciones cometidos a lo largo de la historia (y que se siguen cometiendo a día de hoy, no me voy a comparar con un fusilado o torturado en la posguerra, Dios me libre, pero sí he sido golpeado a patadas y puñetazos por una panda de neo-skinheads de no más de 17 años en mi segundo año de carrera, año 2002, al salir de una discoteca de ambiente de Sevilla –la prensa recogió estos ataques, que no solo sufrí yo– y once años después he sido víctima de “moobing”, sutil y sin maltrato directo, por parte de mi exjefa cuando confesó el verdadero argumento de no tenerme en la misma consideración).

En todo caso, pequeño paréntesis, para decir que de él (mi cuñado) me ofendió porque el supuesto tono de broma se podía malinterpretar como de burla, y fue así como me lo tomé. Bueno, y porque aseguró, sin cabida a duda alguna, que “hoy ya no se puede hablar de marido al referirse al marido de un hombre”. Una cosa, cuñado, es que el PP haya recurrido la ley que en su día aprobaron los socialistas y otra que ya se haya modificado; pero, bueno, que vengo conciliador, y por ahí no voy bien.

Y de mi madre (y mi hermana) más que ofenderme me dolió. Sólo quería aclarar ese matiz. Y a mi cuñi, no te lo tomes a mal, sabes que te adoro (a pesar de que en muchas cosas opinamos diametralmente distinto); pero también sabes que la familia es la familia y la familia política es la familia política (aunque no el vínculo sanguíneo siempre implique mayor intensidad de sentimiento de la una sobre la otra, como bien sabemos también; pero, bueno, generalmente, y en condiciones “normales” sí es así –cada vez le tengo más reparo a esa palabra, aunque sí me vais a permitir que me remita a un fragmento de la tercera acepción de la definición de la desactualizada y para mí antes intocable RAE de normal: “que se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano”, repito FIJADAS DE ANTEMANO –).

Precisamente en esa segunda decepción (ayer dije traición, hoy rectifico: decepción) que recibí de una de las personas/instituciones que en antes eran intocables y sagradas en mi vida y ahora no son más que “el amor más intenso que he sentido –aunque no de la forma más recomendable– por alguien y del que he entendido que no forma parte de mi destino, pero sí que lo fue de mi pasado, pasado que no tengo que borrar sino superar”, deriva lo que ahora voy a decir.

Ex-querida RAE, vete a la mierda un poquito. Ya no digo que te actualices, sino que pongas tus definiciones en concordancia con la legislación del país cuyo idioma abanderas. Que me has dejado sin argumentos contra mi cuñao, hija la gran puta.


"Baila La Tarara con bata de cola y si no hay pareja, bailotea sola...". Pues eso, que terminaré como aquellas, Ella Baila Sola, pero si por lo que sea, existiera el príncipe azul que no se convierta en rana, me lo quedaré tan para mí que mi unión será un matrimonio con todas sus letritas. el diccionario no, pero la ley sí me avala. Pantallazo nada más y nada menos que del ABC, ahí lo llevas...


En julio de 2005, el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero reformó el código Civil para permitir a las personas del mismo sexo casarse. En noviembre de 2011, el Tribunal constitucional, ante un recurso del PP, resolvió que la unión entre dos personas del mismo sexo es un «matrimonio»".


Canción popular para niños de Federico García Lorca, por Antonio Vega
(idea y montaje: Geni Castro).

Tiene la Tarara
un vestido blanco
que sólo se pone
en el Jueves Santo.
La Tarara sí,
la Tarara no, (estribillo)
la Tarara madre
que la bailo yo.
Tiene la Tarara
un dedito malo
que no se lo cura
ningún cirujano.
(estribillo)
Tiene la Tarara
un cesto de frutas,
y si se las pido
me las da maduras.
(estribillo)
Tiene la Tarara
un cesto de flores,
que si se las pido
me las da mejores.
(estribillo)
Tiene la Tarara
unos pantalones
que de arriba a bajo
todo son botones.
(estribillo)
Tiene la Tarara
un vestido verde
lleno de volantes
y de cascabeles.
(estribillo)

 

jueves, 25 de julio de 2013

Retales de mi Diario de Pensamientos. 23 de junio de 2013.

23 de junio 2013.

Voy a dejar de ir a la psicóloga. Ciento veinte euros mensuales que invertir en otras cosas. Decidido. Ahora que a mi prestación por desempleo le queda cada vez menos y ahora que trabajo como free lance, pero sobre todo ahora que ya estoy cuerdo de nuevo. Incluso más que antes diría.

He pasado de anularme y odiarme tanto que dejé de tenerme en cuenta, y ahora rozo el narcisismo. Tampoco debe ser sano, pero menos autodestructivo desde luego. Y en el fondo, solo lo siento de vez en cuando, esporádicamente y con un poquito de alcohol, amigos y juerga de por medio.

Grande la de anoche. Celebración del Orgullo en Cádiz, en el barrio del Pópulo, familiar verbena que nada tiene que ver con el despliegue del Orgullo de Barcelona (al de Madrid todavía no he ido nunca), pero que he disfrutado mucho más de lo que disfruté aquel. Porque aunque también con intención de ligar (y también sin haberlo conseguido), entendí de verdad el sentido que encierra de trasfondo esta efeméride conmemorativo-festiva.


A última hora tuve una idea que sigo pensando que estuvo tan genial que si hubiera visto a otro tío con mi misma guisa no hubiera dudado en apuntarme el número de móvil que llevaba puesto en su camiseta para mandarle un wathsapp.

¡Arriba el cortejo de antes! ¡Volvamos a “pedir de salir” antes de meter la lengua hasta el cuello o bajar la cremallera de la bragueta!
Sobra decir que volví tal como fui. Bueno, más caliente si cabe. Y con doble dosis de amor testicular. Pero en un ejercicio de total psicología positiva, o de narcisismo excesivo, como digo, me he consolado pensando que “mis complementos” y mi camiseta tuneada más que atraer, ahuyentaba. Cohibía tanto un reclamo tan explícito.

Igual, como me pasa cuando mando mi mensaje al universo, no fui lo suficientemente claro. No quería solo un polvo, o sí. No quería un futuro marido, o sí. No quería un extremista reivindicativo activista del movimiento LGTB, o sí. Alguien concienciado y con ganas de trabajar por cambiar el mundo, desde uno u otro campo laboral. O sí. Una profunda reflexión sobre la vida y la muerte, la historia y el futuro. O un simple marujeo sobre trapitos y pamplinas.

No fui claro. No resulté atractivo ni desperté interés en nadie. En nadie que a mí también me interesara, no es pegote, algo hubo, poco, pero algo, poco. No me comí un colín, que diría Mecano.

Pero para suplir esa carencia he empezado a volcar en mí mismo todo el amor que tengo para dar. Porque yo lo valgo y porque ya no tengo abuela.