19 de junio de 2013.
Qué angustia de foto... Es un Arcimboldo versión psicofármacos.
Antes de anoche, pasé una larga velada de insomnio, rumiar mental, inseguridades, mierdas removidas y culpabilidades actualizadas. El día de ayer, consecuentemente, regular: ánimo en montaña rusa, a ratos arriba y empicado abajo otros.
Y encima me tocaba afrontar una entrevista de trabajo. La primera desde que me busqué (con motivos coherentes o sin ellos) estar en el paro. Yendo, además, recomendado (antes, me negaba en una rotunda cabezonería de orgullo a aceptar “enchufe alguno, hoy día no tendría ningún reparo en morir electrocutado si hiciera falta); para un puesto que según la filosofía de “puedo con todo, querer es poder y solo puedes saber si eres o no capaz de algo si lo intentas” podría desempeñar mejor que peor, y según amaneciera en la rutina diaria de trabajo mi inventiva y mi capacidad de improvisación (y de animación literal –tercera acepción de la RAE: concurso de gente en una fiesta, regocijo o esparcimiento–). Y con la formación más que necesaria, aunque quizá no toda la experiencia en el sector concreto que debería. Aprovecho para hacer una reivindicación: señores/as, tengo 32 años y salvo ocho meses que borraría de mi vida (no me voy a escudar en ningún informe médico), no suelo dedicarme a rascarme las pelotas pero los días solo tienen 24 horas y a veces no dan de sí todo lo que nos gustaría que dieran). Pero también, claro, con la que es mi gran carencia: los idiomas. Chapurreo de inglés e italiano. Alemán ni por asomo. Y ruso… ¿ruso? Dios mío, ¿ruso?
Pobrecica mía... Ahora entiendo el mal ratito que tuvo que pasar.
Me fui de allí sabiendo perfectamente que mi móvil no iba a recibir esa llamada. Ni ayer ni hoy. Ya está confirmado, no es solo mal augurio mío.
Pero prometí no venirme abajo y aunque a punto estuve de no cumplir mi palabra, al final no lo hice.
Con la dicotomía de siempre pero inclinando la balanza positivamente.
“Total, las condiciones no eran tan buenas” Versus “¿Te vas a poner sibarita hoy día, con el panorama que tenemos, que la gente mata por un trabajo?”.
“Total, las condiciones no eran tan buenas” Versus “¿Te vas a poner sibarita hoy día, con el panorama que tenemos, que la gente mata por un trabajo?”.
“En el fondo es que tengo un currículum y una valía tan brutales que no me cogen por temor a que sea un potencial sindicalista porculero por haber preguntado por horarios y descansos” Versus “El trabajo en España hoy día no se entiende como una simbiosis mutua entre empresario/administración y trabajador/funcionario (que nadie se ofenda por la distinción pero, habiendo desempeñando ambas funciones, puedo asegurar que son dos cosas distintas, ni la una tan sacrificada como a veces se pinta ni la otra tan maravillosa como se suele –solía– pensar, pero distintas) sino como la mendicidad desesperada de quien tiene que pagar una hipoteca y alimentar unos hijos y se somete acatando lo que tenga que acatar a la empresa/administración”.
“No eres un inútil, sino un artista incomprendido” Versus “Imbécil prepotente que vas de alternativo y en el fondo quieres lo que todos queremos, por muy hippie que te creas: esa polisémica palabra denominada estabilidad. Y que ya tienes más edad de la que a veces te crees y los “pibonazos/as” (en la RAE no viene no con uve ni con be) con los que competías tienen una imagen mucho más moderna”.
Vamos, día movidito (física y mentalmente), habiendo dormido poco y mal, descomposición estomacal y consiguiente escozor anal (que ya podría ser por otro motivo). Porque también me propuse derribar jerarquías y escalar impenetrables e irracionales muros de poder absurdo para conseguir que me atendiera la Diosa (Directora, supongo) de la Biblioteca Provincial de Cádiz, a cuenta de mi “reclamación” para que no me sancionaran por unas devoluciones pasadas de fecha. En la web no anunciaban que empezaban ya con el horario de verano (vergonzoso que una biblioteca pública provincial cierre por las tardes antes de que los niños/as terminen el cole) y el teléfono o no lo cogen nunca o comunica todo el tiempo. Tuve que irme cargado como una mula (vivo en la otra punta de Cádiz) con tropecientos libros (soy un “agonías” y había sacado con los carnets de mis sobris, mi hermana, mi madre y el mío) para llegar a las seis de la tarde, chorreando en sudor, para que mis peores sospechas se confirmaran. Portón de entrada cerrado a cal y canto, con un veraniego y refrescante cartelito que decía que justo ese día ya se dejaba de abrir por las tardes.
Sí, soy cada vez más coñazo (“persona o cosa latosa, insoportable”, la definición de la RAE me da la razón en pensar que es un término de lo más machista, porque aunque “pollazo” no la recoge, todos sabemos perfectamente lo que significa, curioso porque se podría definir con la segunda acepción que recoge de coñazo: “golpe fuerte”); pero quiero alegar que antes era demasiado discreto y me pasaba con querer pasar desapercibido al máximo para no molestar a nadie. Extremista como soy, a lo mejor ahora peco del otro extremo: reivindico más de la cuenta y a veces no mantengo las formas (bueno, no, educado sigo siendo; algo descarado quizá).
Hablé con conserjes, auxiliares, técnicos, informáticos y archivera hasta que me permitieron -tras una larga espera, interminables llamadas y muchas escaleras– acceder al despacho-marquesado de la Máxima Eminencia Bibliotecaria de Cádiz, con unas envidiables vistas al puerto dicho sea de paso. Resultó ser una persona, humana y madrileña, y hasta con ciertos rasgos de sencillez. Aunque no lo suficientemente humilde como para reconocerme que la web de la biblioteca no la actualizan desde tiempos inmemoriales y que el horario está más pensado para funcionarios que para usuarios/as de un servicio público. Ni demasiado perspicaz como para percibir el cierto sarcasmo de mi comentario al hablarle de las maravillosas vistas de su despacho y que debía de ser un gustazo ir a trabajar allí todos los días.
A veces me surgen dudas tan chorras como la de si lo público responde más a intereses públicos o privados. En su momento, yo fui el primero que luchó por tener un horario “digno” cuando trabajaba en la biblioteca, aparte de para poder tener una vida personal (aunque no estuviera casado ni tuviera hijos, motivos por los que mi jefa, por cierto, pensaba que qué otra cosa tendría yo que hacer en vez de trabajar y que achacaba al simple chinchar de un niñato extranjero, desviado e insolente que pretendía atentar contra su decimonónica autoridad), también porque realmente el horario no se ajustaba a la demanda de los/as usuarios/as (para los/as opositores/as se quedaba corto sobre todo por la mañana; y para los/as chavales/as el horario de tarde empezaba demasiado pronto y preferirían que se abriera más tarde para que se cerrara después). Existía una posibilidad viable de ponernos turnos intensivos y rotativos, pero implicaban primero que las cosas dejaran de hacerse como se habían hecho siempre desde hacía más de veinte años y, segundo, que se resquebrajara el privilegio (para ella justo y necesario, pero ilegal según lo firmado en sus condiciones laborales) de una autoridad superior a nuestro rango inferior. Para mí, y mis compañeros, en cambio todos podríamos haber salido beneficiados de tener tardes y mañanas libres para la vida privada que, querida exjefa, también se tiene cuando se es soltero, marica y no se tienen hijos.
La conclusión de mi encentro con Diosa de la Biblioteca fue que aunque en realidad sí que me correspondía sanción (y a mi familia, pobres incondicionales arrastrados a la condena por mi informalidad) porque era más de un día lo que me había retrasado en la devolución, de repente, sin más, me la había quitado (¿perdonado?) de toso los carnets bloqueados.
En fin… Tampoco iba a discutir más porque además se me echaba el tiempo encima para ir a la fatídica entrevista. Al fin y al cabo había conseguido solucionar lo que más me preocupaba: haber privado a mis sobrinos de poder sacar libros de la biblioteca (¡sí! ¡lo hacen! ¡aún queda alguna esperanza!), sobre todo la niña, aunque yo mismo a veces preferiría que estuviera haciendo el cafre con los hermano antes que pasarse tanto tiempo aislada en sus lecturas.
Mi moral encrucijada (si es que esas dos palabras se pueden poner juntas) contra la incompetencia laboral y el terminar acomodándose en unas “condiciones estables” (yo también lo hice, y en solo dos años), holgazaneando y escaqueándose con maestría (aquí, en Cádiz, muchos/as lo llaman picaresca, y tampoco va tan desencaminada la cosa porque mi amiga la RAE define “pícaro” como “bajo y ruin” pero también como “astuto”), se quedó en agua de borrajas. To be continued…
Tampoco voy a darle más vueltas. Voy a aprovechar que hoy me siento más orgulloso free lance que resentido y culpable parado.
¡A trabajar! ¡O a lo que sea!
Free lance: “quien trabaja independientemente en trabajos escritos o gráficos o en otras actividades”, definición que en mi no tan amiga RAE aparece propuesta para ser suprimida… ¡nooo! ¿por qué? Enmiéndenla o amplíenla, eminencias lingüísticas, pero, por favor, desde aquí les pido que no supriman el adjetivo con el que me consuelo creyendo que trabajo.
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